tag:blogger.com,1999:blog-64251816106493074602024-02-21T04:10:15.666-05:00moteleschangNúmero 35, Anno 4Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.comBlogger22125tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-39488412628060981022010-07-27T12:57:00.002-04:002010-08-02T09:45:09.457-04:00Editorial desde la recepción<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGwBF3fJTTyFDGzLmV3do5LGYu_daPPQNv2u2suwlJhoVG4ekp7G4O3mOgiM36gPmcUNUm88pWCbWPzL2eYoBL6ieTLRPGezLuF1JbVXXQeN6riGpuOHVlVQD5KScks-Qs6zr5BBkDIz8R/s1600/motel.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGwBF3fJTTyFDGzLmV3do5LGYu_daPPQNv2u2suwlJhoVG4ekp7G4O3mOgiM36gPmcUNUm88pWCbWPzL2eYoBL6ieTLRPGezLuF1JbVXXQeN6riGpuOHVlVQD5KScks-Qs6zr5BBkDIz8R/s320/motel.jpg" /></a></div><br />
<div style="text-align: justify;">Uno de los hermanos Chang sufre de melancolía. Nosotros creemos que es el menor, aunque a veces nos parece que el nostálgico es el mayor. El problema no es tanto la melancolía, sino no saber cuál es el menor y cuál el mayor. El problema, la verdad, es no saber cuál es el melancólico.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Lo vemos con su taburete a la entrada del negocio, mirando a la calle, fumando en silencio, se pasa así la tarde entera y gran parte de la noche. A veces es la hora de cerrar y el tipo sigue allí como una estatua que mira al mundo pasar. “Señor Chang, disculpe, que estamos cerrando ya y hay que meter el taburete o se lo roban”. No dice nada, aplasta la colilla contra la suela, se levanta para que retiremos la sillita, y se queda mirando al mismo punto fijo al otro lado de la calle.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Después de darle vueltas y discutirlo llegamos a la conclusión de que el tipo tenía un guayabo brutal por su lejana China. Que seguro añoraba sus baños públicos, las letrinas compartidas, las peleas de grillos, los tés y los aguardientes chinos en medio de gritos y risas en chino. Y entonces sumamos los billetes que teníamos en las carteras para comprar dos grillos (uno para cada hermano), varios litros de cerveza Tsingtao y unos tés de hierbas milenarias (que vamos a llamarlos así porque nadie pudo leer lo que decían los caracteres en chino del empaque y ningún chino fue capaz de decir Pasiflorina o Valeriana en español) y les juramos que no compramos las letrinas ni los baños públicos porque se nos salían de presupuesto. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El día en que les regalamos a los Chang sus grillos de pelea, los tés y las Tsintaos se nos quedaron viendo con cara de “qué gente tan rara son estos venezolanos”. Dieron las gracias con una ligera inclinación de cabeza, pusieron los obsequios en el suelo y se sentaron ambos en sus respectivos taburetes a mirar el mundo pasar. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Esa misma noche, a la hora del cierre, los Chang levantaron sus huesudas nalgas de sus respectivos taburetes y, señalando simultáneamente a un punto fijo en la otra acera, dijeron algo que parecía sacado de un texto de Enrique Enríquez: “La M de Motel sugiere una cama distinta a la rígida H de los hoteles. Es una cama que no es para dormir”. Nosotros nos miramos con cara de “estos chinos son más raros que nosotros”, vimos en la dirección en la que apuntaban los índices de los Chang y entonces nos dimos cuenta de que se referían al motelito de la esquina con su M alumbrada por neones amarillos. “Todas las parejas entran allí como si ocultaran algo, pero cuando salen lo hacen con una sonrisa y un alivio que no se pueden esconder” dijo el menor. “Eso debe ser por lo de la cama en M. Quienes se acuestan allí están destinados a encontrarse en el medio” dijo el mayor. “Queremos un Motel Chang, para que la gente entre temerosa y salga feliz” dijeron los dos. Y, dada la orden, se fueron.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Nos dejaron las cervezas, los tés y los grillos. El mío va ganando el campeonato 3 a 1, ha crecido el doble y tiene algo de sobrepeso (si le hacen un antidoping le van a descubrir trazas de Tsingtao con hierbas milenarias, pero eso es un secreto).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En cada habitación pusimos micrófonos y cámaras ocultas. Los monitores de “seguridad” están aquí en la recepción debajo de un tablón negro. Es como vivir en una película las 24 horas. Este es el mejor trabajo que hemos tenido. Ojalá el Motel Chang no se nos acabe nunca. </div><div style="text-align: justify;"><br />
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</div><div style="text-align: justify;"><strong>Fedosy Santaella y José Urriola (recepcionistas)</strong></div><div style="text-align: justify;"><br />
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</div><div style="text-align: center;"><strong><span style="color: yellow;">(NOTA IMPORTANTE: LOS TEXTOS CHANG NO SE TERMINAN EN ESTA PÁGINA, AL LLEGAR ABAJO HAZ CLIC EN "ENTRADAS ANTIGUAS" Y ACCEDERÁS A LA SEGUNDA PÁGINA DE LOS MOTELES CHANG. TAMBIÉN PUEDES NAVEGAR EN EL BLOG A TRAVÉS DEL ÍNDICE DE MOTELES)</span></strong></div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-65781789865401960952010-07-21T17:32:00.000-04:002010-07-21T17:32:26.940-04:00Te odio, Eloisa<b>Victoria Sequera</b><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiuzX88CZ2IUirXB889bulEsasRAQxnMiDyTuKY0Io5L1ncye30S3-QqWT0jiFPW-k4qXfGpAdj7na9iH5r523bhtHuxPRc8wrBP5UAm6BkaTG-MnRTB_CedMkNhFOWNFoGsc2tPKVI_eG9/s1600/shirin_fakhim.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiuzX88CZ2IUirXB889bulEsasRAQxnMiDyTuKY0Io5L1ncye30S3-QqWT0jiFPW-k4qXfGpAdj7na9iH5r523bhtHuxPRc8wrBP5UAm6BkaTG-MnRTB_CedMkNhFOWNFoGsc2tPKVI_eG9/s400/shirin_fakhim.jpg" width="266" /></a></div><br />
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<div style="text-align: justify;">Siempre le pareció que su nombre era como de juguete sexual inflable, como de muñeca pervertida, como de video en computadora adolescente. Si una colegiala se inclina despacito, con su faldita de cuadros, a recoger un lápiz sin flexionar las rodillas, seguramente se llama así: Eloisa. Antes de meterse a puta era actriz. En lo que duró su carrera, llegó a ser: una "señora del pueblo", un arlequín, una bartender que decía "¿En las rocas?", un pez espada, una "Mujer 2" y un pie gigante de goma espuma para una publicidad de talco. <em>Ad honorem</em>, por supuesto. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Eloisa es, en sí misma, una propuesta indecente. Eso lo supo Nandor, el húngaro, el mismísimo día en que le dio por ver cómo se baila salsa en "El Callejón de la Puñalada". Tampoco es que ella bailara tan bien, pero con ese <em>sexappeal</em> atrofiado que tienen todos los pelirrojos, cualquier par de nalgas latinas lucía como una apoteosis de piel que ni Eros, ni Afrodita, ni Baco, ni nadie. Por eso se metió en ese antro, para que las voluptuosidades le sacaran los demonios. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El húngaro la miró de espalda y pensó que tenía culo de mujer agachada. Se paró, le tocó un hombro, la miró fijo, le metió 200$ en el sostén y le inclinó la birra para que brindara con él. "Utállak", le dijo con toda la lascivia con la que se le puede hablar a una mujer, y a ella el hambre le apretó tanto el entrepierna que se quedó quietecita, con el dinero en las tetas, esperando el momento en el que se la "Utállak" en el carro, o de "Utállak" mutuamente, o lo que fuera que le hubiese dicho el fulano gringo ese. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La amó obsesivo-compulsivamente en la habitación 32 del motel "El Dragón" durante unos 1600$ más. Pasaba lo mismo todas las malditas noches: llegaban y el recepcionista manoteaba y les hablaba un montón de paja en mandarín hasta que Nandor le gritaba "UTÁLLAK". Entonces, pasaba la tarjeta de crédito y entregaba la llave como por arte de magia. A esas alturas, el húngaro ya no quería 16 minutos de embestidas continuas para pasar el rato, no, lo que quería era comérsela viva. Quería desnudarla, acostarla y convertirse con ella en un entretejido humano sin nombre. Pero no podía. Mientras tanto, el chino de la recepción, también tenía un buen rato con la boca hecha agua. Quería asesinarla, picarla y convertirla en esas bolitas de carne humana, bañadas en salsa, que uno por convención social decidió llamar "pollo agridulce". Nadie nunca ha ido a un funeral de chinos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Duraba poquito y ella no sentía nada. De este lado del mundo -las habitaciones se alquilan dos horas por la misma razón por la que se compran varias vueltas en las montañas rusas: que uno aguanta más de un vértigo. Pero nada, no pasaba ni un ratico y Eloisa ya estaba inmóvil, oyéndolo machucar frases post-coito en el inglés de las películas porno. Seguro el problema era ese, que ella no hablaba ni "papa" de inglés y el húngaro no lo entiende nadie. Que, entre sus piernas, no había "Oh, my God" ni "Eat my pussy" que valiera los furores uterinos. Que a Eloisa le gustaba el español, le gustaba que se la cojieran, así con "J", gargareando la saliva, y que le comieran el coño, así con "Ñ", con el tabique fruncido. "Ai don laic inglich" le dijo un montón de veces. Ni el inglés, ni el húngaro, ni el chino. Pero nada, "Utállak" y le daba la espalda, porque no podía hacer más nada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pasó más de un centenar de veces. "UTÁLLAK", "UTÁLLAK", "UTÁLLAK" y Eloisa guardaba el dinero y abria las piernas. Dieciseis minutos, "Ai don laic inglich" y el húngaro arrecho se daba la vuelta. Igualito siempre, menos la mañana 193, en la que un cuerpo bermejo amaneció junto a Eloisa con una nota amuñuñada dentro de la boca. ¡Te mataste como un maricón, maldita sea!, le gritaba ella mientras lloraba y le golpeaba el pecho con una cajita de Lexotanil. Los pelirrojos se enamoran para siempre y los hombres valientes se pegan un tiro, a todo el mundo le enseñaron eso, menos a Eloisa, que sólo sabía lo segundo. Se puso la pantaleta, agarró el resto de sus cosas y bajó corriendo a pedir ayuda porque todavía respiraba. "¿UTÁLLAK? ¿UTÁLLAK?", preguntaba el chino desesperado que tampoco hablaba un carajo de español.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div style="text-align: justify;">Se escapó, caminó durante tanto tiempo y tan pensando en nada, que es incapaz de contar qué fue lo que le pasó durante -por lo menos- el siguiente mes. Sólo sabe que ahora trabaja en tanga y topless por entre los autobuses que quedan en el terminal de La Hoyada y que, en la puerta de la nevera, tiene pegado un papel arrugado y ensalivado que dice "Utállak, Eloisa". Después de todo, y aunque no lo entienda, ella y el húngaro tenían eso en común: Utállak, Eloisa. Nandor, por su parte, seguro está en un lugar mejor después de que el chino subió corriendo a "salvarle la vida" con un coleto, un machete y un pote Tupperware. ¿Hay algo más aterrador que un chino cagado de la risa?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">UTÁLLAK, por cierto, significa "Te odio"</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-74297549085106016792010-07-21T17:20:00.000-04:002010-07-22T12:30:44.829-04:00Habitación para tres<b>Luis Guillermo Fránquiz</b><br />
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<div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhZbJmjgNaTuQOedGnNZ3EKVsfOwPhub69Xg3QnOZodKmNDEp95g5RIpSigcHzF_Par4Cczd2afUp4PRkfQtq2f2DGzX_RLFEVXUD6R0F6WY7uwgW_e6rtQS6HZgdalQ42Qn7OpNT1hQ2cV/s1600/gleizes+hamaca.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhZbJmjgNaTuQOedGnNZ3EKVsfOwPhub69Xg3QnOZodKmNDEp95g5RIpSigcHzF_Par4Cczd2afUp4PRkfQtq2f2DGzX_RLFEVXUD6R0F6WY7uwgW_e6rtQS6HZgdalQ42Qn7OpNT1hQ2cV/s320/gleizes+hamaca.jpg" /></a></div><br />
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</div><div style="text-align: center;"><strong>I</strong></div><div style="text-align: justify;">Alberto anda en una vaina rara. Eso es lo primero que pensó después de pasar el peaje de Tucacas. Se mostró indecisa entre un CD de Bebe y otro de La Niña Pastori. Daba igual. ¡Qué arrecho! Tanto que se cuidó de caer en este papelito y mira tú las vueltas de la vida. Como para tirar serpentina, pues. Y eso que se lo preguntó, una y otra vez, pero él lo había negado. Todo lo que quería era pasar un par de semanas frente al mar, alejado de todo, en un ambiente rústico, un motel a orilla de carretera. Como si esa vaina fuera normal. Es que debió haber sospechado cuando se lo propuso la primera vez, y ella que se jactaba de no caer en esas trampas del matrimonio. Pero su instinto no le fallaba: Alberto andaba en una vaina rara desde que se empeñara en escribir esta nueva historia. Ella se lo había creído, quiso darle el beneficio de la duda, pero es que el instinto no se equivoca.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Qué arrechera tan grande. ¿Qué se creía? ¿Que ella se iba a portar como las otras y bajar la cabeza? No, no, no. Ella iba dispuesta a poner los puntos sobre los palitos. Uno por uno. Ya estaba bueno de tanta paja. Es que todos los hombres son igualitos, ¿ah? Una como una pendeja les cría los muchachos, los alimenta, les lava la ropa, los consiente, y ellos no saben hacer otra cosa que joder. Puro joder. Y su mamá también, nojoda, que tampoco ayudaba. Cada vez que podía metía la puya. “No discutas tanto, mijita, que eso espanta a los hombres”. Eso era antes, coño, que había que hacer todo lo que el marido dijera. Pero es que la iba a escuchar. Tanta vaina de venirse para la playa tenía que ser porque estaba citado con otra, eso era. Lo que le daba más calentera dentro de todo era que le vieran cara de estúpida, ¡a ella! Segurito que estaban riéndose de lo lindo, mientras la imaginaban en Valencia, ocupada con los muchachos, cuidando el negocio; pero no la conocían.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Salivaba recreando en su mente el momento de la llegada, el encontronazo, la cara de Alberto con los ojos pelados, el balbuceo, las explicaciones baratas; todo lo que ella anhelaba era demostrarle que había escogido mal con quien jugar. Coño, vale, si hasta le exprimió la última gota esa noche, para que no viniera otra a gozárselo. Dejó que le hiciera de todo, lo cansó, se lo mamó, insistió hasta que quedó que no daba más. Ella sabía que eso evitaría malos pasos, bueno, al menos lo supuso, nojoda. ¡Coño, vale, que arrechera tan grande! Es que era cierto: el que se enamora pierde. A los hombres hay que tratarlos con el látigo de la indiferencia para que se jodan bien jodidos. Al momento en que una baja la cabeza, ¡zuas!, y a llorar se ha dicho. Es que ya le extrañaba tanta consideración, claro. El muy perro lo que quería era estar solo, nada más. Cayéndole a cuentos con que iba a escribir una historia nueva, que necesitaba espacio, alejarse un poco, silencio, algo de paz para escribir bien, que ella se quedara con los muchachos durante esas dos semanas, que él se lo iba a retribuir en grande cuando terminara. Nojodas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y pensar que Mecha había pasado por la misma vaina. Y ella tanto que la aconsejó, que no se dejara joder, que se levantara, que luchara por su niña, que no le diera el gusto al imbécil ese de verla destruida. Porque todos los hombres lo que quieren es verla a una arrastrada, haciendo lo que ellos quieran, sí, papi, sí, mi amor, como tú digas, tan bello. ¡El coño de su madre, nojoda! Pero no iba a dejar que Alberto le hiciera lo mismo, claro que no. Ella lo iba a agarrar con las manos en la masa, revolcándose con la puta esa, porque seguro era una puta. Ay, coño, pero deja que llegue, Albertico Paredes, deja que llegue. </div><div style="text-align: justify;"><br />
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</div><div style="text-align: center;"><strong>II</strong></div><div style="text-align: justify;">Dime una vaina: ¿tú crees que estoy siendo injusto? De pana. No esperó una respuesta inmediata. Ese tipo de cosas hay que pensarlas bien, masticarlas con calma. Prefirió concentrarse en la línea del mar, en ese oleaje espumoso que tantas ideas le brindara en los últimos días. Pero ni el agua, ni la brisa, ni la arena que se pegaba a la piel dijeron algo. Qué arrecho, ¿no? Y lo peor es que yo se lo dije, antes de casarnos se lo dije: mira, Michelle, es bueno que cada quien tenga su espacio, su momento de soledad para reflexionar, porque a mí me gusta escribir, vale. Se lo dije de buena manera, se lo expliqué bien claro, y ella de pinga, que no me preocupara por eso, que ella entendía. ¿Ah? Mira la vaina ahora. Chasqueó la lengua antes de tomar otro sorbo de cerveza. Dirigió la mirada hacia la derecha y se fijó en los detalles del rostro, en la historia que contaban esas ventanas visuales. Pensó que todo podría ser diferente si pudiera estar aquí todo el tiempo que quisiera, sin conflictos, sin reclamos hormonales. Coño, vale, la escritura es una de las vainas más importantes que tengo en la vida; escribir me salva de la locura, de la cotidianidad, de los demás borregos citadinos. ¿Es tan difícil entenderlo?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Esta cerveza parece un caldo, dijo. Estiró la mano y removió el hielo para sacar otra lata. Lo que no quería era pararse de la hamaca. Decidió que viéndolo todo desde allí, la vida frente al mar era mucho más cómoda, menos enredada. Yo quisiera ser como esos escritores de antes, que se perdían y todo lo que hacían era escribir, puro escribir, nojoda, y vivían de eso. Ese es mi sueño, ¿sabes? Observó con atención a su acompañante, rememoró en silencio las discusiones literarias de la noche anterior, el debate, la conversación tan nutritiva. Y mientras la brisa soplaba de nuevo, él pensó que le habría gustado encontrar aunque sólo fuera una parte de esa misma comprensión en casa, así no tendría que escaparse a estos moteles de mal nombre frente a la playa. Sí, todo sería más sencillo. ¿Seguro que no te provoca una cerveza?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Michelle llegaría en cualquier momento, lo adivinaba. Se preguntó cómo debería enfrentar la situación, qué decirle para apaciguar sus tormentas, sus berrinches; aunque consideró decirle la verdad esta vez, confesarle que no estaba solo, que sí, que tenía razón, que ya estaba cansado. Lo único relevante era mantener la historia cociéndose en sus entrañas, no perturbarla, dejar que alcanzara su punto exacto para pasarla al papel. No era fácil. Desvió la mirada hacia su derecha, junto a la palmera donde estaba colgada la hamaca. Detalló los contornos faciales, las manos sobre las rodillas, el relato que se leía en su mirada. Las posibles imágenes iban y venían, como las olas en la orilla, sugiriendo más que mostrando, susurrando más que diciendo. Si tan sólo tuviera más tiempo, si al menos Michelle no viniera en camino, si pudiera cerrar los ojos y esconderse del mundo, de los gritos de su esposa, de los peos cotidianos, de los convencionalismos, y apenas ocuparse nada más de este ser que aparecía para salvarlo de la abulia, de la página en blanco.</div><div style="text-align: justify;">Por un segundo se visualizó frente a su mujer, contándole todo, dejando que ella intentara asimilar la verdad de su interior, permitiéndole entrar en su mundo particular; pero de inmediato supo que Michelle no lo entendería. Muy poca gente lo hace. Es mucho más fácil echar mano del apelativo de loco, de desquiciado. ¿Qué pasaba si él escogía ser diferente, llevar otro paso? Alguna vez llegó a leer sobre eso, algo escrito en un poema. ¿Era de Emerson? ¿O Thoreau? Tenía que ver con marchar con un ritmo propio, aunque eso significara alejarse de los demás. Y él estaba decidido a hacerlo, por fin. Volvió a girar la cabeza para contemplar el rostro que lo acompañaba desde varios días atrás, sonrió. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Mira: es Michelle, dijo. Llegó el momento. Tú, tranquilo, no digas nada. No le des razones para empeorar todo. Lo importante es que tú y yo estamos claros. Mírale la cara. Los ojos. Camina con ganas de matarme, lo sé. Cree que se las sabe todas porque me encontró aquí. ¿Qué dices? No. ¿Para qué se lo voy a contar? Ella no lo va a entender, nunca lo ha hecho. Cree que no la quiero, que nunca lo he hecho. Pero es que Michelle no me entiende. Yo quiero que ella sepa que la vida no es en blanco y negro, que hay matices. Aguanta duro que ahí viene con todo. Mejor bajar la vista. Y no abrir la boca. Es mejor dejarla hablar. A las mujeres cuando están arrechas es mejor dejarlas hablar, no interrumpirlas, que boten todo. ¿Ves? ¿Estás oyendo? Verga, se le ocurre cada vaina. Ella ya se pagó y se dio el vuelto. Coño, Michelle, si tan sólo pudieras ver el mar como yo lo veo en este instante, maravillarte con sus tonalidades, bajar la tensión y escucharme por primera vez. Sí, chica, me provoca hablarte de esta historia, contarte del agradecimiento que siento porque al fin la inspiración ha vuelto; si pudieras ser mi amiga otra vez, como al principio, cuando todo era más fácil. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No. Concéntrate. Presta atención a lo que dice. Muéstrate conciliatorio. No quiero más peleas, más discusiones, más de tú dijiste y yo pensé; coño, si tan sólo la vida fuera más fácil. Tiene los ojos inyectados en sangre. ¿O fue que lloró en el camino? Qué peo porque me vine a este motel frente a la playa. Esa vaina no tiene segundas interpretaciones, vale. ¡Me gusta el mar, coño! Si pudiera ver un rastro de ternura en su mirada, una señal de disculpa en la parte de atrás. Y es tan cínica que ni siquiera voltea a verte, ¿te das cuenta? ¿Ah? ¿Te fijaste? Ella quiere que el peo sea conmigo, con más nadie; o sea, tú no existes. Mejor así. ¿Cuál otra mujer? Buena vaina, pues. Verga, pero qué cabeza tan dura. ¿Cómo va a creer que todo lo que quería era encontrarme aquí con otra tipa? Qué arrecho, pana, hasta tiene más fantasía que yo. ¿Qué coño importa que me viniera a este motelucho miserable? Lo único que quería era estar lejos de todo, de cualquier distracción. ¿Qué tan difícil es entender eso, pana? Qué lástima, Michelle, que no entiendas. Qué lástima que tuvieras que echarte ese viaje para nada. ¡Aquí no hay otra mujer, coño! Pero tú, tranquilo; de esta salimos fortalecidos. Es más, chico, se lo voy a decir, se lo voy a decir todo, vale. Ya me tiene hasta los huevos con su vaina. ¿Tú sabes cómo es la verga, Michelle? ¿Tú quieres que yo te diga con quién estoy aquí, ah? </div><div style="text-align: justify;"><br />
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</div><div style="text-align: center;"><strong>III</strong></div><div style="text-align: justify;">La idea fue mía. Sí, lo confieso. Pero él no quiere que ella lo sepa. Incluso a él le cuesta aceptarlo, no lo tiene muy claro. Se le hace difícil ordenar las ideas. El pobre se confunde de vez en cuando. No es nada fácil convivir conmigo, lo sé. Nuestra relación ha sido ambivalente durante mucho tiempo. Algunas veces él se cansa y se retira; otras, soy yo quien necesita alejarse para vivir otras experiencias, cumplir otros roles. Pero siempre terminamos juntándonos de nuevo, como un par de enamorados adolescentes. Creo que sin querer ya nos hemos acostumbrado a esta situación; es como nuestra rutina particular, una ligera concesión a lo aceptado. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Con respecto a este motel, pues lo asumo también. Yo lo quise así. Lo que pasa es que a mí me gusta el mar, el aroma del salitre, el ronroneo del agua que no cesa. Lo del motel también fue idea mía. Tengo un extraño fetiche por estos sitios sórdidos, mugrientos, anónimos. Siempre me pregunté cómo sería interpretar un rol aquí, convertirme en una de esas personas que uno ve difusa cuando el carro pasa muy rápido, un destello humano apenas, una cara sin nombre, unos ojos queriendo contar otra historia. Y todo en un sitio que no conoce la permanencia, porque quien se atreve a quedarse no lo hace por mucho tiempo. Un motel es como una estación de servicio, un sitio de paso, un cartel con nombre desvaído, poco más. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pero a mí me gusta. Y él no protestó cuando se lo propuse. Discutimos las posibles tramas durante varios días, acomodando otros personajes, sacrificando páginas innecesarias, corrigiendo mentalmente la sucesión de hechos. Ya casi. Pero la mujer amenaza con estropear todo. Ella no entiende la dualidad de Alberto. Su doble vida. No entiende que él me necesita más que a ella. Suena vanidoso. No tengo otra forma de expresarlo. La verdad es que la cara de Michelle ahora es todo un poema. Me gustaría saber lo que cruza por su cabeza, el amasijo de reproches e incertidumbres que se forman contra su voluntad. Pobre mujer: tan doméstica, tan acostumbrada a sus reglas fijas; y pensar que ha convivido con este hombre sin imaginar su laberinto, sus voces, sus reproches. Porque lo único que le interesa es la carne dura para atiborrar la sonrisa que esconde entre las piernas. Eso se sabe. Casi todas son iguales. De allí vienen los celos. Si todas las mujeres se pudieran quedar con el sexo de sus maridos guardado en una gaveta, no habría conflicto. No, nada de nada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">A mí eso no me interesa. Puede hacer con el cuerpo de Alberto lo que le venga en gana, que lo exprima si quiere; lo que hay en su cabeza es diferente. Eso sí me pertenece. Allí mando yo. Más nadie. Aunque Alberto no lo entiende todavía. Yo lo dejo divagar al respecto, que vaya y venga, lo importante es poder contar mi historia, que ponga a trabajar esos dedos inútiles para otra cosa. ¿Tú sabes lo difícil que es conseguir una mente tan frágil? ¿Tienes idea de lo que cuesta encontrar un cerebro receptivo y dispuesto a trabajar por uno? No, vale. Todo el mundo vive a la carrera, con estrés, sin prestar atención a los pequeños susurros, pendientes del sueldo, de la comida, de la delincuencia, de los desafueros del gobierno. Yo encontré mi receptáculo y la mujercita esta no lo va a arruinar con sus pataletas y berrinches. Él jura que ella prefiere no verme. Yo escojo que sea así. El asunto es con Alberto. Poco imagina, a pesar de todo, que su mujer está ajena a mi presencia, a mi influencia. Lo que significo es sólo para Alberto, allí dentro. En cuanto a la esposa, lo mejor es que se busque a otro. Que arranque de regreso porque en este motel no hay habitación para tres. </div></div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-18906662644693168612010-07-21T17:07:00.003-04:002010-07-29T18:00:06.592-04:00El albergue<b>Cinzia Ricciuti</b><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguBJGL7dSoG5cadJtFOlqGUtiBZoAmT6701OEAWfHHC8L9Ojnr8T8RChs8jbI3kY5vneZVExV0UCJwOrMaJ-AYmKHLh76pKlYhVYbJpBTPBr6PHT_MUSkaZK23fdIMm_mZpdsUtUn7ax_O/s1600/brassai.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEguBJGL7dSoG5cadJtFOlqGUtiBZoAmT6701OEAWfHHC8L9Ojnr8T8RChs8jbI3kY5vneZVExV0UCJwOrMaJ-AYmKHLh76pKlYhVYbJpBTPBr6PHT_MUSkaZK23fdIMm_mZpdsUtUn7ax_O/s320/brassai.jpg" /></a></div><br />
<br />
<div style="text-align: right;"><em><span style="font-size: x-small;">Porque allí, bajo aquel rayo sagrado,</span></em></div><div style="text-align: right;"><em><span style="font-size: x-small;">toda crueldad es inocente.</span></em><br />
<span style="font-size: x-small;"><br />
</span></div><div style="text-align: right;"><em><span style="font-size: x-small;">Armando Rojas Guardia</span></em></div><div style="text-align: right;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Uno se llena.</div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Una vez adentro </div><div style="text-align: left;">ya no podrás salir,</div><div style="text-align: left;">como Venecia, </div><div style="text-align: left;">como las cosas inaplazables, </div><div style="text-align: left;">no eres tú quien las ve </div><div style="text-align: left;">son ellas las que te atrapan. </div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Reflejarás vergüenzas<br />
en espejos obsesivos,</div><div style="text-align: left;">jugarás con el espasmo momentáneo</div><div style="text-align: left;">de ustedes dos multiplicados al infinito. </div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Compartiendo sábanas </div><div style="text-align: left;">con otros cuerpos de otros días, </div><div style="text-align: left;">intuirás lágrimas y sangres. </div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Un cierto asco </div><div style="text-align: left;">te llenará de miedo,</div><div style="text-align: left;">te impulsará a seguir.</div><div style="text-align: left;">Correrás desesperado</div><div style="text-align: left;">hacia eso que te deshace de alegría. </div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Te liberarás rápidamente, </div><div style="text-align: left;">desnudo </div><div style="text-align: left;">indefenso y silente, </div><div style="text-align: left;">cuerpo y orgasmos </div><div style="text-align: left;">cimas y miserias, </div><div style="text-align: left;">te esconderás del mundo allí adentro. </div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Sabrás de monstruos,</div><div style="text-align: left;">putas, misas y velas.</div><div style="text-align: left;">Compartirás fantasmas y lamentos.</div><div style="text-align: left;"><br />
</div><div style="text-align: left;">Alguien luego,</div><div style="text-align: left;">intentará desinfectar tus humores</div><div style="text-align: left;">para que los otros no te intuyan,</div><div style="text-align: left;">pero será inútil,</div><div style="text-align: left;">tu grito</div><div style="text-align: left;">placentero y muerto</div><div style="text-align: left;">quedará en ti.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-50716376467433726572010-07-21T08:01:00.001-04:002010-07-27T11:11:41.256-04:00Malpensaremos tieso = Empalomareis sostén = Mariposas en moteles<strong>Enrique Enriquez</strong><br />
<br />
<div align="justify"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg6ucWiif72GpaPbDbC_C1aP_nGzq0FjUhjbQR_6x0JNB-j6lzlFYMFDTv_gw1ITZ8zP947ToAjhoa6RJpBh5rmToXOIbCBIUPGBLIXK0kzWRTXHhGozrVTq5YTFAMnmbmrtcUzG2qYmP-D/s1600/mariposasmujer.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg6ucWiif72GpaPbDbC_C1aP_nGzq0FjUhjbQR_6x0JNB-j6lzlFYMFDTv_gw1ITZ8zP947ToAjhoa6RJpBh5rmToXOIbCBIUPGBLIXK0kzWRTXHhGozrVTq5YTFAMnmbmrtcUzG2qYmP-D/s320/mariposasmujer.jpg" /></a></div><br />
<strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Cuántas arañas han encontrado en una habitación de motel?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Hace años, cuando yo era el Espantapájaros que acompañaba a Dorothy por el mundo de Oz, me encontré una araña en una esquina de un motel. El motel era un palacio, pero la esquina sí era una esquina. Toda la noche me quedé viendo maravillado a la araña tejer su telaraña. Con las primeras luces me puse a escribir, y esto fue lo que me salió:</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><em>A media noche, en la esquina de la lujosa habitación verde en el palacio verde de Ciudad Esmeralda, el espantapájaros aparta con delicadeza la araña y se traga la red. Luego susurra: </em></div><div align="justify"><em><br />
</em></div><div align="justify"><em>“Por fin tengo alma”, y acto seguido escribe un poema estilo I Ching:</em></div><div align="justify"><em><br />
</em></div><div align="justify"><em>De espaldas a lo grande</em></div><div align="justify"><em>contempla lo pequeño</em></div><div align="justify"><em>lo inmensamente sutil.</em></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: Dos arañas. La primera en la ducha, hice una ola con el pie y la lancé por el sumidero. Se agarró fuerte a la rejilla pero le lancé un tsunami a escala de varias olas consecutivas hasta que se soltó y se fue tubo abajo. No lo haría de nuevo hoy día, hoy me iría yo a otra isla antes de sacarla a ella de la suya.</div><div align="justify">La segunda caminaba por la pared. Era una gordita negra con rayas blancas. Me caen bien esas. Incluso les dejo que me caminen encima. Esta salió de detrás del copete y se fue caminando pared arriba. Ella se acomodó contra mi pecho y le olí el pelo, cuando levanté la cabeza ya la araña no estaba. Es un recuerdo feliz.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Alguna vez han perdido la memoria, momentáneamente, en un motel?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Una vez perdí la memoria de tanto intentar recordar la dirección de mi casa. Cuando desperté, las mujeres que me habían acompañado en el intento de recordar la dirección de mi casa se habían ido, y además descubrí que mis ropas no estaban en esa habitación, pero sí en la habitación que estaba al otro lado del espejo. Entonces se fue la luz, y volví a perder la memoria.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSE URRIOLA: No, en un motel nunca. Lo que he perdido es la memoria del motel. Fui una vez a uno y a las pocas semanas quise volver pero no lo encontré. He pasado varias veces a lo largo de años por esa calle donde juraría que estaba el motel y jamás lo he encontrado. Nada, ni vestigio, ni siquiera algo parecido. Es gravísimo olvidar un motel, te hace poner en duda muchas cosas que pasaron dentro y fuera.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">Preguntarse varias veces en la vida: ¿será que me lo inventé? es un indicio de locura.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Cuándo hay que decir "ya basta"? ¿Cuánto pelo es demasiado? </strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Después de un nombre y una coma. Por ejemplo, "María, ya basta". Luego, debemos agregar algo más después del "ya basta". Algo así como: "María, ya basta, tu cara llena de pelos es demasiado". O: "María, ya basta, tu axila llena de pelos es demasiado". O: "María, ya basta, tu nariz llena de pelos es demasiado". Por lo general, el exceso de pelo se relaciona con el poco amor que una persona se tenga. Si esa persona se quiere poco, le salen pelos por todos lados, y deja de ser feliz. Las actrices pornográficas saben que mientras más pelos, menos felicidad. Por eso están todas depiladitas.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: Yo creo en la máxima de Hitchcock: la inteligencia es la capacidad de saber cuándo renunciar. Así que, cada cuanto, aplico a la vida eso que Hitchcock decía del cine. Creo que digo “ya basta” con mucha más frecuencia de lo que aconsejaría un libro de autoayuda, un psicólogo o una película de Hollywood. Pero es que hay que decir ya basta cada vez que uno lo sienta en el estómago.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">Y exactamente eso pasa con el exceso de pelos: uno realmente no sabe cuánto pelo es demasiado, los sabe es el homúnculo que habita dentro de uno y que a veces no están en la cabeza sino en el estómago o más abajo. Cuando el homúnculo considera que el pelo es demasiado, uno sin ser consciente se acoge a aquello glorioso que decía Bartleby, el escribiente: preferiría no hacerlo.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Será que todo punto es una “pequeña muerte”, como el orgasmo francés?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Una línea es un punto que salió a pasear, dicen que dijo Paul Klee. Es decir, pareciera que el punto, a solas, no se complementa y no hace mayor cosa interesante. Es algo así como un libro a solas. Un libro a solas no tiene razón de ser, no existe siquiera. Todo libro necesita de alguien que lo vea, de una mirada que excite sus átomos y lo ponga a vibrar. Ni siquiera que lo lea, sino que lo vea, y ya, por ser mirado, se llena de la maravilla de ser un libro con sentido propio y ajeno. De este mismo modo, el punto necesita de algo que le otorgue excitación para que tenga valor. Un punto solo, no hace nada. Un punto solo es un discurso excluyente. Por otra parte, muchos puntos juntos, sólo impresionan, pero siguen siendo excluyentes, nada los une, ni siquiera un discurso totalitario. En cambio, un punto que se prolonga en línea es un punto que ha tenido un orgasmo. Mientras más orgasmos ha tenido ese punto, más hermosas líneas creará. Pero ahora viene la pregunta: ¿qué hace que el punto se excite de tal manera que se convierta en línea? La imaginación y la sensatez. Sólo la imaginación y la sensatez pueden convertir a un punto en línea. La imaginación y la sensatez son el principio de todo orgasmo, y todo orgasmo es una pequeña muerte que lleva en su germen la resurrección. Yo creo que toda persona que se precie de ser seria, debería resucitar por lo menos dos veces en su vida. Acá, queremos dar nuestro agradecimiento a Jaime Balmes. Que Dios lo tenga en su gloria.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: No lo sé, a veces el punto es una sana pausa, un respiro para que otro tome el testigo y libre por uno. Pero a veces sí que los puntos son mortales. Sí, siempre y cuando el punto del que hablamos sea el puto punto G. El punto G es un invento producto de un conciliábulo de brujos enemigos del amor y del sexo. Pusieron a todas y a todos a buscarse el punto G y a buscar orgasmos simultáneos y a buscar una fórmula matemática única e infalible para quererse bonito y rico. Y entonces la gente, ahora que sabe tanto sobre cosas en las que no es bueno pensar, folla peor y está más frustrada y se quiere mediocre y mal y eso sí que es el punto de inflexión para convertirse en muertos en vida.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: Según el poeta Serbio Milorad Pavić, las mariposas son misivas para la mirada. ¿Hay espacio para mariposas en los moteles?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: En el orgasmo, un cuerpo de la mujer, se transforma en miles de mariposas. El hombre sólo tiene que tener los anteojos puestos. Lo anteojos adecuados.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSE URRIOLA: Nunca he visto mariposas en un motel. He visto, eso sí, taras negras, de esas enormes que se ponen en las columnas o en los marcos de las puertas. Dicen en el llano que esas taras negras anuncian la muerte de alguien que está dentro. Por eso les encanta un motel. Los moteles son los espacios de las pequeñas muertes.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: Estaba pensando que, si de verdad una mujer se transformase en miles de mariposas frente a mi, literalmente, seria aterrador. Eso pasa a veces, cuando una metáfora se hace realidad. ¿Les ha pasado a ustedes, dentro o fuera de un motel?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Rilke podría haber respondido: "Todo metáfora es aterradora". Cuando la realidad deja de ser una dura piedra, modificada por el dedo inquieto del arte, surge una nueva representación, extraña y hermosa, que sin duda ha de producir terror en el espectador, quien se da cuenta, de pronto, que se encuentra en otra realidad, siempre hermosa y horrenda al mismo tiempo, lúcida y cegadora a la vez. ¿Quién no siente miedo y alegría al ver a una mujer realmente bella? Es el terror de estar allí, en ese otro lugar, y extraviarse. El terror a volverse loco y de perder todo gesto cultural y volver a ser un animal primigenio que se tambalea torpe por el Paraíso Terrenal, riéndose sin parar con la risa del idiota. La súbita gloria de Hobbes existe en la posibilidad de la metáfora. De la terrible metáfora. Ahora, te digo, y tal como decía al maestro Cortázar en algún texto, quizás yo me he acostumbrado demasiado al hábito de creer en la realidad, porque hace tiempo que las metáforas no se manifiestan. Bueno, la realidad que ahora vivimos no está para metáforas. Pero recuerdo, sin embargo, algunas en mi pasado. Era joven y muy tonto, y cuando se plantaron ante mí en Perú, en Guatemala o en la Antártica, las contemplé con la soberbia o quizás la indiferencia que te da la juventud de aquellos años. O quizás no con indiferencia, pero sí con un montón de ideas contemplativas, orientalisas quizás, que te hacen pensar que toda maravilla está a la vuelta de la esquina. Hay que tener cuidado con esos actos contemplativos, pueden volvernos máquinas de la espiritualidad. Pienso también que hubo muchas metáforas que se confundieron con la locura (real, muy real) que ya yo tenía antes de verlas. Cuando estuvieron ahí, las vi desde la oscuridad de mis tormentos. Quizás estos sean los anteojos para ver las metáforas de la realidad: la locura. Como ahora soy un poquito más normal, entonces puede que haya perdido los anteojos. Quién sabe.</div><br />
<div align="justify">JOSÉ URRIOLA: A mí que por favor nadie se me convierta en mariposa frente a llos ojos. Lo encontraría tan hermoso como a Gregorio Samsa despertándose en insecto en el primer párrafo de La metamorfosis. La única metáfora que he visto convertirse en realidad fue una vez, en la Candelaria, cuando iba con una amiga y ella me contaba de un aguacero brutal que le cayó el día anterior y dijo: “chamo, yo sentí que se me caía el cielo encima”. Y en eso la doña del primer piso tropezó un candado que le cayó en la cabeza.</div><div align="justify">Allí me enteré que las metáforas hechas realidad sacan sangre y duelen un montón.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Ustedes creen que los moteles puedan ser el antídoto del lenguaje?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Parafraseando al apóstol Mateo, en la entrada de todo motel debería haber un cartelito que diga: "Por sus acciones los conoceréis". En los moteles además, la boca siempre debería estar ocupada en algo:</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">1) En lamer.</div><div align="justify">2) En chupar.</div><div align="justify">3) Para quien guste, chupando otra vez, pero del pico de una botella.</div><div align="justify">4) En producir sonidos primitivos y placenteros (el instinto animal destruye al lenguaje).</div><div align="justify">5) Hay quienes invocan a Dios en un remix exaltado (lo cual lleva al lenguaje hacia la destrucción a través del éxtasis místico).</div><div align="justify">6) En producir al oído narraciones cargadas de fantasía, lo que se convierte en un perfecto antídoto contra el lenguaje diario, cargado de vacíos, pomposidades y otros recursos retóricos que nos mantienen alejados de nuestra esencia (a todas estas, ¿cuál es nuestra esencia?).</div><div align="justify">7) En cepillarse los dientes, para no salir con el tufito a la calle.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">Y así, en defenitiva, el motel es un antídoto contra las opacidades del lenguaje.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: Al contrario, son caldos de cultivo para nuevos lenguajes. Allí la gente se llama distinto, hace otros sonidos que no sabían que eran capaces, dicen cosas en voz alta que no se permitirían ni en una isla solitaria. Los moteles son una especie de ventana indiscreta acústica donde tú puedes poner al mundo en pausa y dedicarte a oír. Y entonces piensas esas cosas que nunca dirías: “pero qué será lo que le están haciendo” o “pana, esa mujer te miente, nadie es tan bueno” o “ah, entonces un gorila y un delfín sí que pueden aparearse”.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: Un motel es un hotel sin H, lo cual es curioso porque la letra H tiene una posición bastante vertical, mientras que la letra M parece un animal en cuatro patas. Sin embargo, en su libro Cristalografía Christian Bök nota cómo, mientras la letra M sólo es simétrica consigo misma si la rotamos 180 grados sobre su eje vertical, la letra H es simétrica consigo misma cuando rota 180 grados sobre cualquiera de sus tres ejes: vertical, horizontal, y en el sentido de las manecillas del reloj. ¿Se goza más en un hotel que en un motel?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Yo no sé por qué, pero el sexo en los hoteles guarda cierto recato que no se guarda en los moteles. En los hoteles, además, siempre hay alguna distracción: la piscina, la piña colada, la internet en la habitación, el restaurante con excelente comida, la recepción donde sentarse a ver pasar a la gente con sus bastones y bombines. El hotel está diseñado para mantenernos alejados de la habitación. Por más lujosa y cómoda que ésta sean, pareciera que permanecer en una habitación de hotel es un descalabro, una pérdida de tiempo. El hotel existe pues en función del museo y la feria que nos esperan afuera. En el motel, el museo y la feria están adentro. Ningún ejemplo mejor que los espejos que abundan en sus piezas. En el motel, permanecer afuera es un desperdicio. Allí se debe disfrutar cada segundo que pasas adentro. El motel está al otro lado del espejo del hotel. Si Alicia hubiera llegado a un motel, seguramente Carroll hubiera terminado escribiendo una novela pornográfica, texto quizás más sincero y parecido a su autor. Hay una frase de León Bloy que dice lo siguiente: "Los goces de este mundo serían los tormentos del infierno, vistos al revés, en un espejo." Entonces, ¿cada vez que entramos a un motel, entramos al infierno? Se sufre pero se goza. Se goza pero se sufre... en un motel.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: Se goza igual pero distinto. A veces el hotel es más como un vino tinto nocturno y el motel es más una cerveza a pleno sol y en medio de la calle. El hotel es comida caliente con los pies debajo de la mesa y el motel es una pizza repleta de cochinaditas ricas que se come con los dedos y se desborda. El hotel suena al Lost and Safe de The Books y el motel suena a esa cosa que tiene en el Ipod un pana, que no conoces pero que te gusta y te da risa y te dan ganas de hacer una road movie. Hoteles y Moteles, con sus haches y emes en todas las posiciones, son igual de buenos e igual de malos según lo (in)congruentes que sean con las ganas de los huéspedes.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: Si el hotel existe en función del mundo que está afuera, ¿será que el mundo existe en función de lo que está dentro del motel?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: El espejo existe en función del motel, y no hay mundo que pueda contra esto.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: Cuando uno está en un motel, cuando estás de verdad, el mundo de afuera no existe. Volver al mundo es doloroso como un parto.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Qué pasaría si uno cuelga un espejo de obsidiana en un motel?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Brincaría desde el otro lado un azteca, y tendríamos que acudir entonces a Julio Cortázar y a Augusto Monterroso para que nos ayuden a devolver al azteca a su mundo. Pero claro, antes deberíamos hacer un ritual que trajese a ambos escritores a la vida, y para hacer ese ritual deberíamos traer a Aleister Crowley a la vida, y para traer a Crowley a la vida, deberíamos estar muy preparados, con todos los escudos protectores del universo, porque Crowley no es cualquier cosa. Total que, ante todas estas imposibilidades, el azteca andaría por ahí, viendo a ver a quién caza y qué corazones arranca, por lo que posiblemente aparecería gente muerta en el motel, y todo el mundo creería que se trata de una secta satánica, inspirada en Aleister Crowley, pero ya nosotros sabemos que no es así. Al final, el azteca saldría corriendo desnudo por la calle, con un cuchillo de obsidiana en la mano. Bajaría entonces por una avenida, pegando gritos, y justo a mitad de la misma, desaparecería, tragado por su propia boca, tan enorme de tanto gritar.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">Así que, para evitar todo esto, recomiendo no poner espejos de obsidiana en los moteles.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÈ URRIOLA: Los espejos de obsidiana en los moteles reflejan una imagen gótica de los amantes. Cada beso es devuelto como una mordida, cada envestida es una daga que penetra. El encuentro sexual se convierte en una batalla de dientes afilados y uñas que desgarran, cada gota de flujo corporal se derrama con idéntica cantidad de sangre. En los espejos de obsidiana se desenvuelve nuestra vida vampírica y los orgasmos en ese lado de la existencia serían insoportables en ésta (son hasta cincuenta veces más fuertes). Los espejos de obsidiana en los moteles son buenos para verse la cara que uno pondría -y que pondría ella- si fuésemos capaces de tolerar un orgasmo de esa envergadura.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: Me parece a mi que en los moteles uno asume una visión de túnel y se olvida de lo periférico. ¿Que creen ustedes que habría descrito Simonides, el supuesto padre del Ars Memoria, tras visitar un motel?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Hubiera dicho que el motel es un bote que flota en la inmensidad de una mar sin tiempo, entre cuatro paredes y guiado por el faro incandescente que busca las profundidades de una caverna donde naufragar.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: Se le hubiera ocurrido el término Motel. Y en esas 5 letras se acuñaría entonces todo ese universo de acciones y sensaciones que necesitaba nombrar y recordar.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><strong>ENRIQUE ENRIQUEZ: En 1975 el artista holandés Bas Jan Ader se aventuró al océano Atlántico en un bote de vela diminuto, como parte de su proyecto “In Search of the Miraculous”. Salió de California con la idea de llegar a Europa en un par de meses, pero nunca más se le volvió a ver. A los moteles también se va en busca de lo maravilloso. ¿No existe también el riesgo de desvanecerse?</strong></div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">FEDOSY SANTAELLA: Yo entré una vez en un motel, me desvanecí y salió otro idéntico a mí. Desde aquel entonces fui ese otro, y debo decir que me costó mucho volver a ser yo. Los moteles son una cuchillada de la locura.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">JOSÉ URRIOLA: Sí, corre el riesgo de desvanecerse uno como huésped; pero se corre al mismo tiempo el riesgo de multiplicarse. Uno se atomiza, se disgrega en varios. Ya lo decía Borges que le angustiaban los espejos y la cópula porque reproducían a los hombres. En los moteles, ya lo sabemos, hay de las dos cosas.</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify"><br />
</div><div align="justify">Nueva York - Caracas, 2010</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-21463961841406297082010-07-21T07:58:00.013-04:002010-07-30T15:51:44.747-04:00Boda de plata<b>Linterna Roja</b><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl6q9jOVFM1TpddAGMSphc1HUYrJQH8gxRYmICw-28fcMe-zKiphINS5OHPrLq0JttnRl60neLiI2fVjbyfYAT_I4_NfL-cPxxMTo9giaCG45ZKfv66aWp39v1yMlaej6fdqiD5xxE1bXR/s1600/motelA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="191" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl6q9jOVFM1TpddAGMSphc1HUYrJQH8gxRYmICw-28fcMe-zKiphINS5OHPrLq0JttnRl60neLiI2fVjbyfYAT_I4_NfL-cPxxMTo9giaCG45ZKfv66aWp39v1yMlaej6fdqiD5xxE1bXR/s400/motelA.jpg" width="400" /></a></div><br />
<br />
<em>Cierra la puerta con el pie mientras le desnudo</em><br />
<em>de un golpe. </em><br />
<br />
<em>A tientas,</em><br />
<em>su pene me roza el vestido y lo mancha. Pasos por el pasillo, </em><br />
<em>mojo uno de mis dedos y se lo paso por el glande.</em><br />
<br />
<em>Me sube la ropa hasta la cintura y acaricia mis nalgas. </em><br />
<em>Se frota, me besa. </em><br />
<br />
<em>Huele a acero.</em><br />
<br />
<em>Bajo antes de llegar a la cama.</em><br />
<em>De rodillas, le huelo los cojones,</em><br />
<em>chupo su polla: se corre.</em><br />
<em><br />
</em><br />
<em>Las luces no funcionan. Pasos por el pasillo.</em><br />
<em>Ya suda. </em><br />
<em>Me coloca sobre un cojín en el vientre y separa mis nalgas con sus manos.</em><br />
<br />
<em>Besa y </em><br />
<em>lame justo en medio.</em><br />
<br />
<em>Dice que está rico.</em><br />
<em></em><em><br />
</em><em>Dibuja un semicírculo con la lengua, recorre la raja hasta que se pierde. Muerde la carne, la muerde, coge aire, la penetra con su lengua dura y con sus dedos.</em><br />
<br />
<em>Alterna: dos y dos. </em><br />
<em>Saliva, salivo.</em><br />
<em>Me folla despacio. </em><br />
<em>Me corro con la boca abierta.</em><br />
<br />
<em>La vuelta, cariño.</em><br />
<br />
<em>Su pene me roza la barriga y la mancha.</em><br />
<em>Pasos por el pasillo, me mojo un dedo y se lo paso por el glande.</em><br />
<br />
<em>Aprieta mis nalgas y las marca con sus dedos.</em><br />
<em>Fuerte.</em><br />
<em>Se frota, me besa. </em><br />
<em><br />
</em><br />
<em>Huele a acero.</em><br />
<em><br />
</em><br />
<em>Le mamo los cojones,</em><br />
<em>la polla, subo a ella: me corro.</em><br />
<br />
<em>Las luces no funcionan. Pasos por el pasillo.</em><br />
<em>Sudo</em><br />
<em>y le coloco un cojín bajo el vientre. Separo sus nalgas con mis manos.</em><br />
<em>Beso y le como justo en medio. </em><br />
<br />
<em>Está rico.</em><br />
<br />
<em>Dibujo un semicírculo con la lengua, recorro su raja desde las pelotas hasta que se pierde. Muerdo la carne -la muerdo- cojo aire, le penetro con mi legua dura y con mis dedos.</em><br />
<br />
<em>Alterno: dos y dos. Saliva, salivo.</em><br />
<em>Le follo. Se corre con un gruñido lento y</em><br />
<br />
me despierto…<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEip3z8_vIo58nsJkE9O3ozltTT7gYt98HFQxA05DrzM_a9RUzt1MsYshpd9hQnrPnRVGmmvbEUKCzxZqr-_yGkGPqFioZ9DHDO3_z1ozEz5dZC14akvjvpr8YZ1dRN5jplrJYXgiNrUpaKt/s1600/motelB.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="187" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEip3z8_vIo58nsJkE9O3ozltTT7gYt98HFQxA05DrzM_a9RUzt1MsYshpd9hQnrPnRVGmmvbEUKCzxZqr-_yGkGPqFioZ9DHDO3_z1ozEz5dZC14akvjvpr8YZ1dRN5jplrJYXgiNrUpaKt/s400/motelB.jpg" width="400" /></a></div><br />
sola <br />
<br />
en la cama. <br />
Me despierto desnuda, despierta, sin cubrir y cierro los ojos de nuevo. <br />
<br />
Vuelvo al sueño: me lo acabo.<br />
<br />
<em>Amanecemos él y yo despiertos. Las sábanas se han perdido durante la noche.</em><br />
<em>Me tiene envuelta con su propio cuerpo. Sus rodillas rozan mi espalda y su mentón descansa sobre las mías. Ha metido el brazo entre mis piernas y alcanza mi nalga con su mano. </em><br />
<em>La acaricia. Estoy irritada.</em><br />
<br />
Abro los ojos. Sola en la cama me despierto. Miro al televisor y recuerdo que ayer me dormí mientras veía esa película. <br />
<br />
Y allí,<br />
soñé bonito. <br />
Soñé un sueño húmedo. <br />
Sueño contigo.<br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhr4wVCHkG7RX6WwWuapCb539zQkPVwLMer5poX5aAzfpbHBhJHznp7paVQqgfzoygeIj1OkiI_ThKJxXsV_sZZKZTP-SJSUwZSLoeZY_pVBBa0frs80DvnglTIwDi0I0UGRe7JPOy9KQlz/s1600/motel+C.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="145" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhr4wVCHkG7RX6WwWuapCb539zQkPVwLMer5poX5aAzfpbHBhJHznp7paVQqgfzoygeIj1OkiI_ThKJxXsV_sZZKZTP-SJSUwZSLoeZY_pVBBa0frs80DvnglTIwDi0I0UGRe7JPOy9KQlz/s400/motel+C.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div style="text-align: center;"><br />
</div><div style="text-align: center;">Eric Fischl. Motel, 1984.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-80862593523571959722010-07-21T07:55:00.016-04:002010-07-27T11:32:40.359-04:00Algunas fechas no olvidadas/Motel en Topeka<b>Humberto Valdivieso</b><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTA6XJA9RQhGGe6ylPalz4Q_RGv9l2-MHPY542G-IfcfozT0_jnGsU1stKQ4EM-HhgiMfuWLHKnc29rgn-Pj5_hn7BAEMOmcX67t39YUqeuOwoDCGWeaFKg5Xy1_o3NYK6iXq1QPsmntpl/s1600/dragongraffiti.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="236" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgTA6XJA9RQhGGe6ylPalz4Q_RGv9l2-MHPY542G-IfcfozT0_jnGsU1stKQ4EM-HhgiMfuWLHKnc29rgn-Pj5_hn7BAEMOmcX67t39YUqeuOwoDCGWeaFKg5Xy1_o3NYK6iXq1QPsmntpl/s400/dragongraffiti.jpg" width="400" /></a></div><br />
<div style="text-align: right;"><br />
<span style="font-size: x-small;">Entretanto, aquí estoy en mi oscura demencia, </span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: x-small;">absolutamente solo con mi baraja de naipes y, </span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: x-small;">desde luego, con el látigo que Dios me dio.</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: x-small;"><br />
</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: x-small;">Truman Capote</span></div><br />
<br />
<div style="text-align: justify;"><em>Septiembre. 1980. 4:30 AM</em></div><div style="text-align: justify;">Una mujer, enferma, mira, a diario, a través de la ventana que da al poniente. No es puntual, aunque siempre lo hace cerca del atardecer. Abajo está el jardín. Un metro después la avenida. En la acera las camareras fuman, hablan mal y esperan impacientes a sus amantes. Tienen sexo el resto de la noche. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Esa madrugada hizo frío. Era la tercera vez que se asomaba durante la noche. Los bordes del marco estaban lamiendo sus extremidades. Las yemas de sus dedos presionaban el vidrio. Una de las camareras, que miraba desde los arbustos mientras soportaba las manos gruesas de un chico sobre la espalda, pensó: “amanecerá muerta una mañana”. “Sus labios aún estarán pintados esa mañana”. “Morirá sosegada, tras una fría noche de amor”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El anciano gruñe, está fría su cama. No puede dormir porque la extraña. Ella quiere saltar y no lo hace. Agota sus ganas y el aliento de la despedida en cada intento. Envidia la fuerza de aquellos amantes que no ha dejado de ver. Aprieta los dientes. Pero los lamentos del viejo, sus aullidos de lobo, proscriben el deseo de la suicida.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>5:00 AM. El día siguiente</em>. </div><div style="text-align: justify;">Luego de siete días de alcohol y encuentros furtivos con los mesoneros un poeta escribe: “Ella ve caer las ventanas, él siente el ardor. Y juntos se abren un ojal en la mejilla. Luego celebran, su noche; su inundación”. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>Junio. 1981. 5:30 AM.</em> <span style="font-size: x-small;">(i)</span></div><div style="text-align: justify;">-¿Eres capaz de perdonarme?</div><div style="text-align: justify;">-No lo sé. A veces pienso en esos dedos que descansan bajo una almohada sin importar lo ocurrido noche tras noche. Sin embargo, las paredes son tan...</div><div style="text-align: justify;">-Te equivocas. No hay tales paredes invisibles, ni ojos tras los espejos. Sólo nosotros. Tú en tu círculo y yo, aquí, tratando de moverme. </div><div style="text-align: justify;">-Pero hay cientos de personas durmiendo afuera; tal vez por eso me arrepiento. Antes se trataba sólo de placer, de unas lenguas histéricas, de secretos.</div><div style="text-align: justify;">-¿Y los policías? No olvides a los policías. </div><div style="text-align: justify;">-Ellos sudan en las escaleras como la mayoría de mis amantes. </div><div style="text-align: justify;">-Sí, tus escaleras; siempre manchadas por hocicos pintados y graffitis de dragones.</div><div style="text-align: justify;">-Te amo.</div><div style="text-align: justify;">-Despierta. </div><div style="text-align: justify;">-Aún no va a amanecer.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>Abril. 1983. 7:30 PM</em><span style="font-size: x-small;">. (ii)</span></div><div style="text-align: justify;">Hoy comienza el hormigueo del humo sobre la piel. Todo tropiezo queda suprimido mientras una triste vela enciende la habitación. La ansiedad sube a tu cama. Los amantes dejan su basura en cualquier esquina y continúan sollozando con vaciedad. Esta madrugada los cierres bajan frenéticos por la calle y las persianas caen doblegadas, sin detenerse en el descanso de la escalera. La palabra amor ya no está, escapó por la punta de los dedos. Y tu ciudad; Topeka, la ignorante, salta desde la ventana hacia el vacío liquidando a millones y pariendo a otros tantos. Luego el sol se encargará de secar la saliva y el semen. Cada palabra prohibida será desbordada del sexo oral a la sangre que baña el continente mientras los gestos, las caricias, las lágrimas y los gruñidos suben entre esos senos que vuelan libres tras una franela, bajan por el urinario, atacan a su prójimo, se queman con el café, toman el metro, el autobús, el olor de 110 que sudan en el vagón; luego un charco, un puesto en la tercera estación, la poderosa bofetada de Nietzsche, el salivazo vital, el culo de una descuidada, el ladrido del perro, los ojos de un ciego y alguna mano que se desbarata al caer la moneda del Dios te pague y la noche (pero no la noche, tu noche), esa que camina descalza sobre la hojilla aguardando el grito penetrante del minutero mientras unos dedos sucumben entre tus labios de hoy.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>Septiembre. 1983. Hora indefinida .</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Primera ronda (anotada a mano en una planilla de sugerencias)</strong></div><div style="text-align: justify;">El sommelier lubrica la mano entre los muslos de su concubina. La maestra de yoga está entregada a la meditación. El sonido pertenece al grito de sábanas y el silencio tiene su origen en esa postura donde alcanza el equilibrio. La paz de ella es parte de un alineamiento corporal y espiritual que permite la revelación. La sed de ellos es por el alarido que anuncia la llegada de la sangre a todas las cavidades del cuerpo, el olor intenso de la piel, la contracción de los músculos y el pubis levantado entre las sombras. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Segunda ronda (anotada a mano y escondida en el mostrador)</strong> </div><div style="text-align: justify;">El dudoso gesto de aceptación cambia el destino de los tres adolescentes. Uno de ellos, saturado de pena y esperanzas, evita una mirada directa. Otro, el amigo más cercano, cierra las calles en su imaginación (sus padres nunca podrían llegar repentinamente). El que vive tres cuadras más arriba abre el e-mail desde su ipod y verifica el precio. Todos habían jurado (y mentido), frente a los padres, eludir el camino de las sombras. Aguardan al borde de la cama. Nadie quiere ser el último. Todos ruegan para que tarde en llegar el primer rayo de luna. <span style="font-size: x-small;">(iii)</span> </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Tercera ronda (Anotación casi ilegible encontrada en una servilleta. Escrita a mano por un poeta que pasó la noche en el bar junto a su pareja gay)</strong></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“…abismo saturado y seres sedientos que penetran la tierra buscando pertenecer al vientre circular, al primer gruñido de la soledad”. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Nota Bene: hubo otras miradas, otra gente y algunos encuentros. Esos no le apetecen a mi memoria y jamás fueron escritos. </strong></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>____________</strong></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-small;">i. Diálogo inevitable. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-small;">ii. Nadie se fijó en la hora. Ocurrió cuando le tomaban el pulso y todo, al parecer, fue anotado a mano. </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: x-small;">iii. A partir de esta noche han dejado de ser inocentes. Desaparecieron entre esas multitudes de muslos y caricias que habitan la fosa común de la madrugada.</span></div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-77131308741949401432010-07-21T07:50:00.000-04:002010-07-21T16:58:41.821-04:00Sófocles y la culpa<b>Kira Kariakin</b><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEivjBK0uZUh6hb9nD1DnwVNT19drAB8zn_BdpZcXVfOtXRrJQAt6v4bT6dKFKayW_S6gVKRPQWVR0B9ov6e77Y01k-J5Db-h4QU-b0CDvaI18I3yCFWxdKOCpLgJjMLWIbnWeNJWiIWr_SY/s1600/sexo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEivjBK0uZUh6hb9nD1DnwVNT19drAB8zn_BdpZcXVfOtXRrJQAt6v4bT6dKFKayW_S6gVKRPQWVR0B9ov6e77Y01k-J5Db-h4QU-b0CDvaI18I3yCFWxdKOCpLgJjMLWIbnWeNJWiIWr_SY/s320/sexo.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br />
<br />
Se sintió culpable. Se sigue sintiendo culpable y no lo puede evitar. Cada vez que suben por La Panamericana hacia La Orquídea o Las Vegas, o se llega a Guarenas a Las Puertas del Este la culpa empieza a morderle el estómago. Ni se diga a la entrada del Aladino o de alguno de los Dallas. Mientras más céntrico peor. La culpa se le mezcla con la paranoia de que los vean. No es pacatería, o por lo menos no lo cree así. Pero es que andar robando ocasiones en la casa de los suegros o de sus padres sencillamente era demasiado riesgo, y aunque disfrutaba el apremio, con ropa encima pero en operación comando bajo la falda, un buen susto bastó y sobró –casi los agarran- para eliminar la mezcla de excitación y peligro a riesgo de vergüenza. Se acabaron un día los orgasmos concentrados, rápidos y ahogados en el estudio, el family room, el comedor y la cocina. Decidieron lo del motel ese día en que casi los sorprenden. Se fueron a un sitio que les recomendaron, un edificio viejo y desconchado, escondido por Chacaíto, pagaron y se fueron al cuarto en donde sólo había un colchón de semicuero gris, mal cubierto con una sábana sin esquineros. Ya no hubo prisa. Finalmente, se verían desnudos por completo, se sentirían desnudos. Allí empezó todo. La tristeza del sitio, la precariedad, le jugaron la mala pasada. O eso creía. Sí, lo hicieron rico. Se saborearon lento, él se introdujo en ella con calma, mirándose en sus ojos para siempre. En esa mirada se gestó la culpa que más nunca le dejó. Al terminar, se dieron una ducha rápida y fría, bajo el chorro de un tubo que salía de la pared, en un baño sin cortinas, ni espejo siquiera. Habían ido al propio matadero. Él no sabía cómo explicarle al doctor lo que sentía. Por supuesto, el amor estaba allí firme, pero la pasión murió ese día, en ese primer motel, sobre un colchón curtido y antihigiénico. Ese día, en el que se dio cuenta que esa mujer sería la madre de sus hijos y en que la ternura y el amor se le mezclaron con asco y prurito matándole la pasión. Ella se rió divertida cuando él le preguntó si no se sentía culpable de haber ido allí. Claro que no, le dijo ella. Con las ganas que se había tenido que aguantar de loquear en la cama, de gemir a todo pulmón, de tragárselo con hambre, de pasearse por todas las posiciones imaginables, en definitiva de putear con él, se moría porque se decidieran a ir a moteles y ahora estaba feliz. Claro, ese en particular, no era la mejor opción para las siguientes ocasiones. Y al decir eso, se carcajeó. Él le explicó al doctor con angustia que se habían paseado por todos los moteles conocidos a petición de ella, y que cada vez que llegaban a uno nuevo, le aumentaba la desazón. Cada vez más, el deseo se le dormía al entrar en una de esas habitaciones de camas inverosímiles y decoración barata. A ella todo el asunto le afectaba de manera contraria, se ponía como loca, desde hacerle estriptises, usar accesorios cada vez más audaces, hasta incluso sugerirle citar a una puta y probar de a tres. Esto último él se lo tomó a chiste, pero no hizo sino alarmarle por dentro. La quería, ella sería la madre de sus hijos ¿cómo es que le hablaba así y se le ocurrían esas cosas? ¿Será que cometió un error al llevarla a un motel? ¿Sería que sus ganas desinfladas era culpa de los moteles?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El doctor escuchaba compasivo sin quitarle la vista desde encima de sus lentes. El paciente esperaba una respuesta, con los ojos aguados. El doctor miró el reloj de pared y dio gracias al cielo por los cinco minutos que quedaban de sesión. Le tranquilizó sin darle aparente importancia al asunto, diciéndole que lo que sentía era normal por lo cercano de la boda. Y que se sorprendería de saber cuántos hombres estaban en su misma situación, pero que no lo comentaban. Que lo de su novia era algo pasajero, estaba explorando su sexualidad y que se asentaría poco a poco, sobre todo después de la boda.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El paciente le miró entre aliviado y aún perplejo. No estaba convencido, pero por lo que le pagaba y el aire de sabiduría que le daban las canas al terapeuta, decidió creerle. Se despidió hasta la próxima semana sintiéndose algo liviano.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El doctor se quedó solo, mirando al reloj, luego desvió la vista y se la clavó al retrato de Freud que reinaba en el consultorio. Pensó que quizás el mundo fuera más sencillo, si Sófocles no hubiera creado a Yocasta y a Edipo, y si el viejo Sigmund no hubiera sido austríaco en plena era victoriana. Ojalá los nervios fueran sólo nervios, suspiró. Pensó con lástima que ese muchacho una vez en casa con su esposa, iba a extrañar sus días de motel, cuando se activaran el resto de las tragedias griegas en la psique de ambos.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-64460831643629754172010-07-21T07:48:00.000-04:002010-07-30T08:45:56.368-04:00El motel de los asesinos<strong>Fedosy Santaella</strong><br />
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaEf9J8LVD0tBWTE1ijg-MN-_B-BOPn1N8__1nnS7NdSV2_JrzEP4qLSAv7YkbH5UufrCHdeJVRkKUbTDldb7YSsslswejTgHHWXSQl_MP1L7J88x9IumUyxzRaFMJNajBrFF2w57fsk6y/s1600/tr%C3%ADo.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiaEf9J8LVD0tBWTE1ijg-MN-_B-BOPn1N8__1nnS7NdSV2_JrzEP4qLSAv7YkbH5UufrCHdeJVRkKUbTDldb7YSsslswejTgHHWXSQl_MP1L7J88x9IumUyxzRaFMJNajBrFF2w57fsk6y/s320/tr%C3%ADo.png" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br />
<strong>Violentos y frágiles</strong></div><div style="text-align: justify;">Armando le dijo que escuchara, que se quedara quieta, que escuchara lo que le iba a leer. Lucía, entre sonreída e inconforme, dejó lo que estaba haciendo y se acostó en la cama, junto a él, el codo en la cama, la mano en la mejilla.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Habían llegado al hotel Santa Teresa la noche anterior, trasnochados, embotados por la fiesta del matrimonio y con los cuerpos desarticulados por el cansancio. Apenas entraron en la habitación, se tiraron en la cama y se pusieron a contemplar aquel espacio que les gustó por amplio y lujoso. Las fuerzas le alcanzaron para cambiarse y para ver unos minutos de televisión. Se levantaron al día siguiente, a las diez de la mañana. Aún entre las sábanas, Lucía le dijo a Armando: «Por fin libres». Él sonrió y la abrazó. Ya bajo la ducha, Armando intentó hacer de sus manos un par de veletas perdidas sobre el mar sinuoso de Lucía, pero ella lo detuvo con delicadeza. «Ahora sólo quiero besos», se excusó, y él no se opuso. Salieron y dieron algunas vueltas por los alrededores de la plaza Santa Teresa, llena de luz en sus cuatro esquinas y franqueada siempre por carruajes tirados por caballos. Después se metieron en un pequeño restaurante de comida típica. Almorzaron y, a la salida, Armando compró El Universal. Volvieron al hotel sin mayores desvíos. Querían descansar, ya tendrían tiempo para adentrarse en la maravilla de aquella ciudad colonial, y también para el desenfreno sexual de costumbre. En la habitación, Lucía se puso a revisar la guía de restaurantes. Buscaba un lugar bueno y cercano para cenar. Armando se puso a leer el periódico, y a poco se quedó dormido. Cuando despertó, Lucía estaba a su lado y lo veía a los ojos. Armando la besó en los labios. «Han pasado tantos años», dijo Lucía, y Armando volvió a besarla. Luego ella se metió en el baño y se duchó otra vez. Él buscó el periódico. Al rato, Lucía se sentó en la cama en panties y sin sostenes, peinándose el cabello mojado. No tardó en ponerse de pie y en empezar a buscar la ropa de la cena. Armando le dijo que había encontrado una crónica terrible y al mismo tiempo fascinante, y le pidió que la escuchara. Empezó a leer, pero Lucía entraba y salía del baño, cada vez más vestida. Desconcertado con el ajetreo, Armando le pidió que se quedara quieta. Lucía se acostó en la cama y ahí fue cuando él pudo leer con calma.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La noticia había ocurrido en la ciudad de Popoyán, capital del Valle del Cauca. Ella preguntó si sabía dónde quedaba eso, y él dijo que no, que ellos estaban en Cartagena de Indias, ciudad del norte que daba hacia el atlántico, y que no sabía más que eso. Siguió leyendo. Una pareja había fantaseando durante meses con un trío. Dos mujeres, un hombre, típica fantasía masculina. Después, aquel juego pasó a ser una posibilidad. Habían estado viendo videos lésbicos en distintos sitios de Internet, y ella se había ido acostumbrando a la idea de dejar que otra mujer se le metiera entre las piernas. Una tarde se fueron para un motel y llamaron a una chica prepago. Cuando la chica llegó, ellos ya habían tenido sexo varias veces, excitados, locos con la idea. Desnudo, intentando calma, él explicó lo que querían. La chica debía gatear sobre el cama hasta las piernas de la mujer, y meterse allí, a besar, lentamente. La chica se quitó la ropa, se inclinó sobre la cama, se puso en cuatro y empezó a moverse hacia la mujer. Cuando llegó a las piernas, cuando empezó a bajar besando, la mujer se puso nerviosa. El hombre quiso saber si la mujer estaba bien, pero ella temblaba, apretaba los labios y soltaba gemidos que no eran de goce, sino más bien de miedo, de miedo de animalito con ojos brotados. El hombre no sabía qué hacer; algo no estaba bien, lo sabía, pero al mismo tiempo estaba muy excitado, y por nada del mundo se atrevía a interrumpir la escena que tanto le fascinaba. La mujer, al borde del estallido, empujó a la chica con las piernas. La chica cayó al piso, se arrastró hasta su cartera y trató de sacar algo, pero el hombre, dominado por el instinto de una ira callada, se le fue encima y la pateó. La chica gateó hasta una esquina y allí se ovilló. El hombre revisó la cartera y encontró un potecito de gas pimienta. Se fue contra ella, la haló de los cabellos, le alzó la cara y le aplicó el gas. Ella se llevó las manos a los ojos y pegó gritos histéricos. La mujer, también de pronto enfurecida y temerosa del escándalo, dio saltos hasta chica. Con cada cachetada le ordenó entre dientes que se callara. La chica, por el contrario, pidió ayuda a gritos. La mujer y el hombre comenzaron a golpearla y a patearla. En cierto momento, dejaron de agredirla y se dieron cuenta de que había perdido el conocimiento. Intentaron reanimarla, la sacudieron, le dieron otras cachetadas. Incluso buscaron agua y se la echaron encima. No querían aceptar que la habían matado. Alguien empezó a darle golpes a la puerta, varias voces llamaron. El hombre y la mujer corrieron desesperados por la habitación, recogieron sus ropas, en su locura buscaban otra salida que no existía. Decían ya va, ya va, que ya les iban a abrir. Finalmente la puerta se abrió como si hubiera estallado y entraron los hombres de seguridad del motel, las mucamas y el gerente. Los de seguridad sometieron a la pareja, las mucamas pegaron gritos y el gerente corrió a llamar a la policía.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Qué horror —dijo Lucía.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, ¿verdad? Qué violentos y qué frágiles somos —dijo Armando.</div><div style="text-align: justify;">Lucía hizo unos segundos de silencio, como meditando, y luego preguntó:</div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué me leíste esa historia?</div><div style="text-align: justify;">Armando también pensó otro tanto.</div><div style="text-align: justify;">—No sé, quizás porque pasa en un motel.</div><div style="text-align: justify;">¬Ella no dijo nada, se puso de pie y cambió el tema:</div><div style="text-align: justify;">—Es hora de cenar.</div><div style="text-align: justify;">Armando dejó el periódico a un lado y también se levantó. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Tregua en la cama</strong></div><div style="text-align: justify;">Cenaron en El Mercadito, un restaurante cercano al Santa Teresa decorado como un bodegón y con mesas distribuidas entre unos estantes repletos de delicatesses. La pasaron bien, pero no conversaron mucho. Quizás porque disfrutaban del ambiente, quizás porque así había sido siempre. Armando era por lo general callado, y Lucía respetaba sus silencios.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Después se fueron al hotel. Contrario a lo habitual, el sexo transcurrió sin inventos gozosos ni largas duraciones. Parecía haberse establecido entre ellos una especie de tregua a la agitación sexual. Abrazados, aún en la cama y sin palabras, se quedaron viendo la ventana grande de la habitación. En la oscuridad aún se veía parte de la muralla, y al fondo el agujero inmenso que era el océano sin límites. La ventana estaba abierta y entraba una brisa salada, reconfortante. Era como si unas aguas invisibles llenaran y atravesaran el mundo. Se separaron en silencio, como temerosos de despertar alguna bestia abisal, y en silencio se vistieron con sus piyamas. Ella cerró la ventana. Cuando regresó a la cama, él apagó las luces. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Cielo de agua</strong></div><div style="text-align: justify;">Cartagena, afuera estaba Cartagena. Y el desayuno del hotel, que era delicioso y tenía lugar en el área de la piscina, arriba, en la azotea del hotel. Por un lado, los techos antiguos, un campanario, el cielo azulísimo que se hacía agua en la piscina, ondas rutilantes, frescura; por el otro, muy a la distancia, los edificios modernos, altos, extraños en el contexto cercano de la ciudad amurallada. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sin miedos a las hipérboles, se dijeron que aquel era el mejor desayuno del mundo. Arepa de huevo, pandebono, huevos con cebolla y tomate. Luego se fueron a la habitación, a cepillarse los dientes, a buscar las cámaras. Lucía lo besó de lengua antes de salir. Armando le agarró las nalgas, Lucía soltó una risita. Pero ambos, de mutuo acuerdo, dejaron el juego. Estaban listos para la luz del trópico, para las edificaciones coloniales, para los museos, para las divinas comidas de la ciudad amurallada. Afuera estaba Cartagena.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Hacer la muerte</strong></div><div style="text-align: justify;">Hacía unos minutos habían apagado la luz. Antes, ella había estado leyendo y él viendo televisión. Ahora, en la oscuridad, la voz de Lucía aleteó inesperada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—La Muerte prefiere los moteles.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo? —dijo la voz de Armando, y luego su cuerpo giró hacia ella.</div><div style="text-align: justify;">—Recuerdo a tus asesinos de motel y pienso que la Muerte prefiere los moteles.</div><div style="text-align: justify;">Armando, ya frente a ella, sonrió. Le gustaba la invitación al juego de las palabras.</div><div style="text-align: justify;">—De tantas muertes pequeñas, una muerte grande se acumula, ¿no?</div><div style="text-align: justify;">—Los moteles son morgues que laten muertes vivas.</div><div style="text-align: justify;">—Esa es una buena frase, mi bella poeta —admitió Armando, contento, y luego, ocurrente—: ¿Qué tal si hacemos la muerte? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ambos se miraron, se lo pensaron y dijeron que no al mismo tiempo. El cansancio aún los derrotaba. Entonces se besaron, se dijeron hasta mañana y se dieron las espaldas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Lobby zen y zapatos viejos</strong></div><div style="text-align: justify;">Afuera estaba Cartagena, sí. Pero también, afuera de la habitación, estaba el hotel. El hotel Santa Teresa, que era realmente encantador. Un antiguo convento rediseñado con gusto exquisito. Sentarse en el lobby, ver pasar a la gente, ser un testigo confortable del mundo era toda una experiencia zen. El ritmo del corazón bajaba, la respiración se prolongaba y una membrana tibia cubría cada poro de la piel. Estuvieron allí sentados largo rato, sonriendo embobados, sin ganas de hacer nada más; ni de subir a la habitación, ni de salir al sol, ni de hablarse. Era simplemente estar allí, en la recepción del hotel, ombligo del mundo, árbol eterno, sombra infinita.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En algún momento decidieron rasgar la película protectora, y se montaron sobre la ruta del castillo San Felipe de Barajas y de los famosos Zapatos Viejos. La fortificación quedaba lejos, pero animados de pronto con la ciudad, acordaron que sería bueno caminar. Una hora más tarde no sabían dónde estaban. Empezaron a discutir. Él le reprochó que ella no sabía leer mapas, ella que él era un necio que no hacía caso. Terminaron gritándose en una calle solitaria, húmeda y pegada a la muralla. Era la primera vez que se gritaban. Ella zapateó y se alejó. Él tomó la ruta contraria y a mitad de camino se devolvió. La tomó del brazo, ella se sacudió y volvieron a gritarse. Quedaron tensos, rojos, desorbitados. Nada más se miraban, se miraban con rabia. Ella empezó a llorar, se le tiró sobre el pecho; él la abrazó y la consoló. Ella lloró como jamás él la había visto llorar. Luego caminaron hasta una plaza y se sentaron en un banquito, a la sombra de un marañón. Ella se recostó de su hombro, él le pasó el brazo por detrás. Ella rompió el silencio:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Yo no me esperaba esto, no me lo esperaba.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Él no dijo nada, y la atrajo hacia su pecho. Ella se dejó, y volvió a llorar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No puedo olvidar la historia del trío en el motel —dijo ella más calmada.</div><div style="text-align: justify;">—¿Vas a seguir con eso?</div><div style="text-align: justify;">—De verdad, no he podido olvidarla. Anoche, y también hoy, en el lobby. Me cayó encima, como si una luz quemante diera un brinco desde la nada. La veo a ella, ¿sabes?, a la mujer. La veo en blanco y negro, como en cámara lenta, golpeando. Su rostro, trastornado, apretado, feo. Lo tengo ahí, muy de cerca, como si yo fuese su víctima, la receptora de su furia y de sus golpes. Y todo esto ocurre en silencio. Es un silencio que muerde, que me aprieta el cráneo, que enloquece. Prefería escuchar los gritos. Los gritos de ella, los míos…</div><div style="text-align: justify;">—Mi amor, ya te dije que yo sólo quería contarte algo que me pareció interesante. Discúlpame, de verdad.</div><div style="text-align: justify;">—Un asesinato en un motel.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, lo sé… Pero olvídalo, no es nada. Deja todo eso atrás.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Él puso su mano bajo el mentón de ella, y así alzó un poco su cara.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Todo va estar bien, mi amor. Todo va estar bien.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ella soltó una risita.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Como dices tú, yo sólo quería.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué querías? A ver, dime.</div><div style="text-align: justify;">—Ver los Zapatos Viejos. Parece que están justo detrás del San Felipe.</div><div style="text-align: justify;">—Los Zapatos Viejos, ¿más que al castillo?</div><div style="text-align: justify;">—Sí, más que al castillo. Los Zapatos Viejos son una bonita metáfora de lo que se fue y ya no es. Querer a Cartagena, la alguna vez heroica, es igual a quererla como se quieren a unos zapatos viejos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Él pensó en las palabras de ella, y luego dijo, reflexivo:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Oye qué bonito. Qué bonito y qué triste.</div><div style="text-align: justify;">—Así dice el poema de Luis Carlos López.</div><div style="text-align: justify;">—Querer lo que fue grande como se quiere a unos zapatos viejos.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, así.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No dijeron más y se pusieron de pie. Caminaron hacia la muralla tomados de las manos. La subieron y siguieron sobre ella, en silencio, lentamente, ya separados.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>La tina de los inquisidores</strong></div><div style="text-align: justify;">Se enfrascaron en un par de discusiones más. Un día, ella propuso comer en el hotel. Armando se molestó muchísimo. No tenían tanto dinero así, dijo, estaban recortados con los gastos; debían ahorrar. Desde el inicio, le recordó él, habían acordado que ahorrarían en los almuerzos o en las cenas, pero que nunca, en toda circunstancia, irían a restaurantes muy costosos. El del hotel, sin duda, lo era. Lucía tuvo sus argumentos; dijo que la Luna de Miel no se repite dos veces, que debían disfrutar, que habían esperado demasiado por aquellos, y que además el hotel era magnífico. Armando no negó nada de aquello, pero habló de nuevo del trato previo. Ella lo llamó cuadrado; él descocada, y casi estuvieron a punto de gritarse de nuevo. Al final, no cenaron y terminaron molestos sobre la cama, sin hablarse. Y sin sexo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La otra discusión, más inocua aún, se produjo al día siguiente y frente a la tina de los inquisidores en el Museo Histórico. Acababan de enterarse que una de las maneras de detectar si una mujer era bruja o no era sumergiéndola hasta la muerte en aquella tina de agua pesada. Se consideraba que los poseídos por el demonio eran más livianos, pues habían perdido los gramos del alma; así que si la mujer flotaba en aquella agua pesada, era porque había tenido tratos con el demonio. Si permanecía en el fondo, muerta de todos modos, se declaraba su inocencia. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Armando, le susurró a Lucía: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—¿Y si hacemos esa prueba contigo?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ella soltó una risita y también dijo en voz baja: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No me hables tan de cerca, tienes mal aliento. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Armando no replicó, pero ya en calle, volvió sobre el tema:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Con que tengo mal aliento.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, lo tienes —dijo Lucía descarnada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Armando dijo que nunca antes ella le había hecho tal acotación. Pero claro, como ahora estaban casados, ella se creía con el derecho a decir cualquier cosa. Luego agregó que el matrimonio transforma a las mujeres y las vuelve serpientes. Lucía se enfureció y le espetó que el matrimonio efectivamente transforma, que convierte a los maridos en niños llorones y dictatoriales. Estuvieron a punto de gritarse otra vez, pero la calle reventaba de gente y además caminaban a paso apresurado hacia cualquier parte, intentando huir de la furia que llevaban por dentro.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Tampoco tuvieron sexo al acostarse. Pero en la madrugada, Armando se despertó y empezó a moverse inquieto sobre la cama. Luego se sentó de su lado, dándole la espalda a Lucía. Ella despertó y giró hacia él.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—No puedo dormir —dijo Armando sin esperar la pregunta. Lucía se limitó a acariciarle la espalda—. Ahora soy yo el que piensa en el motel. Ahora soy yo quien ve. Pero yo lo veo a él, golpeando, mostrando los dientes, rugiendo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Lucía no dijo nada y le pasó los dedos por la espalda. Luego, él se acostó, muy pegado a ella. Se entrelazaron mudos, casi culpables, en un duermevela que no los dejaría saber si el sexo ahogado que tuvieron formó parte de lo real o de un sueño borroso.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>La muralla de Cartagena</strong></div><div style="text-align: justify;">El resto de los días que les quedaron pasó sin mayores quebrantos. Pero aquella paz tuvo que pagar su precio. Fue como si cada quien se hubiera ido a vivir dentro de sí mismo, dentro de una Cartagena aérea pero inexorable en su muralla de silencios. Los paseos y las comidas relucieron con la tranquilidad cansada de aquellos que fueron a la guerra juntos, y el sexo hizo su aparición sólo la última noche antes de su regreso a Caracas. Más que sexo fue un ajetreo torpe que buscó acabar en breve y que breve fue. Después se quedaron en silencio, y se durmieron, sin hablarse.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Destino final la morgue</strong></div><div style="text-align: justify;">Llegaron a Caracas el domingo siguiente a las doce del día. A su apartamento en Santa Fe Norte, a las dos y media de la tarde. Dejaron las cosas, y casi huyendo por acuerdo tácito de la pesada intimidad del apartamento, decidieron salir a comer algo. Armando manejó, pero en lugar de ir a un restaurante, agarró la ruta de El Rosal y se metió en el primer motel que encontró. Lucía se mantuvo hierática.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Entraron a la habitación besándose y tocándose como locos. Se desnudaron sin más, se echaron en la cama y empezaron a hacerse las mil cosas que les gustaba hacerse, a ratos con desesperación, a ratos lentamente, siempre hurgando cada intersticio, siempre tocando, lamiendo, disfrutando. Una hora, más de una hora. En eso estuvieron, sin parar, sin hablarse, sólo moviéndose sobre la cama, descansado un poco pero igual tocándose. Tras el último orgasmo en conjunto, se quedaron tumbados sobre la cama, exhaustos. Se vieron, se miraron fijamente como no se habían visto desde Cartagena, y comprendieron. </div><div style="text-align: justify;">—Estuvo como antes, ¿no? —dijo Lucía.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Armando asintió con la cabeza. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Cuando todo era clandestino —respondió Armando, luego desvió la mirada hacia el techo. Ella buscó su mentón con la mano y lo hizo verla de nuevo.</div><div style="text-align: justify;">—Casarnos fue un error, ¿verdad? —dijo Lucía. En su voz no había reproche, y sí mucha ternura.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Armando no respondió, no hizo ningún gesto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Matamos algo, somos como los asesinos de tu noticia —continuó ella.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, matamos la fantasía, la hicimos realidad —respondió Armando.</div><div style="text-align: justify;">—Lo que había era esto, ¿no?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Armando tardó en responder. Luego susurró:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Sí, esta muerte llena de orgasmos.</div><div style="text-align: justify;">—Los moteles son morgues —dijo ella.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, morgues que laten muertes vivas —dijo él.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-22233409479461093652010-07-21T07:46:00.016-04:002010-07-30T16:42:07.386-04:00Golden Star<strong>María Ignacia Alcalá</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhxEWNoI6T6-u-sYPeJ9lhI2yxrH2NmC5ZLL3pEtOLt8Szun6d-MhE1rmbiUknIVWbDJID_GFMXvuSCrqO4jfqPBroUtdrLTac9i43QTzxHr-96w9IDb40cW7KtAMPZoWFVvKatQqpF4fPP/s1600/motel+maria+ignacia.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" bx="true" height="265" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhxEWNoI6T6-u-sYPeJ9lhI2yxrH2NmC5ZLL3pEtOLt8Szun6d-MhE1rmbiUknIVWbDJID_GFMXvuSCrqO4jfqPBroUtdrLTac9i43QTzxHr-96w9IDb40cW7KtAMPZoWFVvKatQqpF4fPP/s400/motel+maria+ignacia.jpg" width="400" /></a></div><br />
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<div style="text-align: justify;">(UN PORTAZO. Y LUEGO DOS PA<em>res de pasos que se alejan con lentitud</em>.)</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Su hermano menor fue el de la idea: comprar un hotel. Él al principio no quiso, le pareció que sería muy costoso. Para él hotel significaba flores frescas a cada metro, sonrisas pegadas en las caras, uniformes blancos, manteles blancos, ventanas blancas. Su hermano le explicó que no, que no era un hotel así. Iba a ser un motel. Un lugar de paso, sin lujos. Con espejos. Le dijo que él se encargaría de toda la remodelación, que tenía el negocio en la mano, que el lugar se llamaba “Golden Star”. A él se le iluminó la cara: la estrella dorada. Recordó aquel cuento que leyó en el periódico una vez y en el que había un viejo Chang que se encargaba de “La estrella de China”. Por un segundo se imaginó arrugado y soltó una risa corta. Su hermano menor insistió con ansiedad disimulada. Él dijo que sí, por qué no, qué más da.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">(<em>se oyen desde lejos unos tacones que ahora es</em>TÁN CASI EN FRENTE Y LUE<em>go pasan hasta el otro lado del corredor</em>.)</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Lo que sabía de las reparaciones del sitio lo escuchaba a medias en conversaciones de su hermano con albañiles y cristaleros o lo veía en los estados de las cuentas conjuntas. Lo que sí sabía con certeza era que una profunda devoción, impregnada por su hermano, se respiraba en los trabajos que se le estaban haciendo al Golden Star. No entendía por qué.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">(UNOS PIES ARR<em>astran una bolsa plástica llena de sábanas sucias, pero paran cuando</em> UN GRITO Y UNOS PAS<em>os rápidos llaman su atención</em>.)</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Él se decidió por fin a ir. Ya el lugar tenía unos meses funcionando y los números decían que iba bien.</div><div style="text-align: justify;">Cuando entró no vio flores ni blancura. No estaba iluminado ni era lo que creía: sintió calma. Bostezó y pidió un cuarto. El recepcionista, que al igual que el resto de los empleados había sido entrenado para reconocerlo, le dijo que había una habitación reservada especialmente para él, en la que nadie nunca se había quedado. Le entregó una llave unida a un llavero de plástico grande y burdo. Se desplomó sobre la cama sin quitarse los zapatos. Se durmió al instante.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Lo despertó la voz de su hermano a través de la pared. Hablaba despacio, como si le doliera pronunciar palabras. Había también gritos de una mujer. Él, desorientado, se levantó, abrió la puerta y salió hasta el pasillo. Vio a su hermano menor metiéndose la camisa. Lo llamó y consiguió que volteara. Su hermano soltó una lágrima desde su ojo izquierdo. Una lágrima; nada más. Como si el otro ojo ya hubiese llorado. Ahora entendía. Recordó los tiempos en los que a él le tocó llorar sus últimas lágrimas y casi sintió otra vez el hueco que hace el dolor debajo del cuello. Le extendió la mano. Su hermano la estrechó y se fue con prisa. Él volvió a su cuarto y se sentó sobre la cama. Más tarde escuchó otra vez a la mujer y después un portazo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">(<em>hay dos pares de pasos vacilantes que van acer</em>CÁNDOSE CON DOS VOCES. LUEGO EL FORCEJEO CON LA CERRADURA, UNA CARCAJADA Y UNA PUERTA QUE SE CIERRA.)</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Su hermano menor no volvió nunca al Golden Star. Se ocupaba de la administración con diligencia, pero no lo vieron más. Él por otro lado, empezó a quedarse en su habitación con más y más frecuencia. Cuando iba a salir de día, la luz le hería los ojos y adentro estaba oscuro y la gente sabía su nombre. Cuando era de noche, lo más lógico era ahorrarse el camino hasta otra cama. Los sonidos de las puertas y los pasos comenzaron a parecerle familiares. Algunos no se repetían, los de la gente que va sólo una vez. Otros, se hacían cíclicos, rítmicos, casi musicales. Y a veces, cuando le toca estar en su casa, le pide a un sirviente que camine y haga ruidos para que él pueda dormir sin insomnio.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-30279610185339268102010-07-21T07:45:00.002-04:002010-07-30T17:12:50.984-04:00El sueño de los insomnes<strong>José Urriola</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQ2c9vslTF2QkeZYx8Y_xgvlEP3mZo1GOdnbUCjDskLjUHU-k7FjcI3QBTpfETlNYdpK0XX449PKu95l4cU2c4hqBbYXaUat6wG1xLkEzQt9GkVLnfJKOirQoJ5GJAU7susgq08V9c9pTv/s1600/expo-vente-mattotti-a-la-nouvelle-galerie-martel-01.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQ2c9vslTF2QkeZYx8Y_xgvlEP3mZo1GOdnbUCjDskLjUHU-k7FjcI3QBTpfETlNYdpK0XX449PKu95l4cU2c4hqBbYXaUat6wG1xLkEzQt9GkVLnfJKOirQoJ5GJAU7susgq08V9c9pTv/s320/expo-vente-mattotti-a-la-nouvelle-galerie-martel-01.jpg" /></a></div><br />
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Tú le dijiste yo soy insomne, insomne grave; y ella dijo qué casualidad, yo también. Y a ti te gustó, te gustó un montón, porque estaba buenísima, porque tenía un culo como para montar una casa y quedarte a vivir dentro, y, sobre todo, porque siempre has creído en esas estupideces de que la gente es especial porque oye la misma música que tú, porque le gustan los mismos libros, les fascina la misma película que a nadie más y porque sufren de las mismas taras que tú. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La siguiente vez que le hablaste fue para confesarle que tenías varias semanas sin poder dormir de tanto pensar en ella. Que tu mujer estaba preocupada, que no sabías qué mentira inventarle, que además le estabas confensando todo esto a ella ahora mismo con el máximo respeto y sin dobles intenciones: que yo sé que tú eres casada y que ni de vaina nos meteríamos ninguno de los dos en un lío así, eso lo tengo clarísimo. Estabas seguro de que así lo exorcizabas todo, te lo sacabas de adentro y de encima. El insomino se te parece tantísimo a la locura que a lo mejor te tomabas un revulsivo y lo terminabas vomitando todo como en una mala resaca. Lo dijiste desesperado, con las manos sudorosas, la barriga fría y con la mandíbula tembleca, tanto que te mordías la lengua al tratar de hablar. Ella te miró con esos ojos sin fondo, con esa mirada que siempre miraba otras cosas que estaban en otra parte, y te dijo: pues yo estoy harta de que te me sientes en la cama todas las noches y no me dejes dormir. Y tú te quedaste callado, porque no tenías palabras ni ideas y la verdad es que todo hubiera sido una idiotez menos quedarte callado. Así que ante tu silencio ella siguió solita y te dijo eso mismo que estabas esperando pero que hubieras preferido que nunca te dijeran: esto se arregla en un solo sitio, la cama.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Quedaste (bueno, quedó ella y tú asentiste) en que se encontrarían el miércoles a las 4 en La Paraulata, una fuente de soda cerca del motel Alabama, de allí se irían a pie las dos cuadras hasta la habitación donde habrían de matar esa culebra por la cabeza. Una vez en la recepción, pagaste, te dieron la llave de la 401 y el control remoto del televisor. El ascensor está al fondo a la izquierda, cuando acaben (hincapié en “acaben”) dejen la llave y el control en la caja de madera que está frente al ascensor, dijo la mujer de la recepción cuya boca estaba coronada con un bigote impresionante. <br />
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Apenas cruzaste el umbral la besaste con toda la boca abierta y le metiste la lengua hasta los senos paranasales, diste un taquito a la puerta y la cerraste sin dejarla respirar. Le metiste mano por debajo de la blusa, la tocaste por encima de las pantaletas, le mordiste el lóbulo de las orejas y le lamiste el cuello. Fuiste tan torpe que chocaron los dientes y le clavaste un comillo en el labio; ella se reía y te decía qué bruto que eres, cabrón. Cosa que te gustó y que te puso el doble de bruto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La desnudaste y te desnudó. Le hiciste todo eso que querías y luego ella te preguntó que por qué no habías hecho aquello otro y tú le dijiste que porque la respetabas y ella te dijo pero es que yo estoy aquí es para que me irrespetes. Y tu cara de idiota fue el doble, si te la muestran en una foto no te reconoces. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Bueno, para ser la primera vez estuvo bien, estuvo rico, fue fuerte pero tampoco dirías que pirotécnico. Digamos que del 1 al 10 para ti fue un 7 (para ella, nunca le preguntaste por temor a la respuesta, fue un 9.5, cabrón, que si te lo llega a decir todavía estarías viviendo de esa renta). Caíste fulminado con la cara contra la almohada. Ella se echó a un lado, roja, sudada, despeinada. Compartieron algo parecido a un gruñido con una risa. Ella te lanzó un muslo sobre los tuyos y, así, empiernados y felices, se durmieron. Dormiste como hacía años no dormías, como si alguien te hubiera bajado el interruptor, o como si el dedo gigante de Dios, por fin, se hubiera apiadado de ti y te hubiera tocado en la frente: duerme ya infeliz. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Despertaste no sabes cuántas horas más tarde. Te dolía hasta el cuero cabelludo, pero era un dolor rico, estabas deliciosamente apaleado. Son las 11, carajita, en nuestras casas deben estar preocupados. Mierda, nos quedamos dormidos, dijo ella. Levantó el muslo y te zafó de la calidez de su entrepierna, se metió en la ducha y a ti te dio un poco de asco que lo hiciera sin chancletas, seguro que iba a agarrar un hongo o algo de eso que se coge en las duchas de motel; pero luego te dio ternura, te metiste con ella y la abrazaste por detrás, le diste besos en la nuca, el pelo, la espalda, le dijiste cosas al justo volumen para que no pudiera escucharlas y lloraste en silencio dos segundos de puro agradecimiento. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Le juraste que eso que había pasado en la 401 no volvería a pasar, que era para sacarse las ganas de los huesos, como un tratamiento altamente agresivo, una cirugía con quimioterapia para ese cáncer que era el insomnio. Se lo juraste por ti, por tu mujer, por ella y su matrimonio, por todos. Ella no juró nada. Cualquier cosa, si todavía necesitas una dosis más nos vemos el viernes a la misma hora y en La Paraulata, fue todo lo que dijo al ponerse los zapatos y salir con su bolso. Tú dejaste el control y la llave en la caja que había señalado la bigotuda. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y a las 4.30 del viernes ya estaban otra vez en la 401 del Alabama, pero esta vez se besaron menos, se metieron menos mano. Ella se lanzó a tu lado y te recostó su hermoso culo al bajo vientre. Vamos a dormir un ratito que estoy muerta, dentro de una hora lo hacemos. Y a ti te pareció bien. Hundiste la nariz entre sus greñas, en ese momento juraste haber encontrado el olor de la felicidad que se parece tanto a la calma y te dejaste ir por fundido a negro, como una luz que se apaga con un dimmer. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Despertaron y eran pasadas las doce. Se vistieron a toda carrera, se besaron en el ascensor. Te juro que el martes sí que hay sexo, dijo ella. No te preocupes, estuvo bueno dormir, respondiste; y no fue por cortesía, lo dijiste del estómago. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El martes en la 401 te desnudó y la desnudaste, te dio un beso casto en la punta y otro en los labios. Cerró las persianas y levantó las sábanas heladas. Vente para acá, dijo sin decir nada, golpeando el colchón con la palma de la mano para indicar dónde te quería. Te lanzaste, la empiernaste, descubriste una vez más lo bien que te acomodabas entre sus muslos, la precisión con la que la planta de sus pies reposaban sobre tus empeines. Un beso con poca lengua y a dormir, porque cualquier otra cosa hubiera arruinado el momento. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pasaron tantos martes, tantos miércoles y tantos viernes como para descubrir que esas nalgas macizas y majestuosas eran la mejor almohada que tu cabeza hubiera conocido jamás. Tantos como para que ella se asegurara de que podía conciliar mejor el sueño si te sujetaba suavemente el pene en una pinza que formaba entre su índice y su pulgar o colocando ambas palmas recostadas de tu barriga. Los osos de peluche siguen existiendo después de grande, te decía al despertar. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Fueron tantos martes, miércoles y viernes (más algunos jueves) como para que la recepcionista bigotuda te dijera: Si pagan la semana completa les sale más barata, pero ustedes deciden. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Alguna vez lo volvieron a hacer, lo hacían como quien se toma un ansiolítico, como el somnífero que sólo se toma de cuando en vez, en caso de emergencia, no fuera cosa que uno acabara adicto. Es que creo que hoy no voy a poder dormir. Vale, vamos a hacerlo un poco que seguro después sí que duermes. Y sí que se podía después, siempre se podía. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un día, después de la ducha -que ya no daba asco ni necesitaba de chancletas- le preguntaste: ¿Tu marido no sospecha nada? Creo que sí, claro que sabe; igual que tu mujer, nadie es tan tonto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Esa misma noche, apenas metiste la llave en la cerradura de casa supiste que tu mujer te esperaba al otro lado, sentada en la mecedora. No hizo falta un grito ni una lágrima. Tú estás durmiendo con otra, ¿verdad? Utilizó el eufemismo “dormir”, y precisamente eso fue lo que te dio tan hondo y te hizo mella.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Las maletas te las tenía listas. No hacía falta recoger nada ni prolongar el dolor. Te fuiste de casa con tus maletas y con la certeza de que volverías a poner un pie allí nunca más. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El martes no te apareciste en La Paraulata a las 4. Te esperó en la 401 ese martes, ese miércoles, el jueves y el viernes. Te esperó la semana siguiente, desnudísima en su mitad de la cama y con las sábanas desplegadas. Pero no fuiste.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un miércoles en el que se te ocurrió por fin ir a explicarlo todo, fue ella quien faltó. Nunca más coincidieron. Ya lo sabes, los descompases son así de crueles.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Tú has vuelto a ser insomne. Estás tan rozando la locura como siempre, pero solo. Y te sientas a escribir estas cosas en segunda persona, como buscando exorcizarlo todo, sacarlo de dentro, vomitarlo, ponérselo encima a alguien más. Mañana a las 4 te darás una vuelta por La Paraulata, quién sabe. </div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-28673104842008389312010-07-18T11:45:00.000-04:002010-07-30T08:45:24.501-04:00Un motel en medio de la nada (fragmento)<strong>Hensli Rahn</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-X3CH2tCLr_Bb8Vsxsox5jZ8_jicPf12I-vnjqKrzJ6cQS49ooO-spErbnKWOXlV_W_38peoQgUdqVZOy7lksWRqEHbSRW5YbXuzzA0a4wM2zKhvlTOAcjYYm1v419-HOOcoXzpofClIE/s1600/wildatheart3.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-X3CH2tCLr_Bb8Vsxsox5jZ8_jicPf12I-vnjqKrzJ6cQS49ooO-spErbnKWOXlV_W_38peoQgUdqVZOy7lksWRqEHbSRW5YbXuzzA0a4wM2zKhvlTOAcjYYm1v419-HOOcoXzpofClIE/s320/wildatheart3.jpg" /></a></div><br />
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<div style="text-align: justify;">1. Había pasado catorce horas en la carretera y cuando llegué a Puerto Ayacucho la ciudad estaba apagada. Me metí en el primer hotel que vi abierto. Un cuartico de paredes texturizadas y techo de oficina. Lajas de material sintético subdivididas por listones de aluminio. El aire acondicionado te obligaba a encapucharte con la sábana, una sábana estampada de motivos ya sin color. Todo era humedad. Cierta geografía de moho coloreaba las paredes. El titubeo de la lámpara, un halo fluorescente guindado de una pared, me indujo al sueño total. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">2. Una bola de vapor eructada en la cara. Esa es la consecuencia lógica, las mañanitas del Rey David, del pasar de una fosa temperada hacia la realidad regional. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No tenía idea de cómo iba a encontrarme con Maria. La última vez que hablamos, sentamos fecha y lugar. Pero luego mi celular murió y, oh Dios de los cielos, era el único lugar donde tenía anotado su número. Dos sordomudos perdidos en el eje ecuatorial.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Con el bulto sobre los hombros me eché al ruedo. Recorrí la avenida 23 de enero en dirección oeste, a mis espaldas tenía la redoma y como norte el Cerro Perico. En vez de subirlo –ya habría tiempo para eso–, doblé por la Río Negro hacia la Aguerrevere. Desayuné en una panadería atendida por un árabe de dos metros con guayas de oro. Un indigente indígena se coló en el sitio, se acodó al lado de unos clientes en la nevera de la pasta seca. El árabe dio algunos pasos detrás de la barra y entre dientes le dijo: como te vuelva a ver aquí te parto el hocico. La gente que estaba allí no oyó nada o pretendió estar caída de la mata. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desde un teléfono público marqué a mi propio número celular. Se me ocurrió que cambiando el mensaje de la contestadora –estoy en el Puerto, en un hotel sin nombre que está en la 23 de enero, después del cementerio, antes de la redoma–, podríamos reencontrarnos con mayor rapidez. Después pensé que si alguien más me llamaba y oía aquel mensaje no entendería un sebillo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Atravesé el Museo Etnológico de Amazonas y llegué a la Plaza Bolívar, copada de palmeras y bancos de acero enverdecido. La estatua ecuestre de Simón, una enorme fabulación congelada en mineral, absorbía con garbo toda la potencia de los rayos solares. Piedra negra bajo una piedra blanca. Cuando pienso en su astucia, en su lucidez militar, en el prisma de sus aforismos, siempre me pregunto si Bolívar fue capaz de prefigurar su propia muerte. Si oyó una voz que le murmuró el día o el lugar o la forma en que iba a dejar de respirar. O si pudo imaginarse la magnitud de su posteridad. Una posteridad laureada y vapuleada, investigada y usada <em>ad infinitum</em>. Y si lo hizo, ¿habrá quedado satisfecho por verse con fama, aunque infame? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sin querer me quedé hipnotizado con la fachada de una pequeña iglesia. Alguien me tiró del brazo. Era un conocido de Caracas. En su franela resplandecía el logo de Helloween. Tenía el pelo más largo desde la última vez que nos cruzamos, y un poblado bozal de barba sin bigote. ¿Qué haces aquí, chamo? La voz le sonó pesada y gelatinosa, como si estuviéramos sumergidos en un tanque de agua. Mientras le explicaba mi plan, me presentó la mujer que estaba a su lado. Iba forrada en una braga con tela de paracaídas. La única abertura era un hexágono a la altura del pecho, por el que brotaban sus dos bituminosos senos. No sabía qué pensar, si mi amigo era un metalero con suerte o un actor porno en busca de material a lo largo del territorio. Dijo que en temporada trabajaba como guía en expediciones a los tepuyes. Le pregunté cuánto nos cobraría a Maria y a mí, con la esperanza de que dijera para los panas gratis, pero la cifra que dijo fue exorbitante. Nos despedimos y me quedé mirando la fachada de la iglesia un rato más. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me senté en un banco y quince minutos después, torciendo el cuello hacia los lados, como abrumada por señales telepáticas, apareció Maria. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Nos fuimos a la posada que ella conocía. Una anciana nos abrió la reja. Pasamos el zaguán, pasamos la cocina, pasamos entre cuartos y baños, pasamos a través de la cortinilla que marcaba el fin del hogar. Se abrió un traspatio con cuartos adicionales y una especie de fuente en el centro. Parecía el plató contiguo al escenario principal de El Chavo del Ocho, donde tuvieron lugar tramas secundarias. Al fondo de éste podían verse quicios de puertas numeradas que nunca se abrían. Abrimos una de esas con la llave que nos dieron. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Tuvimos un atajaperros cuyo quid no fue otro que el dinero. Esto dio pie a un triatlón de pornografía, no sé si llamarla rural o de escasos recursos. El decorado: una vasta colchoneta sobre un paralelepípedo de cemento. Un ventilador chirriante. </div><div style="text-align: justify;"><br />
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</div><div style="text-align: justify;">3. Nos habíamos despertado al amanecer, con los gritos de algunos pájaros. Una mancha daba sprints violentos a través de la pared. Permanecimos inmóviles, ojos al techo, hablando de amantes asesinos y películas. Maria me preguntó si había visto una donde la pareja de forajidos pernocta en un motel en medio de la nada americana. El tipo sale de la habitación en la mañana, con camiseta y el pelo engominado, para tratar de arreglar el Cadillac. La tipa lo espera sobre la cama en lingerie de encaje y tacones bermellón, fumando con boquilla. Alguien golpetea la puerta. La mujer rueda el pomo y Willem Defoe irrumpe vestido de cuero negro. Los flequillos de su chaqueta tintinean. Echa una meada en el baño y luego arrincona a la tipa, amenazando con cogérsela como un conejo. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–Vámonos de motel a motel a motel –concluye.</div><div style="text-align: justify;">–Aquí solo hay posadas, honey bunny. </div><div style="text-align: justify;">–Posada a posada a posada. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La mano de Defoe le aprieta un pezón y luego se posa en la entrepierna de la tipa, quien solloza de excitación. Su boca de carmín, muy abierta, roza la espantosa boca de Defoe, un par de encías gordas llenas de dientes infantiles, sarrosos. Pero Defoe desiste de la masturbación, se separa y se va por donde vino. La tipa queda turbada, llorando a lágrima suelta. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¿Hay moteles en Alemania? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La mancha se desplazó de nuevo. Un tuqueque. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–No como en las películas –hizo como un suspiro. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En la tarde recorrimos otros hoteles de la zona. Pateamos la avenida Río Negro en sentido norte, empalmamos con la Evelio Roa y seguimos hasta el final en sentido este. El Gran Hotel Amazonas lo mismo podía haberse llamado Edificio Verde Plastilina o Parafernalia Aborigen. Se salía de nuestro presupuesto. Agarramos un autobús que nos paseó por la calle Atabapo en sentido oeste, hasta la intersección con la avenida Orinoco. Nos bajamos y caminamos calle arriba, pasando de largo por el Mercado Municipal. Una colección de locales o seguidilla de boquetes cuadrados o súper nichos donde los parientes se movían en cámara lenta, borroneados por el vapor. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Conseguimos cuarto en un hotel llamado Hot L. La recepción era una fosa de vidrios ahumados y persianas entrecerradas. Desde su interior un rótulo de neones delineaba sus letras. Maria dijo que la dueña tenía sentido del humor, puesto que decir L caliente era decir hombre en celo. Al acercarme detecté unas cuantas moscas obnubiladas entre el aviso y el cristal. En medio de Hot y L había una E, sin moscas, muerta como una piedra negra o una esquirla de carbón. La forma del edificio más bien recordaba una herradura, una C o una U, dependiendo del tipo de fuente y como se le mire. Tenía ocho pisos sin ascensor. En el patio interno estaban dispuestos varios tendederos de ropa. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Fijen las ventanas con seguro y cierren muy bien la puerta del cuarto en la noche, nos avisó la mujer de la recepción. Y nos aconsejó que no miráramos hacia fuera. No se refería a posibles atracos sino al mar de ratas (sic). Tienen invadida la ciudad. Hordas de ratas que salen a rumbear, se rió. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Dejamos nuestros bultos en el cuarto, un tercer piso si no me equivoco, y bajamos a cenar. Ella se comió un pasticho, yo una arepa mixta. La lunchería estaba medio llena, alguien canturreaba con una guitarra acústica. Algunos se animaban a cantar o aplaudían efusivamente solos, pero se podía hablar con tranquilidad.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–¿Y cómo termina la película?</div><div style="text-align: justify;">–Mmm –subrayó una esfera con los ojos–. Olvídalo. Es demasiado peligrosa.</div><div style="text-align: justify;">–Habla, te lo ordeno. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Hizo un movimiento veloz y preciso con el brazo. Aplicó fuerza, no demasiada. Me tenía agarrado por las bolas: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">–A-dor-mir –y las exprimió un tilín más.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Despegué los ojos varias veces durante la noche. Se colaba el ruido constante de una tormenta de granito. Una vez fui a orinar y me asomé por la ventana. Creí ver una alfombra que se contorsionaba sola, epilépticamente. Los tendederos bailaban frenéticos sin franelas ni pantalones. Eran como mástiles o astas guapeando ante los embates de la marea, la sórdida prueba de que existía algo antes del deslave animal. Miles de ratas crepitando libres en la noche. De vez en cuando una que otra se estrellaba contra la ventana o la puerta, sonaba como un pelotazo. Me imaginé liquidándolas, mis manos accionando una Uzi. Mis manos dirigiendo un mortero, sus municiones emitiendo flatos de gas mostaza. Mis manos peinando la zona con un lanzallamas. El sonido de un helicóptero que se hacía patente. Contemplaba el agujero negro del cielo y caía una escalera. Trepaba por ella con una sola mano, la otra sostenía el lanzallamas, con el que achicharronaba algunos focos rebeldes. Una pirueta me daba el impulso necesario para terminar de escalar y Maria piloteaba la aeronave lejos, lo más lejos que podía. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No sin esfuerzo me volví a dormir. Aparecí en la lunchería. Llamé al de la guitarra y le tarareé una melodía. Dijo: cómo no, cómo no. Yo le hago la segunda voz, me previno, como un bolerito. Cantamos ¬«Blue Moon Kentucky», «Love me tender» y «Love me». </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><em>I would beg and steal</em></div><div style="text-align: justify;"><em>Just to feel your heart</em></div><div style="text-align: justify;"><em>Beating close to mine…</em></div><div style="text-align: justify;"><em><br />
</em></div><div style="text-align: justify;"><em>Well, if you ever go, </em></div><div style="text-align: justify;"><em>Darling I’ll be oh so lonely,</em></div><div style="text-align: justify;"><em>Begging on my knees</em></div><div style="text-align: justify;"><em>All I ask is please, please love me</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">4. En el autobús de regreso, Maria me cantó una canción alemana, algo melancólica. Me habló de un lugar en su país que se le parecía muchísimo al Cerro Perico, donde habíamos pasado todo el día. Una montaña atrofiada como el pico de un loro. Le pregunté que si habían moteles cerca de allí. Dijo que sí, pero me aclaró que lo que ellos llamaban moteles era una suerte de vecindad de mini chalets, o visto desde arriba, unas cuantas cabañitas espolvoreadas en una pradera. Y yo le dije que recordaba un par de lugares montañosos donde había visto moteles, que en realidad eran tiroteles de lujo. Pensé que no sabía de qué le hablaba. Pero se rió con los ojos y volvió a hacer su movimiento de brazo. Esta vez no quería dormir. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La cabina iba tambaleándose a oscuras. Un corillo de muchachos a nuestras espaldas comenzó a reírse y a patalear y a gritar. En algún punto de la carretera se activaron las luces del pasillo, hora de merendar o ir al baño. Conseguí ver que eran adolescentes. Solo una minoría no iba con la frente recubierta de comedones y pústulas de pus activas. Un obeso de epidermis ceniza parecía ser el líder. Dominaba y proponía los temas de conversación. A la cabeza un matorral de rulos, a duras penas sujeto por una liga. Deicide, podía leerse en su franela, que sin querer se le abombaba a la altura de las mamas, pero él volvía a alisársela inútilmente. Había una suerte de bufón, de extensa chiva cónica, que exponía mil variantes de la misma invectiva: el mejor metal es facho o indigenista, que es otra forma de ser facho. Todos asentían, sin embargo al intervenir cada uno con sus ideas quedaba claro que no estaban de acuerdo. Solo se acoplaban en la gama de negros y marrones de sus ropas o uniformes. Intentaban sonar malandros y nada gallos. Luego me volteé pero ya era imposible no seguir oyéndolos. Dijeron Sepultura, dijeron Animal, dijeron Brujería. Alguien dijo Resistencia y oí un palmetazo. Volteé y el líder mantenía el brazo erecto, la mano en forma de garra. Temblequeaba. El bufón tenía las palmas abiertas, como animal indefenso. El resto se deleitaba con el acto de tortura. Creo que era una extirpación de corazón a causa de un sacrilegio: apreciar una banda inferior y confesarlo. El gordo Deicide tenía la mirada penetrante. Dos pepas abultadas, salidas de sus cuencas, algún descontrol glandular. Elevó su garra con el corazón palpitante (y sangrante) del bufón, pronunció un rezo en algo como latín y lo echó por una ventana del autobús. Todos explotaron de la risa. </div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-38810871818153036782010-07-18T11:43:00.000-04:002010-07-18T11:56:23.545-04:00El peine de los vientos<strong>Carla Duarte Vidal</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj7NUAgyz6PLi-0WL-mhiXNcm2bX2RcnHGOch4KiE1o8ZXxXBLfF-D2b0XqIxKfhTh-5p4caPzzvuyaYDso4gYu30tW4hvwrt0UtDmNY-faeCIEfWBMUEEGp9JW6kIhAm9RE0MD7H5Xi7N_/s1600/opio+woman.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj7NUAgyz6PLi-0WL-mhiXNcm2bX2RcnHGOch4KiE1o8ZXxXBLfF-D2b0XqIxKfhTh-5p4caPzzvuyaYDso4gYu30tW4hvwrt0UtDmNY-faeCIEfWBMUEEGp9JW6kIhAm9RE0MD7H5Xi7N_/s320/opio+woman.jpg" /></a></div><div style="text-align: center;">(Opio de Carla Rippey)</div><div style="text-align: center;"><br />
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<div style="text-align: justify;">Estábamos sentados en El León. Bajábamos del Escritorio con seis apellidos mantuanos todos los mediodías para comer algo y tomarnos una birra o dos. Nada me aburría más que los chistes de abogados contados por cualquiera de nosotros. Sin embargo, P. Palacios no parecía darse cuenta o se hacía el loco y se deleitaba contándonos su última adquisición, la cual releía primero en silencio y cuidadosamente en su <em>Black Berry, </em>para luego levantarse, cual estrella de monólogo de humor —mejor conocido como <em>stand up comedy</em>— , comenzar su función egocéntrica. Mientras hablaba y los demás le reían como hienas salidas del inframundo sus cuentos sexistas, homofóbicos o racistas, mi mente viajaba con cada una de las personas que hacía la interminable cola de caracol en el Consulado de España, en un intento de escapar de aquí rescatando la nacionalidad heredada gracias a un bisabuelo, abuelo o papá gallego, aunque nunca hubieran pisado Barajas y mucho menos supieran que así se les llama a las cartas por allá… “¡Aquí no se les llama, ellos vienen solos!”, terminaba su chiste Paleto en cuanto los otros leguleyos rompían en una estruendosa tormenta de carcajadas por un chiste de argentinos donde al pitillo se le llama pajilla y al fósforo cerilla. “Oye éste, Quira, te va a encantar.” “Coño, Pablo, que no me gusta tener que cagarme de la risa a juro.” “Es que es demasiado bueno, es de abogados.” “Échalo, échalo, hermanazo”, lo animaban los otros ovejunos. “Dice así: Estaba un litigante entrando a un motel con su amante…” “¡Eso rima!” “…cuando se cruza en el ascensor con el socio mayoritario de su bufete que a su vez venía saliendo de allí…” “¿Cómo va a haber un ascensor que no sea totalmente privado en un motel, cabeza?” “¡Shh! Cállate, en el Aladín el ascensor no es privado. Además, en esos establecimientos hay un código de ética en el que nadie conoce a nadie. Sigo. Se encuentran entonces los dos doctores en el ascensor del motel y se saludan. Buenas, doctor, dice uno. ¿Cómo le va, doctor?, contesta el otro. El caso es que uno está con la mujer del otro.” “¡Ño e’ la madre!”, exclama Perucho, otro de mis colegas, muerto de la risa, golpeando la mesa con el fondo de su Polar. “Na’ güevoná de mala leche”, acota otro, Lopecito, bajándose la de él fondo blanco. “¿Bueno, y entonces? Déjenme terminar, camaradas. El caso es que dada la incomodidad de la situación, el jefe le dice al subalterno: Doctor, yo no he visto nada y usted tampoco. A lo que contesta el joven: ¡Protesto! Perdóneme doctor, con todo respeto, pero no estamos en igualdad de condiciones, no sería un juicio justo; presuntamente yo no he empezado y usted, el otro implicado, se sospecha que ya acabó.” Las ensordecedoras carcajadas de mis compañeros de trabajo me hicieron maldecir mi falta de personalidad por bajar a tomar aire en compañía de esas bestias, y aún más el haber estudiado derecho en un país en el que nadie lee ni las leyes publicadas en Gaceta. Deseé con todo mi cuerpo estar en la fila para irme a San Sebastián otra vez y no volver nunca más a este conuco. Aquí la gente es cada vez más ignorante, y que no me vengan con cuentos de nuevos resentidos; mientras más universitarios o más clase media venida a menos, más enajenados y en la negación están. </div><div style="text-align: justify;"><br />
Se empataron en una de echar chistes malos sobre moteles de carretera, burdeles y tiraderos. No sé si fue el calor del mediodía o las ganas de volver al País Vasco, pero mientras ellos parloteaban como guacharacas me acordé de mi querida Itziar y de la primera vez que fui a un motel. La conocí en La Concha cuando fui de vacaciones hace diez años. Era venezolana hija de vizcaína con donostiarra, ambos separatistas y extremadamente pacifistas. Sus padres habían decidido regresar por temor a las consecuencias del nuevo gobierno en Venezuela, quien según ellos era amigos de los etarras y eso ya era un mal augurio. Se los había dicho el navarro, dueño del restaurante del Ávila de la ikurriña. Itziar leía Obabakoak y se acercó a mí porque me vio en la mano <em>Cuatro crímenes, cuatro poderes</em>. Me habían dicho que si uno quería ser criminólogo tenía que leerse aquel libro. Cómo iba a imaginarme que en lugar de eso iba a terminar divorciando putas de lujo que no descansaban hasta desplumar a sus infelices e infieles maridos adictos a los albergues transitorios. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Después de hablar horas sobre la Venezuela que ella tanto añoraba, me preguntó: “¿Pero qué es lo que me dices que significa tu nombre, tía buena?” “Viene de Chiquinquirá, pana. Mi papá es maracucho. ¿Qué te pasa, tú eres venezolana o no?” “¡Soy, soy, pero no me entero, chavala. ¡Oye, que he vuelto hace tiempo!” “Bueno, que a mi viejo se le ocurrió ponerme nombre de Virgen y yo me lo cambié a algo que sonara más de pinga.” Alzando los hombros varias veces como sólo hacen ellos, igual que un pájaro a punto de volar me dijo: “¿Y sólo tienes nombre de santa o también lo eres?” Levantándome y sacudiéndome la arena blanquísima de la Bahía de Donostia le grité y salí corriendo. “¡Eso a ti no te importa, güevoncita!” Salió corriendo detrás de mí y me empujó. Caí acostada de espaldas y rodamos por la arena muertas de la risa cual escena lésbica playera de aquí a la eternidad. “¿Quieres ir a un Puti club que queda camino a San Fermín?”, me dijo. “¿Y qué es esa vaina, galla?” “¡Un sitio donde bailan tías, se bebe y luego se folla en unas cabañitas muy discretas!” Me levanté de una. “¿Pero… tú eres rara?” Con la sonrisa más bella que he visto en toda mi vida puesta de adorno en la mitad de la cara, me miró a los ojos y me dio un beso largo, larguísimo, rico, riquísimo en los labios. “¿Pero qué rara voy a ser, joder? Es para tener privacidad. Estar solas. Sólo eso.” </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pensé que no sólo iba a tener la primera experiencia sexual allende los mares de mi vida sino también gay, pero de jevas, por así decir. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me tomó de la mano con una hoguera en la mirada igualita a la de Laura Palmer de <em>Twin Peaks: fire walk with me</em> y me llevó por una carretera que bordeaba el Cantábrico hasta una casa rústica con letrero de neón azul y rojo intermitente que decía “Lamiak”. Después me enteré de que eso además quería decir brujas en euskera. Pues el Lamiak era un matadero, pero también un bar en la casa principal con unas casuchas con entrada independiente en la parte de atrás. Sobre la barra había un montón de culos bailando, agarradas de unos troncos que fungían de bati tubos, mientras un poco de tipos babosos las miraban salivando a la vez que se tocaban la propia entrepierna. Seguimos caminando hasta el final y me sentí en una escena de <em>Exótica</em> de Egoyan con banda sonora de Mychael Danna de fondo y todo. La voz de Itziar apurándome me trajo de vuelta. “¿Y el tuyo qué significa?”, quise saber. “¿El mío qué?” “Tu nombre.” “Pues también es el nombre de una Virgen”, susurró. “La que mira al mar desde el campo de estrellas.” Nos miramos abriendo los ojos con cara de qué bolas y nos dio un ataque de risa. Seguimos avanzando e Itziar saludó con la cabeza a una tetona que sacó de entre sus pechos una llave con la que abrimos la puerta de la última de las decadentes cabañas. Al entrar, se veía un balcón inmenso desde el que se podía contemplar el mar y un cielo infinito todo iluminado como de luciérnagas enloquecidas. Me asomé y comencé a hablar sola e impresionada ante tanta belleza. “Caracas no tiene mar. Por eso la detesto. La odio. Es una cárcel. Está tan contaminada, que si quieres ver algo parecido a un cielo estrellado es mejor que mires a Petare desde la Cota mil. Caracas me deprime.” Mi nueva amiga me tomó el cabello por detrás, haciéndome una cola en la nuca por la cual me haló la cabeza hacia la espalda diciéndome en la oreja: “Ya no vas a estar triste.” Creí que iba a saber lo que era bueno y así fue, aunque de otra manera. Miré alrededor y me percaté de que no estábamos solas. Había algunos hombres y mujeres acostados, adormecidos. Quizás acababan de terminar una orgía, pensé. Pero estaban vestidos. Itziar comenzó a hablarme con cara de perversa: “Vas a ser feliz después de atravesar la puerta de las cien penas.” Kipling me hizo imaginar amapolas brotando de todo mi cuerpo. Miré con más detenimiento y pude ver las pipas metálicas hirviendo a borbollones. Nos recostamos en las tumbonas y me sentí en aquella escena de <em>El Amante</em> de Jean-Jacques Annaud que había visto años atrás y ella también. Eso lo supe cuando me dijo que me parecía mucho a Jane March y me sonrojé. Probé una y otra vez de la pipa de la oruga hasta que yo misma sentí cansancio y somnolencia, después un hormigueo divino. Me dejé caer y soñé en duermevela. Estaba tirando enfurecida con Marx y Engels en un montón de camas extrañas, en el Puerta del Este, en La Orquídea, Las Vegas y el Panorama. Pero Marx no era Marx y Engels no era Engels. Eran ellos, pero tenían muchas otras caras. Eran Cabrujas en los dos papeles de El Americano Ilustrado, Carlos Andrés “Les habla su presidente Pérez”. Era Leonardo Montiel Ortega cogiéndose a Pierina España en una telenovela de RCTV cuando yo tenía cinco años. Eran un montón de Chirinos enanos quienes me decían a coro una y otra vez mientras me penetraban con todo su cuerpo y con tal fuerza que me hacían venirme en un montón de orgasmos múltiples: “¡Boba! Eres de la generación boba, chica. Por mucho que estudiaste no aceptas que no hay ley que pueda con esto. La Revolución es el opio de los pueblos, por eso es rica, y salir de ella es una utopía, como peinar el viento.”</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-27979997990991348532010-07-18T11:25:00.004-04:002010-07-27T13:06:09.453-04:00Diez de los 200 moteles<b>Carlos Zerpa</b><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNouVkNEOyPQQTUYRfzPsIxDaIHNaIhZVxYfOTzdq6Z89h70V-8sd8VDVEJuRRWEcHz59kReTREKrWbpbuA_t_63Ht5T5r3LuJnUHX1-f-UpPnwI6wFfz5GgoShhWx3Bw6Vaot1x7qBTFB/s1600/200_motels.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="400" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiNouVkNEOyPQQTUYRfzPsIxDaIHNaIhZVxYfOTzdq6Z89h70V-8sd8VDVEJuRRWEcHz59kReTREKrWbpbuA_t_63Ht5T5r3LuJnUHX1-f-UpPnwI6wFfz5GgoShhWx3Bw6Vaot1x7qBTFB/s400/200_motels.jpg" width="400" /></a></div><br />
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<div style="text-align: justify;">Diez Moteles en los cuales metimos las narices. Eran 200 los de Frank Zappa, pero no pudimos visitarlos todos por cuestión de tiempo:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">1- En el primer Motel, los lavamanos de un verde agua, tiene dos llaves como todos los lavamanos, una para el agua fría y otra para la caliente, pero en este baño de Motel, una llave tiene escrita la palabra “HOT” y la otra “RATS”. Nos enteremos de que quién lo regenta es “El Capitán Corazón de Bistec” y que a él, a media noche y junto a sus carnales “El Pachuco Cadaver” y “Willie the Pimp”, cantan a grito herido no dejando dormir a nadie, “Standin' onna porch of the Lido Motel. Floozies in the lobby love the way I sell: HOT MEAT, HOT RATS, HOT ZITS, HOT CHEST, HOT RITZ, HOT ROOTS, HOT SOOTS.”</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">2- El segundo Motel tiene todo el piso lleno de sandías abiertas, tomates aplastados y zanahorias desparramadas, de un rojo impresionante… Los Mothers, vestidos de señoras, nos invitan a entrar gentilmente. También aparecen por las puertas de las recámaras: nosferatus, monstruos, momias, vampiros, engendros del mal, Jimi Hendrix (en vivo) Nostradamus y seres bizarros en un paisaje tenebroso de tormentas eléctricas que se divisa por la ventana principal. Cuando le preguntamos a los dueños del lugar (vestidos de señoras), ¿de qué se trataba todo esto?, ellos responden: “We're Only In It For The Money”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">3- En el tercer Motel, justo al entrar en una sala toda pintada de amarillo Nápoles, nos encontramos con un gran sofá de cuero rojo, majestuoso. Ese sofá rojo que prácticamente vuela, va acompañado de una insólita galaxia de planetas, estrella y asteroides… Sobre el muro, una leyenda escrita con una tipografía casi gótica, nos alerta: “Diván, diván… Wisst du wer ich bin…” Una mano izquierda refinada, con el dedo meñique alzado pinta una nebulosa con un pincel lengua de gato, otra mano sostiene o coloca en el firmamento una luna que es cuarto creciente, otra mano con el dedo índice, hace girar rápidamente a un planeta que me recuerda a Saturno con su anillo; otra mano en un primerísimo primer plano, con un pequeño tatuaje de una cruz radiante, una cruz con tres líneas que representan: al padre, al hijo y al espíritu santo, llamada "Pachuco Cross"… Otra mano que sostiene un Habano humeante, hace ver que es la diestra del mismísimo creador. “One Size Fits All”, que para nosotros es un “Talla Única”. Nada que ver este “SOFÁ” con los Simpson o más bien todo que ver del genial Matt Groening con Zappa, porque Matt afirma que: “Frank es mi Elvis”. En la pared de la derecha está colgado un “Yellow Shark” realizado en madera tallada, suerte de tiburón amarillo, que en realidad es un pez espada yellow con una mancha roja, de sangre en la boca. El propietario del Motel está enfadado pues las toallas pasan misteriosamente de las habitaciones a las maletas de los músicos. Levemente pudimos escuchar que de uno de los cuartos salía el sonido de un viejo rock'n'roll. ¿Johnny “Guitar” Jakson?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">4- En el cuarto Motel nos percatamos de que la mesa de banquete sobre el mantel tiene ya las servilletas de tela de color negro dispuestas y el plato principal del Menú era “Tuna Sandwichees”. Otras comidas engalanaban la mesa: Panquecas de la “Electric Aunt Jemima”, ricas salchichas, las “Iron Sausage”, muchos Muffins, puré de “Potato Headed Bobby”, pescados de “Thing Fish” y la espectacular “Suzy Creamcheese” diciendo muy coqueta "Are Hung Up???", mientras se limpiaba su boquita con una "Black Napkins".</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">5- En el quinto Motel, el que nos abrió la puerta fue un enano muy parecido a Ringo el de los Beatles, pero con bigote y perilla a lo FZ. ¿Era Ringo o era Zappa? Luego “The Mothers” comenzaron a tocar "Mystery Roach Motel". Al encender todas las luces, cual si fuese un set de filmación, entendimos de qué se trataba. Una jirafa de peluche perforada con una manguera y un difusor industrial de nata batida se encendió y reventó su culo. Un amigo se acercó detrás de ella y apretó el botón y de inmediato teníamos esa cosa cagando nata batida por todo el vestíbulo, nos dimos cuenta de que ellos estaban continuando las olvidadas tradiciones de las experiencias Da Da del gran Tristan Tzara… “Cuanto más absurdo, más nos gusta”… </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">6- En el sexto Motel abre la puertas un científico loco de lentes de aumento gruesos cual lupas, y quien se mueve en medio de gramófonos, herramientas, carátulas de discos de vinilo (Uncle Meat), libros, revistas, frascos repletos de tuercas, cajas llenas de mil cachivaches, un gramófono donde suena un vinilo negro con aquello de: “Where did they go when did they come from”. Estantes en donde también hay un papiro con jeroglíficos egipcios, un libro de cocina etrusca, un mapa vial de Delaware de la Esso, un dibujo-diagrama de una ametralladora que en vez de tener cañón, tiene una pierna de muñequita de plástico que solo sirve cual vibrador, para masturbar jirafas, je, je, je… Justo en esa biblioteca hay una maceta hecha de una vieja lata en cuya tierra abonada crece una planta de hojas alargadas, que en vez de frutos da ojos, según el Shenkel, una “Ecu dama puckered rictus” de seis ojos, que miran en todas direcciones. Ojos como pelotas de ping pong con sus irises de color azul.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">7- En el séptimo Motel hay dos vacas al entrar, más bien parece un establo. Todas sus paredes están recubiertas de cuero, de “Leather”…Una de ellas era la vaca con la que salió Zappa en la película de los Monkees. La otra vaca tiene una mancha en forma del mapa de Italia. Al fondo se escucha un sonido aterrador que no era el conocido muuuuu de las vacas. Al asomarnos nos dimos cuenta que era el rinoceronte Rihno de FOO-EEE, con su pinza de ropa en la nariz. El dueño del lugar aparece con una mopa y la cara pintada de negro, y nos aclara que ese lugar no es un establo si no un Motel Garage, el JOE'S GARAGE MOTEL At the Gas Station.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">8- El octavo Motel parece un iglú, las paredes hechas con bloques de hielo y el piso con una gruesa capa de hielo molido. De verdad hace frio adentro. Apenas entramos nos ofrecen “raspados” de hielo color amarillo, conos con nieve amarilla. Pasea por el lugar hay un huskie-weewee, un pingüino en bondage, un pingüino de plástico que como una bala atraviesa un aro de fuego y una foquita baby-seal que nos dice al oído, que casi nos susurra: “Don’t eat the yellow snow”.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">9- En el noveno Motel tienen en medio de la sala un piano de cola color negro. De ser blanco pensaríamos que es el de Lennon para tocar y cantar “Imagine”; pero no, éste es negro. Vemos también con sorpresa cómo por la ventana se asoma el gorila King Kong, mientras un violinista muy parecido a Jean Luc Ponty aparece tocando y el gran simio sonríe. Los músicos con caras de perros de Rubén & The Jets hacen aparición junto con un enorme poodle teñido de rosado, “Evelyn, A Modified Dog”. Evelin, ese perro que no es perro sino más bien una puercoespín hembra se afeita la barba con la comadreja-afeitadora de “Weasels Ripped My Flesh”, mientras King Kong sólo dice Arf ,Arf. Tan solo falta que el piso esté todo recubierto de corn flakes, pero esto solamente se daría si el piano fuese blanco.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">10- El décimo Motel (último de esta visita dominguera) es todo una caja de sorpresas. Al entrar nos reciben con el grito: Hi ho Silver! En la pared principal podemos ver un letrero pintado con carbón que dice: “Who Are The Brain Police?” La señora que nos abre la puerta nos habla en alemán pero al ver que no le entendemos nada, nos aclara que el alemán es un idioma importante, porque es el que utiliza Dios para hacer negocios. Su esposo es una especie de Gurú con una bola de cristal que al vernos pretende vendernos su “Cosmik Debris”. Nos damos cuenta que la “Torture Never Stop” en este lugar recubierto todo, completamente todo, de plastilina… muebles, paredes y objetos. Al ver con detenimiento al Gurú nos damos cuenta de que es Bruce Bickford. Repentinamente se abre una puerta y aparece un hombre enloquecido gritando: ¡Hola, chicos y chicas, soy Jimmy Carl Black, soy el indio del grupo!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Gracias a Dios que Zappa nos garantizaba que visitar estos 200 Moteles NO provocarían condenación eterna en aquel lugar regentado por un tipo con Cuernos y Tridente… PERO CASI.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-21296848101544968052010-07-18T11:22:00.011-04:002010-07-30T09:08:35.499-04:00Tocar con los ojos<strong>Nelesi Gabriela Rodríguez Trujillo</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIkAyaBUpHH4vINHDVlrNINEOfOhSg7YEgCmd44UjBDcEPrnxj14MrMHx7m6UP-q90VG4eT1VnwtpWDmdMQCj8Q0p4dL3VIm_3T81V9uYZ0HU7WMm6DMTrbDpb7pv8nlsdkPoGLIoplTtj/s1600/pecera.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" bx="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIkAyaBUpHH4vINHDVlrNINEOfOhSg7YEgCmd44UjBDcEPrnxj14MrMHx7m6UP-q90VG4eT1VnwtpWDmdMQCj8Q0p4dL3VIm_3T81V9uYZ0HU7WMm6DMTrbDpb7pv8nlsdkPoGLIoplTtj/s320/pecera.jpg" /></a></div><br />
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<div style="text-align: justify;">-¿Recuerdas el motel chino al que fuimos?</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Recuerdo el motel. No recuerdo haber ido contigo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-El de la pecera en la entrada…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">No está en la entrada, sino después de la taquilla, en la pared del restaurant -el restaurant de hotel más respetable que he conocido. Hasta tiene pecera, como los restaurantes chinos de verdad. Como este restaurant. Es curioso que hables del hotel chino estando justamente en un restaurant chino.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-No estoy segura. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Tocar con los ojos”, dice el letrero -paradójicamente bastante manoseado- pegado en la pecera de este otro restaurant en el que estamos: Píldoras de sabiduría oriental. ¿Cuántas veces lo habré leído? De seguro las mismas que he venido a este lugar. No. Más.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-Otra azul señor, por favor.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Claro que recuerdo el motel chino… También recuerdo que esa noche fuimos en mi carro y que fui yo la que tuvo que pagar la habitación porque tú no tenías plata. Me dan arcadas. Algunos recuerdos tienen la capacidad de golpear con el sentimiento exacto del momento pasado. En las relaciones, hay ocasiones en las que ese feminismo-de-igualdad-de-condiciones se va al carajo: Ésa fue una de ellas. Aquel día, dije que entonces manejaba yo. Ésa fue mi venganza. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-Tienes muy mala memoria.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Los peces no pueden recordar las cosas por más de tres minutos, no sé dónde lo leí. ¿Quién dice que eso es malo? A mí me parece que tienen muy buena memoria. Yo recuerdo las cosas importantes. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-Como los peces.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Nunca podría olvidarme de ese lugar. No me había detenido a pensar en lo extraño de un motel chino hasta que llegamos a la taquilla: Nos recibió un chino, tan chino como cualquiera, con una única diferencia: hablaba perfectamente el español –por lo menos con nosotros. Yo, molesta, pedí la habitación más barata. Él te dijo el precio y sostuvo la mirada, como solicitándote el pago. Eso me encantó. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-¡Coño, el hotel chino!… Las habitaciones eran como esto, sólo que en vez de mesas y sillas había una cama.</div><div style="text-align: justify;">-Es verdad.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Es verdad. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-¿Pedimos un Tim San?</div><div style="text-align: justify;">-Cuando hay más de dos cervezas eso no se pregunta.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ese día yo pedí un Tim San –basta con que un motel cualquiera incluya la posibilidad de llevar comida china a la cama para convertirse instantáneamente en una idea brillante. También tuve que pagar por eso. No tenía efectivo, así que me tocó caminar hasta el restaurant. Fui sola para pasar la arrechera. Entré y ahí estaba El Chino –en un restaurant chino claro que él no era el único, pero para mí merecía el absoluto por dos razones: hablaba perfectamente el español y te había humillado en el momento en que yo más lo necesitaba, como si me hubiera leído la mente y decidido ser mi cómplice. El Chino. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-¡Chino! ¡Una verde y un Tim San!</div><div style="text-align: justify;">-¿Por qué coño tienes que decirles a todos los chinos “Chino”? Es ofensivo.</div><div style="text-align: justify;">-…No seas exagerada, ya ellos están acostumbrados.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pedí, pagué, pude hacer que me llevaran la comida al cuarto para estar contigo, pero en vez de eso pedí una cerveza y me quedé en la barra. No había querido pagar la habitación y tampoco quería estar contigo; y El Chino lo había notado. Se acercó a mí, yo sabía. A mí también me gustaba. Quise ahorrarme las introducciones, y de una vez le propuse que nos fuéramos a una habitación. De inmediato me arrepentí, pensé que probablemente había sido demasiado “occidental” para su gusto (o no, porque hablaba perfectamente español). Me sonrió y me dijo, un poco en broma, un poco en serio:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-Tocar con los ojos.</div><div style="text-align: justify;">-¿Perdón?</div><div style="text-align: justify;">-“Tocar con los ojos”, la frase en la pecera.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La frase que define lo que pasó esa noche y todas las otras en las que El Chino y yo nos vimos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">- ¿Ya lo habías leído?</div><div style="text-align: justify;">-Todas las veces desde la primera que vinimos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Más que las veces que hemos venido.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-Qué loco… En fin, el motel chino. ¿Recuerdas al chino? Ya sé que dices que yo los llamo así a todos, pero digo el de la taquilla, el que hablaba perfecto español. </div><div style="text-align: justify;">-Creo que sí.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Claro que sí.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-Lo mataron anoche. Salió en el periódico.</div><div style="text-align: justify;">-Pide la cuenta, por favor.</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-78261599007729217802010-07-18T11:20:00.006-04:002010-07-27T13:55:28.710-04:00Motel Jalapeño<b>Juan Carlos Zamora</b><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi27oKAU2CjIgNYKvgNDecohvM-xC6xBTOpv6CRDufQFBDP-akWHCVVL0fhmKVARqigklCzwqAlbk6fHVawDvcktQSIbNfDZl45EgF_kXLZCjjWGt90nkfz31L_bfwY30JroUaBG70LHBP4/s1600/zombis.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="300" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi27oKAU2CjIgNYKvgNDecohvM-xC6xBTOpv6CRDufQFBDP-akWHCVVL0fhmKVARqigklCzwqAlbk6fHVawDvcktQSIbNfDZl45EgF_kXLZCjjWGt90nkfz31L_bfwY30JroUaBG70LHBP4/s400/zombis.jpg" width="400" /></a></div><br />
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<div style="text-align: justify;">Los moteles son sitios que, casi siempre están ahí, al lado del camino, en espera de alguien a quien se le accidente el carro en mal momento, o de alguien que es perseguido por unos rufianes, o, simplemente de quien busca un sitio donde darse una refrescante ducha mientras, al otro lado de la cortina, le espera un hombre disfrazado de tierna viejecita con un largo cuchillo en la mano (esto último es lo más común que la gente busca en un motel según las encuestas de opinión). También existen estos sitios para escarceos o encuentros del tercer tipo… o segundo tipo o tipa, dependiendo del tipo de… ay ya me perdí, olvídenlo, mejor sigamos con lo del motel. Les decía que… ¿qué les decía?, ah sí, que muchas son las historias de moteles y que ésta es simplemente una más y comienza así: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Hace muchos años, en Haití, convivían dos castas, los “Creados” y los “Fabricados”. Los primeros existían gracias a las artes y polvos (mágicos, quiero decir) de Houngans y Mambos; los segundos, surgieron debido a un error, sí, un error: los científicos como siempre buscaban la manera de curar alguna estúpida enfermedad y terminaron creando unos seres enfermos y un tanto estúpidos que arrastraban los pies, babeaban, balbuceaban y comían cerebros. En realidad los primeros hacían todo eso menos lo de comer cerebros; ellos simplemente, trabajaban sin recibir paga alguna, por lo que no tenían para comer ni ir al cine o para salir a tomarse unos tragos de formol; los segundos tampoco iban al cine pero los buscaban para trabajar en él, sí, en películas de bajo presupuesto donde unos seres enfermos y un tanto estúpidos que arrastraban los pies, babeaban, balbuceaban y comían cerebros peleaban contra grupos comandos armados hasta los dientes y donde había una tipa bien buena que siempre les pateaba el trasero como le daba la gana. Al finalizar el rodaje, como ya no quedaba presupuesto, dejaban que se comieran a los extras y a los actores menos conocidos. A veces, buscaban a los primeros (espero que lleven bien la secuencia de quiénes son los “primeros” y cuáles son los “segundos” porque ya me volví a perder) para que limpiaran todo el set.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pancho se vino de allá, cansado de vagar por las calles sin objetivos ni metas claras. Todo era borroso y confuso para él. No entendía nada ni sabía a qué casta pertenecía ya que, como en toda historia, Pancho era el producto de un amor imposible, ciego, desmemoriado, paralítico, secuestrado, “deliafiallano”, “teveaztecano”, y mayamero (casi le ponen Rodolfo Alberto en lugar de Pancho). El pobre Pancho era hijo de una criada, perdón, de una “Creada” y un “Fabricado”, y esto en la isla era, era… imposible… </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pancho creció viendo cómo los “Fabricados”, llegaban, murmuraban, acosaban, destruían, alborotaban, comían y se iban, sin modales ni educación, ni cubiertos; pero Pancho no era así, o al menos, no quería serlo. Tampoco quería trabajar por nada –como los “Creados”-, esto no le parecía bien, en algún momento leyó acerca de un fulano “Socialismo del Siglo XXI” pero, no entendía eso de trabajar para pasar hambre y andar desnudo. Pancho era, diferente… y es que, llegó un momento en el que dejó de deambular, asustar, destrozar cosas, labrar surcos en la tierra o cargar cajas porque (¡¡¡tá taaaannnn!!!), como ya se habrán dado cuenta, Pancho aprendió a leer (¡¡¡tá ta ta taaaannnn!!!)</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sí, a Pancho le enseñó a leer (ayudada por la magia supongo) una sacerdotisa llamada Mama Donna, que era virgen y materialista, pero eso es otra historia; lo cierto es que en una oportunidad, Mama Donna miró fijamente a los ojos de Pancho y entre tanto vacío y fría soledad logró darse cuenta de que él era diferente… (¿Esto ya lo dije?, recuerden llevar bien la secuencia porque suelo perderme muy fácilmente).</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pues bien, Pancho se dedicó a leer pero, recuerden sus limitaciones, por eso es que a veces pierdo, eh perdón, quise decir, él perdía la secuencia de lo que estaba leyendo y pues, confundía algunas cosas; fue así entonces como, inspirado en Robinson Crusoe y sus viajes alrededor del mundo en ochenta días, construyó una balsa pequeña de madera con unos guacales que robó de una tienda y la llamó “Jalapeño”, ya que por todos lados tenía impresa en rojo esa palabra. Una vez listo se lanzó al mar, a la aventura, pero no llegó a Brasil, ni a África, sino, por estos lados, por acá mismo, cerquita…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Se acuerdan de esas historias de Hombres Lobo y Vampires (en ingles suena más fino, a ver, digan “Vampires Diaries”, ¿ven qué fino suena?) en las que algunos personajes intentan resistirse a su propia naturaleza? Lo mismo le pasó a Pancho, pero claro, después de llegar y establecerse, porque una vez en tierra firme, el siguiente paso fue buscar qué hacer y dónde vivir. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En su cabeza oscilaba sin cesar la palabra “cerebro” y Pancho lo relacionó con “memoria”, así que empezó por ella para ver si le venía alguna buena idea y, ¡zas!, “El barril de Amontillado”, “El fantasma de Canterville”, nada de esto tenía que ver con moteles pero, ¡qué maravilla!, igual le vino a la mente y así lo decidió, a eso se dedicaría, a administrar y atender su propio motel, y es que a fin de cuentas, de eso trata esta historia, de moteles (no olviden mantener la secuencia). Una a una fue armando las piezas, recolectando un poco por aquí, otro poco por allá, deambulando de un lado a otro (de algo le valió finalmente), y cuando estuvo listo, justo encima de la entrada principal, colocó una de las tablas de la desarmada balsa, precisamente una de las que decía “JALAPEÑO”…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Y ahora sí, retomemos aquello de “cuando la naturaleza ataca” y recuerden que por los huesos de Pancho corría el calcio de los “Fabricados”, y por eso era que la palabra “cerebro” no abandonaba su a veces dispersa memoria; estaba ahí, en sus vísceras, en el polvo de su raído traje, en su aliento putrefacto. En algún momento sucumbiría, eso estaba claro, como también el que a pesar de sus orígenes pues, él había adquirido algo de cultura, de manera que, si era menester dejarse arrebatar por sus bajos instintos, al menos no lo haría como uno de esos seres enfermos y un tanto estúpidos que arrastraban los pies, babeaban y bla bla bla bla bla bla…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pancho había leído acerca de un tal doctor Quiroga que a través de no sé qué extraño método, logró crear unos diminutos bichos que vivían en plumas con las que se rellenaban almohadones, estos bichos chupaban la sangre poco a poco del infortunado que incautamente reposaba su cabeza sobre el almohadón y a los pocos días yacía enjuto, indefenso y a disposición de ser hasta engullido enteramente sin que hubiese dolor, sufrimiento, ni culpas porque total, ya estaba, muertito porecito.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pancho aprovechó una oferta, compró doce almohadones por el precio de seis, y por haber llamado ya, le regalaron las sábanas, ¡pero esperen, hay más!, también le obsequiaron, una herramienta trepanadora de cráneos, ¡guuuuaaaoooooo!</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">“Motel Jalapeño. Recueste su cabeza y, descanse en paz”. Así rezaba en los panfletos que misteriosamente aparecían esparcidos por el camino y en la parte posterior un sencillo mapa que facilitaba la llegada al lugar. Sobra decirles que nunca hubo quejas, la gente recogía el panfleto, llegaba al lugar, conseguía la cama muy bien tendida y como estaban tan cansados, enseguida recostaban su cabeza en el almohadón y, a los pocos días, ya ni para qué acordarse.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pasado el tiempo y como es normal, los lugareños comenzaron a entretejer e inventar historias. Que si el motel está embrujado, que si un tal Hemingway o un fulano Wilde estuvieron allí y después no se les vio más, que si en las noches podía verse deambular por los alrededores del motel a un ser enfermo y un tanto estúpido que etc., etc., etc. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pero les diré algo, ustedes no hagan caso, simplemente, si andan cerca y se sienten cansados o se les accidenta el automóvil, miren al piso y recojan uno de esos panfletos, que yo los estaré esperando… </div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-14997629781447583002010-07-18T11:15:00.000-04:002010-07-28T09:19:20.181-04:00En el Hotel Chang<b>Lenín Pérez Pérez</b> <br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinwB4EYYUEAg2FUIIbCoVsfExoN0cvjrFDXX2r44FM0rQKQ0d3lCCvWmWaZf5EAD0HJm491RI1VYf6iJIjJg4pUmyNQ4nSaXjqV1BKB8n6Oy43SsjrMyfVhcK3boOXN8rpWJI2II78OE3P/s1600/david-carradine.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" bx="true" height="292" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinwB4EYYUEAg2FUIIbCoVsfExoN0cvjrFDXX2r44FM0rQKQ0d3lCCvWmWaZf5EAD0HJm491RI1VYf6iJIjJg4pUmyNQ4nSaXjqV1BKB8n6Oy43SsjrMyfVhcK3boOXN8rpWJI2II78OE3P/s400/david-carradine.jpg" width="400" /></a></div><br />
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<div style="text-align: justify;"><b>Suite Imperial</b></div><div style="text-align: justify;">Jairo Restrepo vacila entre aceitar la pistola que lo mantiene con vida, o prestarle atención a un nuevo capítulo de El arte de la guerra que History Channel repone a la medianoche. Opta por lo segundo y a la mañana siguiente lo acribillan en el estacionamiento de Parque Central. Los empleados del hotel se enteran de la noticia a través de una cocinera (cuyo hijo lava carros en el sótano donde Jairo cae muerto) y se reparten sus pertenencias antes de que llegue el CICPC. Dos semanas más tarde, un elegante traje a rayas que usa para un bautizo, pone a los detectives tras el portero nocturno, y finalmente todos confiesan el hurto. Llegan a un acuerdo con los agentes: les entregan dos pistolas calibre 380, seis cartuchos completos, ocho panelas, un frasco de colonia por la mitad, y en aquella habitación “no ha pasado nada”. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Suite Sol Naciente</strong></div><div style="text-align: justify;">Yajaira y Randolfo son dos adúlteros no consumados. Se citan todos los miércoles, y durante cuatro horas duermen a pierna suelta sin tocarse un pelo. Al principio les resultó raro juntarse con el único fin de sentirse bien acompañados, mientras recobraban las fuerzas para proseguir con sus respectivos matrimonios. Pero tras cinco años de encuentros, han pensado incluso escribir un libro a cuatro manos que de cuenta de los beneficios de tan poco comprometida relación. Se disfrutan con la conciencia de quien no comete infidelidad conyugal; pues sin el compromiso de sostener encuentros sexuales, tampoco tiene que enfrentar las expectativas que cada uno supone en el otro. Si rompen, de seguro tendrá que ver con algo relacionado con que uno despertó al otro en el horario acordado para sus inacabados encuentros. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Suite Flor de Loto</strong></div><div style="text-align: justify;">Preferiría un lugar cinco estrellas pero, al Toto López, el sueldo no le da para cumplir su sueño de quedarse en un hotel del tipo que contempla un Menú de almohadas. Tampoco extraña ya el mini bar con muestras de champagne y chocolate blanco, con el que ha fantaseado desde que se refugia en aquella habitación de mediano precio. Antes, pasa por la oficina de encomiendas que queda a mitad de calle y sale de allí con un paquete que, a pedido del Toto, Victoria Secret cuida en no identificar con su logo. Observa que su traje no se arrugue mientras lo coloca a un lado de la cama. Abre el paquete, levanta el hilo como si tomara a una muñeca de trapo por ambas manos y lo contempla extasiado. Se lo deja puesto más de una hora y luego lo lanza a la poceta. Hala la palanca. Levanta la mano derecha y mueve la punta de su dedos, como despidiéndose de la prenda. Cuando ya se ha puesto nuevamente su traje, se marcha al Banco. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Suite Jazmín</strong></div><div style="text-align: justify;">Ana Casablanca sueña con ser escritora, y en un taller de escritura escuchó eso de hacerse de un lugar apacible para encontrarse con “su voz autoral”. Desde entonces, cada vez que puede, se muda por dos o tres días hasta esta suite que, vale decir, tiene la mejor vista a la que un autor en busca de historias puede aspirar. Desde su minúsculo balcón se puede divisar sin esfuerzo alguno: el patio central de una casa de citas, en el que todas las prostitutas (sin excepción) son ciegas, un taller mecánico en el que sólo trabajan enanos, un colegio en el que cada uno de los niños pasa la hora del receso amarrado a un chivo, y una frutería en la que también hacen vestidos de novia. Ana Casablanca no ha logrado hasta ahora un relato que valga la pena, pero siempre llega a clases con una pequeña anécdota que, un profesor de apellido Santaella, le asegura será el punto de partida de su futura carrera literaria.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><strong>Suite Pequeño Saltamontes</strong></div><div style="text-align: justify;">Fue la escogida por David Carradine cuando vino a Sábado Sensacional, y desde su muerte se convirtió en lugar de culto para quienes practican las artes marciales, en cualquiera de sus formas y empaques. El Gerente de turno insistió en que tomara la Imperial, pero David (tipo al que no podía llevársele la contraria), examinó detenidamente la altura y resistencia del cable de la lámpara central, la distancia que había entre ésta y el closet, y si había suficiente papel higiénico en el baño, todo antes de insistir en quedarse a dormir en la modesta pieza. Ahora mismo la habitación está fuera de servicio pues la ducha tiene un bote que resulta una verdadera tortura (china) para los huéspedes. </div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-23472564601129732222010-07-18T11:13:00.000-04:002010-07-27T09:49:59.593-04:00Esto no es un matadero<b>Ricardo Ramírez Requena</b><br />
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<div style="text-align: justify;"><br />
</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOKwZR8jboIjfrXiremvve42aOOiRsorCW_YYEO8IYdTpcYKJe8sQ2Hy3yBuNDLQnaSs2iiVM3c-AmKlkG1TNB5wMNDSPe2Xmr5d_g94UsooVloYBrQUBNw-IWN-LzeFb5B_j-ju38lzob/s1600/mucama.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOKwZR8jboIjfrXiremvve42aOOiRsorCW_YYEO8IYdTpcYKJe8sQ2Hy3yBuNDLQnaSs2iiVM3c-AmKlkG1TNB5wMNDSPe2Xmr5d_g94UsooVloYBrQUBNw-IWN-LzeFb5B_j-ju38lzob/s320/mucama.jpg" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Marta ve la llegada de los habituales y de los nuevos. Los ve desde su silla, en un intersticio entre un piso y otro del Motel. Rostros expectantes, a quienes se les ve el jadeo, las ganas, el alcohol, la coca, los condones rotos, y también rostros que asumieron el cansancio de la noche y se retiran a un solo abrazo, lento, y luego el sueño hasta mediodía, más serenos. Sabe por los andares y lo que llevan, si son fugaces o pretenden extender la residencia hasta la última hora permitida. El que se baja rapidito a pagar y buscar la llave, ese teme, está en algo, la jeva anda bajo perfil, buscan el polvo de una noche o los varios, acostumbrados, del infiel. Los que llegan con calma, cerca de medianoche, se acomodan en la barra y se beben dos azules frías, son irreverentes, no temen nada o se quieren sin vergüenzas. De unos sabe que los verá salir antes del alba, corriendito, muchachas maquillándose rápido, retocándose, acomodándose el sostén, y el tipo ajustando la correa. Sabe de otros que escuchará las duchas cerca de la una, risas, de nuevo la carne mojada haciendo asiento entre las cerámicas de la ducha, y con la crema con que el hombre bañe a la muchacha el cuerpo se encenderán de nuevo las hogueras. A éstos hay que llamarlos siempre, retrasan la lavandería. Llegan con bolsos, botellas de agua, ensaladas de Miga´s, potes de Nutella. Llegan con botella de vino, llenan botellitas de agua en la entrada, traen su muda de ropa. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Marta sabe que hay una poética de Motel y ella la respeta. Tiene cinco años en esto, recogiendo sábanas con restos de semen o de sangre, con cabellos, rastros, piezas que dejan, botellas de plástico, toallas enchumbadas en el piso del baño, televisor encendido. Una escena de CSI, de película de los cincuenta, de ciudad de frontera. Respeta la poética del Motel pues ella la ha hecho suya. Ha aprendido con el tiempo las ventajas del trabajo. Sabe, cerca de las dos de la mañana, que habitaciones quedan vacías y cuáles no. Sabe cuales reservarán para los escapados de la noche. La crisis ya no da para que se llene el Motel en una noche. Ni siquiera con alquileres por hora. Así que desde hace 6 meses se aprendió la movida. A golpe de 3, se cantan la zona y las mujeres van durmiendo por turnos de dos en las habitaciones vacías. A veces, alguna se roba algo de abajo o simplemente se aparece con una caleta, unas 4 birras que quedaron en el fondo de la nevera, prende la tele y mira porno con la que le toque. Poco a poco se quedan dormidas. Es un guinde apenas, no más de dos horas, pero ayuda a soportar el desvelo. Desde hace tiempo, todas trabajan también de día en otro lado, no es solo la champa de la noche en el Motel. Se relajan, se beben las birras, se ríen con el porno, comparan los miembros con los de sus novios, se arrechan por lo imposibles que son las mujeres de las pornos, se duermen. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Carmen rompió las reglas un día. Se empató con Beto el de la barra, y una vez se apareció el tipo recién abriendo las birras con brillo en los ojos. No supe que hacer. Me fui al baño, Marta me dijo “uno rapidito chica” y me encerré ahí. Marta no gime. Beto no hace ruidos. Solo golpetear de cama contra el piso, solo sábana frotándose. Y de fondo el porno. Me asomé por el vidrio del baño, el que suele tener a una tipa desnuda en él, y miré a través del vidrio. Imitaban a la porno. Si ellos cambiaban de posición, ellos también. No pasan de dos posiciones, Beto no dura mucho. Y yo no estoy dispuesto a esperar demasiado. Con el tiempo, me acostumbré. Me bajaba las pantaletas, me sentaba en la poceta, orinaba, y más de una vez me quedaba dormida. Venía Carmen luego a despertarme muerta de la risa. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Un día hubo un error. Nos metimos en un cuarto que estaba ocupado. La muchacha con el miembro del carajo en la boca, él con el susto brinca, ella se sorprende y se tapa. Nos quedamos como muertas. Pensando que nos pajearían, les regalamos las birras, sin decirles nada. Salimos. Toda la noche con miedo. Toda la noche y más, eran de los que amanecían. En la silla, me quedé, para variar, dormida. A mediodía me pararon para que estuviera pilas. Los vi salir. Me vieron salir a mí. Pero no eran ellos, sino gente de otra habitación. Era Beto con Josefina, la de la caja. Entendí porque Carmen no se quedó en el piso. Entendí porque no volvía. Luego de recoger las sábanas, la busqué. La encontré en la lavandería. Los ojos rojos. Los hombres son así, tú lo sabías. Sí, lo sabía. ¿Pero tan perro es que repite las mismas poses que hacía conmigo con esa tipa?, ¿No podía hacer otras?, ¿No podía ser otra película? Esa era la mía chica. Mira, el me regaló la porno. Yo practicaba vale. Ya me estaba convirtiendo en una mamita. La entendía. Le dije que nos vengaríamos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Dos semanas después, a mediados de quincena, el Motel estaba lleno solo por la mitad. Carmen se escondía, pero sé que vio a Beto subir con Josefina. Nos metimos en el cuarto del frente. Saqué un alicate, y fui jalando el cable del Directv. Lo conecté a otro decodificador que tenía. Le di play. ¿Qué hiciste? Cambié la señal, ahora no hay porno. Carmen se reía. Sin parar. Desenfrenadamente. Al final me mira: a él solo con porno se le para, me dice. Le puse comiquitas, le respondí. Vimos que estábamos en la habitación de la pareja a la que pillamos sin querer y estaban las 4 birras en una esquina, tapadas por la cortina. Alguna nueva no las vería cuando limpió, suponemos. Salimos del cuarto y mientras las enfriábamos abajo decidimos la suerte final. Llamamos a la mujer de Beto. En media hora estuvo aquí, le dimos la llave. Al avanzar por el pasillo, vi brillar el revólver. Corrí y la detuve, poniéndome al frente. Esto no es un matadero, me escuchó decirle. Gracias, me dijo, al entregarle la manopla. No importa la sangre, gritó Carmen, abriendo la lata de cerveza. Mañana le toca la lavandería a Josefina. </div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-21993351588502143122010-07-18T10:55:00.008-04:002010-07-30T08:22:57.893-04:00Los Moteles<strong>José Javier Rojas</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGdGoMaCkOEmdvq4Vre9pbylzZECbtgdZ0g9Vlk9Zn464mX1cguwAmctxmUW3IRE8XSEXp0uhZ2oSdbV7Seyu_BY2Bm3u2Zcs_I_sSE43vUQW-dJwkJYIJdUogBUP7Jf-ec7nVNnxiJWKf/s1600/invaders.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" bx="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGdGoMaCkOEmdvq4Vre9pbylzZECbtgdZ0g9Vlk9Zn464mX1cguwAmctxmUW3IRE8XSEXp0uhZ2oSdbV7Seyu_BY2Bm3u2Zcs_I_sSE43vUQW-dJwkJYIJdUogBUP7Jf-ec7nVNnxiJWKf/s320/invaders.jpg" /></a></div><br />
<div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El arquitecto David Vincent no consiguió uno abierto esa noche, así que tuvo que estacionar en un lote abandonado antes de que lo venciera el cansancio de la carretera. Fue así que supo de la llegada de ellos, de Los Invasores, inquilinos extraterrestres indeseables, squatters interplanetarios.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sione Lauaki, miembro de la selección de rugby de Nueva Zelanda, los All Blacks, destrozó la habitación del motel de Auckland donde pernoctaba en la víspera del Año Nuevo de 2009, dejándola inhabitable.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El reverendo Martin Luther King Jr. jamás llegó a hacer el check out del Lorraine de Memphis por una bala atravesada en la garganta.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sam Shepard y Kim Basinger jugaron entusiastas a la casita en el Motel Mojave, como buenos hermanitos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En el desierto de Mojave está el Bagdad Café, un comedero de camioneros donde Jack Palance pinta desnuda a Marianne Sägebrecht, varada en el motel homónimo con una maleta llena de ropa de hombre, unos coloridos Lederhosen incluidos. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Martha Davis cantó y triunfó con The Motels hasta que los disolvió, y con ello, acabó con su carrera. Desde entonces, trata de resucitarlos para volver a tener algo que hacer en la música.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Selena Quintanilla fue a morir a manos de la presidente de su club de fan en el Days Inn de Corpus Christi, y con ello, inició la cadena de casualidades que inició la carrera de Jennifer López, quien tiene un culo para morirse y con el que es capaz de levantar a un muerto.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La carrera de Brad Pitt empezó cuando se quitó la camisa en un motel de Oklahoma para enseñarle el six pack a Geena Davis. Ella quedó tan impactada con esa experiencia cumbre que se lanzó con convertible y todo por un barranco.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La progresiva desaparición de los restaurantes/moteles Howard Johnson es otra señal del Apocalipsis. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><a href="http://www.slamtrak.com/hojo2003">http://www.slamtrak.com/hojo2003</a></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><a href="http://www.roadsidefans.com/hojo.htm">http://www.roadsidefans.com/hojo.htm</a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-84547052234809378012010-07-18T10:47:00.000-04:002010-07-18T10:57:09.940-04:00Olor agrio<strong>Mario Morenza</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitbJVvrNcOlgNGst4nVHgn2ZWpytDOOsbRihCBRrS7QuJOMXmMpM1qoS5BlYOcAz-FagaSY7xpR0T7p6f4buYowJKNqKJNydZ00ql33YYJ-Duzh59YvASmSsFAiH3ICtDt0TTIs0Uvrybc/s1600/burundan.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitbJVvrNcOlgNGst4nVHgn2ZWpytDOOsbRihCBRrS7QuJOMXmMpM1qoS5BlYOcAz-FagaSY7xpR0T7p6f4buYowJKNqKJNydZ00ql33YYJ-Duzh59YvASmSsFAiH3ICtDt0TTIs0Uvrybc/s320/burundan.jpg" /></a></div><br />
<div style="text-align: center;"><strong>B-5</strong></div><div style="text-align: center;"><strong>Enero 2006</strong></div><br />
<div style="text-align: justify;">Lo único consistente en mí, a parte de mis muelas, y mis muslos, y mis miedos, era ir a la Santo Domingo Savio todos los domingos por la mañana. Así haya llegado a las cinco de la madrugada de alguna fiesta. Ahora mi relación con Dios es inexistente. Eso me temo. Cuando le llamé a las misas funciones religiosas, sabía que algo se resquebrajaba como un vitral. No, mamá, no, no iré más a esas funciones religiosas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Cuando me sacaron del tiempo, también me sacaron ciertas creencias que tenía. Como si me hubieran volteado y zarandeado para vaciarme toda por dentro. Las esquirlas cayeron al suelo. Aparecí en un hotelucho de Sábana Grande. Había un olor agrio en el ambiente y el bullicio de los buhoneros aplacaban lo agitado del aire: se escuchaban como un animal herido, que rezongaba. Las cortinas me dieron asco. Tenían manchas marrones y jirones deshilachados. Revisé instintivamente las sábanas para comprobar si estaban en las mismas condiciones. Al frente había un edificio lúgubre, que acaparaba todo el hollín, todo el <em>smog</em>, de la cuadra. La mayoría de las ventanas estaban rotas. Parecía un escenario de Irak. Los que me drogaron tuvieron la decencia de cubrirme con una sábana. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ayer vomité toda la noche. Mi padre ignora que estoy embarazada. No veo a mi novio desde el jueves. Ya me es imposible ocultar esto. No, mamá, no, el hijo no es de Ricardo. Es de la Burundanga. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Salí de la habitación del hotelucho. Una señora me provisionó ropa. Vi que la sacó de un closet. Me dijo que siempre tenía “provisiones” para estos casos. Usó esa misma palabra. Desde ese día, es la palabra que más pronuncio. Es una necesidad. Un respirar semántico. Un mantra. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">A Joaquín, mi primo de Maracaibo, le pasó lo mismo. Sólo recuerda a dos tipos que se acercaron. Lo tomaron por los hombros y más nada. Apareció en una plaza. Sin zapatos. Frente a él, una familia de guajiros lo veía imparcialmente, como debe ser la mirada de un juez o de un árbitro en un partido de <em>volleyball</em>, uno de los pocos deportes por equipo que aún no ha sucumbido al negocio de masas. Se despertó escuchando el tañer de las campanas de alguna catedral. Ir de misa todos los domingos fue un hábito que aprendí con él. Ahora ambos podemos fundar una asociación sin fines de lucro. Algo así como: Víctimas de la Burundanga. El humor siempre me ha salvado la vida. Estoy picando fondo. Besando el fondo. Me espera el otro hemisferio de la histeria. Un terremoto con réplicas indefinidas. Dios mío, no recuerdo nada. Me extirparon la memoria. Me amputaron un pedazo de cerebro, como si le hubiera caído una bomba atómica a mis neuronas y hubiera acabado con ese pasado atroz. En esas horas se resumirán mis próximos meses. Nueve. Tengo dos amigas que abortaron. Una se vio grave. La otra como si nada, como si se hubiera destripado un barro. La primera escurrió su sangre por los pasillos de algún hospital del que nunca supe sus siglas. La segunda se fue a tomar un helado por Plaza Venezuela y a escurrir lágrimas sobre un mantel con rastros de quemadas de cigarrillos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Yo tengo una de esas dos posibilidades. El anticonceptivo que uso merece una demanda. Pero, no. Sería un escándalo. Sólo recuerdo que salí un momento de El Muelle Azul, el local en el que estaba con unas amigas. Tenía hambre. Muy cerca de allí, hay como tres carritos de perrocalenteros. Compiten entre sí. Y luego se piden cambio de billetes. Uno de cincuenta mil por dos de veinte y uno de diez mil. Tenía unas cervezas de más. Tenía unas hambres de más. No recuerdo más nada. De allí. A esa cama que rechinaba apenas moverme.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desde la madrugada estoy eligiendo palabras. Un <em>casting</em> de frases. Necesito pensar cómo le diré a Martha. Las palabras de mis diccionarios escasean. Digo, las palabras destinadas para las confesiones. ¿Se habrán caído al suelo cuando me zarandearon? Por supuesto, Martha es una de las chicas que abortó. La del helado. Se practicó el aborto muy cerca de su casa. Puedo decirle a mi madre: Mamá, me voy de vacaciones. Martha vive sola. Tal vez puedo estar con ella unos días. ¿Tres? ¿Dos? ¿Una semana? </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Ahora cuando tengo más necesidad de creer, mi fe me abandona. Seguro terminaré en una de esas iglesias pentecostales. Fanática de Jesús, como si se tratara de un cantante de rock. Y eso es lo que me provoca. Rock. Un <em>whiskey</em> amargo en las rocas. Irme a la playa. Al malecón de La Guaira y quedarme dormida en los peñones, hasta que los cangrejos me piquen y me arranquen los dedos de los pies. Con sus tenazas. Con su furia y su caminar huidizo y dislocado. Me provoca escribir en la pared el sueño que tuve anoche. Y empotrarlo en la pared, ya que como no puede escuchar, al menos sí se puede escribir en ella. Mi sueño fue el siguiente:</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Estaba vestida con una bata blanca, con las que visten a las mujeres que son detenidas en la televisión, dudo que aquí tengan esa hospitalidad. Había muchas mujeres. Recuerdo que el que atendía u organizaba era travestido. Todas íbamos hacia él, nos alineábamos en una gran fila que ascendía por las escaleras de un edificio empedrado y albino, sin rastro de pinturas ni graffitis impertinentes, de paredes porosas, cuando no venidas abajo, las ruinas de algo más grande. Había una mujer con el cabello rasurado, repartía potecitos de agua y con éstos, instrucciones de cómo uno tomarla o echársela encima. Sé que había mucho calor en el sueño. Cuando la mujer estaba justo frente a mí, se sintió un estruendo, un estallido. Apareció desde una nube un ave mecánica. Nuestros dientes crujían cada vez que aleteaba. Planeó por encima de la estructura en la que estábamos y luego se metió de nuevo en su nube, que había avanzado poco, movida por el viento, hacia el este. La mujer rapada dijo: Ese es su nido, y allí están sus crías. Me miró a los ojos y recuerdo que los suyos eran violeta pura, un violeta índigo producido por alguna aleación químico orgánica. Me preguntó: ¿Quieres agua para tomar o para echarte encima? No recuerdo qué le respondí.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desperté sudando. Las sábanas estaban empapadas. Pensé que me había orinado.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Sé que tomaré algunas pastillas para los nervios esta noche. Mejor visito a una bruja. Le pregunto qué significado puede tener mi sueño. Qué me depara el futuro. Qué me hará daño para el estómago cuando tenga cincuenta años. Qué me matará. Qué hombre me desgraciará la vida (de nuevo). Qué nombres tendrán mis hijos deseados. Qué me hará daño cuando cumpla sesenta. Qué piensa mi padre de mí. Qué piensa Ricardo de mi padre. Qué piensa la madre de Ricardo de mí. Qué permanecerá igual si decido hablar. Qué me conviene más: ¿ir a la iglesia los domingos o subir El Ávila?</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-42226798471044750742010-07-18T09:50:00.016-04:002010-08-02T09:25:50.990-04:00Sed<b>Joaquín Ortega</b><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWa0JSPeAOtsyhdetuz9iG_BGEXUdaiAT1-Ahyphenhyphen2kx5PZ9CFrut6XnWksLFp2vnHqEieKrhWmJBq0YIBlZRiYCI8dFVWGLau3UNXPP0WuLEC60hqw1hPzTz3XLbaTbXcPsDsghEtt_GExep/s1600/star_babalon.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" bx="true" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiWa0JSPeAOtsyhdetuz9iG_BGEXUdaiAT1-Ahyphenhyphen2kx5PZ9CFrut6XnWksLFp2vnHqEieKrhWmJBq0YIBlZRiYCI8dFVWGLau3UNXPP0WuLEC60hqw1hPzTz3XLbaTbXcPsDsghEtt_GExep/s320/star_babalon.jpg" width="298" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br />
Contar con el lujo de la pereza nos vuelve malagradecidos, desatentos y hasta un poco huraños. Así, feraces leyendas quedaron pinceladas en una sucesión de imágenes prendidas en corchos, a modo de memorias diversas, entre ruidos de cadenas y armas santas a medio disparar. Como en un tríptico fantástico, en donde corren hombres lobo espumantes o enfermeras suicidas –y quienes puntuales aplican medicinas mortales por perpetuos pasillos- un convicto de la contemplación incontrolada despejaba un círculo, tratando de que el rabillo del ojo no lo traicionara y le hiciera orientar sus pupilas sobre la carpa, que armaban relamidos, los señores de un circo lujurioso, ruin y clandestino, para casi todo el mundo.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Aferrado al trapo que húmedo limpiaba el piso manchado de grasa de cocina y mierda de la calle, usaba sus brazos como la fuente de un valor, a ratos perdido. Así, cruzado de oraciones inútiles y sudores fríos, vio a un gordito beber, entre cortes y transiciones. Fue el resumen de una vida en pocos minutos, entera y mecánicamente en esa única tenida, intolerable para un solo cuerpo. Serían -si mal no quedó registrado en el Akhásico- un relleno de tripas y sentidos, como a continuación se describe: </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Dos copas de Aniversario, dos de Pampero, 3 vasos llenos de José Cuervo Clásico, un sorbo de Kafe Noir, un buen trago de Cacique 500, seis copas de Ron Ocumare, un palo de Cinzano, un sorbo de Ponche Crema con un toque de Chiapas y Marie Brizard. Una cerveza de sifón para refrescar. Un breve desmayo. Al despertar atacó con sed nueva lo que le restaba a la botella de Cynar y a la de 501. Dentro de una copa medio rota, apuntó entre mareos manejables un poco de José Cuervo Especial. Otro vértigo y una rápida alerta. Entusiasmado por una sobriedad repentina bebió a pico de botella Cherry Bols y Parfait Amour, 1492 y Coca Cola con restos de colillas. A su parecer, una caída lo llevó a un cuarto en donde apreció el reposo de casi dos días durmiendo. Recuperando la cordura, decidió frotarse las cuerdas vocales con Tullamore Dew, Balvenie, Whyte and Mackie The Thirteen, Dewar´s, White Horse, Tanqueray y Bourbon de Jim Bean. Un desastre sobrevino sobre su pecho. Algunos buches de soda para limpiarse el vómito y seguir con Greygoose y Glenfiddich, Absolut Citron Mandarin, Sambuca, Old Parr, Chequers y una botella cubierta de tierra en la que se leía Dunbar. Después de otro simbólico día de sueño atravesó su garganta, estómago e intestinos con chorros de Wyborowa, Churchill y Cazanove, fuertes tragantadas de Gran Duque de Alba y Anís El Mono, Beefeater, Gordon´s y Something Special 15. Gran bacanal. Inútil, para quien posiblemente la muerte le había mordido las ancas, desde aquel primer sueño sin resaca.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El que enjuagaba cumplía con su faena, y queriendo andarse pronto desatendía el alboroto que se hizo casi a quemarropa en el bar vacío. Sólo los muertos ebrios pueden hacer mejores cantinelas que los vivos, en especial si tienen cuentas con una eternidad que no desean enfrentar. Pero la puerta de salida rechinaba violenta. Todavía había que apagar las luces. El interruptor estaba más adentro del local, en donde ahora se agrupaban tres oscuras estampas, quienes sí estaban al corriente de que él alcanzaba a reconocerlos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-¿Te cuestionas, cierto? -se sintió una voz, al borde de la barra.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El hombre no quería responder, pero un frío de rabia y hastío lo hizo salir de su antigua cobardía. Demasiados días encima, con un blancuzco apocamiento parecían quedarle mal estampados sobre la piel. Parecía un sueño repetido, con un aire de vieja película con malos actores, malos diálogos y mala dirección. Tras un par de inhalaciones profundas, decidió enfrentar el rostro. Se trataba de un viejo hombre fuerte, envuelto en un aura de humo grueso. Su chaleco, pasado de moda, pero limpio y bien planchado, le permitió romper el silencio tenue del bar.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-¿Por qué yo?… ¿Por qué ustedes?… ¿Por qué no?</div><div style="text-align: justify;">-¿Por qué no mejor soñar con canicas?… ¿Con números dando vueltas y ganar la lotería, en lugar, de ver cuerpos de ratas del tamaño de hombres? Porque… siempre hay opciones.</div><div style="text-align: justify;">-¿Opciones?… Pero, tantas súplicas… Yo… he soñado respuestas, pero me despierto demasiado lelo para que sirvan.</div><div style="text-align: justify;">-¿Será que no has querido transitar a los próximos horizontes… escuchar la voz de tus dómines?</div><div style="text-align: justify;">-No todos lo que me hablan son maestros. Debes estar al tanto, quien quiera que seas…</div><div style="text-align: justify;">-Los que hablan fuerte y claro lo son. Sí lo son. A su manera, cada voz colegiada hila un destino, con el cual te sostendrás.</div><div style="text-align: justify;">-¿Y si yo no quisiera vestirme… ni ser marioneta?</div><div style="text-align: justify;">-Es tu decisión andar desnudo… pero sabes muy bien que afuera, más bien dentro, hace frío. Y lo de ser marioneta… todo depende de sí quieres mover los brazos… o para qué.</div><div style="text-align: justify;">-¿Por qué su voz no se siente cubierta de moho?</div><div style="text-align: justify;">-Porque no necesito hablar en tono añejo para decirte lo que sabes. Añejo, con el perdón de las energías presentes.</div><div style="text-align: justify;">-¡Este infierno… de apariciones horribles y portazos interminables!… ¿De quien es la culpa? yo…</div><div style="text-align: justify;">-No tuya. Esto casi siempre existió y si tuvieras la suficiente determinación –como la que pones para limpiar una de esas manchas- podrías subir otros tramos de la escalera… o ver distintos cuartos de ésta gran residencia. También, podrías ir fuera…</div><div style="text-align: justify;">-No es un piso que me desviva por conocer.</div><div style="text-align: justify;">-En realidad, no se vive lo que no se conoce… al menos, como tú entiendes la vida. Así que, técnicamente, lo has ocupado.</div><div style="text-align: justify;">-Me parece que he estado aquí otras veces… pero en mi cabeza… los ruidos…</div><div style="text-align: justify;">-Es un pedazo del pastel de tus libertades… si enciendes varias radios escucharás distintas melodías: las voces dulces, las airadas… el clima… si te concentras un poco, disfrutarás de una señal sencilla, templada…</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Desenganchando el haragán apretó los ojos. Gradualmente la bulla cesó y donde la bestia de los apetitos maniobraba, se instaló un volumen natural, casi de calle solitaria.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-¿Sorprendido?</div><div style="text-align: justify;">-Más bien, contento.</div><div style="text-align: justify;">-Pudieras dejar el piano… nos va bien entresacarte las palabras con Ibrahim de fondo.</div><div style="text-align: justify;">-¿No crees que ésta charla es más Billy Kyle?</div><div style="text-align: justify;">-Pudiera ser Palmieri, pero nadie baila cuando se está en pena. Y, si te gustan los chistes celestiales, te diría que ésta cháchara es más un silencio de Monk.</div><div style="text-align: justify;">-¡…!</div><div style="text-align: justify;">-Es bueno verte sonreír. En fin, el resto del barullo se mantiene en el bar, y no soy quien para juzgar. Son muchas las generaciones de viciosos que a él asisten. Incluso antes de construirlo ya se bebía sobre estos peñascos y farallones. ¿Te hace gracia ver al hombre que vuelve sobre las botellas vacías sin oírlo?</div><div style="text-align: justify;">-Un poco. Y sí, me molestaba el ruido de sus tripas y de su ahogo…. ¡Y la barahúnda rastrera que lo incita a que trague y trague… aunque ya esté…!</div><div style="text-align: justify;">-Muy cortés de tu parte. Pero decirle muerto a un muerto no lo ofende. Es un adjetivo inocuo. Y la barahúnda es parte del compromiso de los “embriagados mínimos”… de los espíritus que se agitan entre las botellas. Su ministerio es hacerte cortejar la botella, aprender a distinguirlos… hasta que ya sea demasiado tarde…</div><div style="text-align: justify;">-Sí, los he visto.</div><div style="text-align: justify;">-Querrás decir <em>“las”…</em> son femeninos y se mimetizan. Disfrazarse es un arte andrógino que sólo los espíritus hembra pueden manejar a su antojo… por eso, las mujeres odian la bebida… detestan a otro aliento mujeril que le robe la atención de sus hombres…</div><div style="text-align: justify;">-Parecen ingenuos y dan compañía… es un calor extraño…</div><div style="text-align: justify;">-Sí, su calor es frío… van congelando las manos que, supuestamente, deben calentar… como te dije, es su oficio.</div><div style="text-align: justify;">-Un oficio raro…</div><div style="text-align: justify;">-¿Cómo el tuyo?... ¿Sabes que puedes hacer más?</div><div style="text-align: justify;">-No se me antoja…</div><div style="text-align: justify;">-¿No? Es tu naturaleza la que se superpone a las voces… la que te hace decir…</div><div style="text-align: justify;">-<em>Magis</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">En la sala, repleta de frascos y mesas patas arriba, pareció que una corriente de aire cruzara de izquierda a derecha… y a ambos conversadores, pareció darles frío.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">-Conoces el término. No dejas de sorprenderme… sale normal de…</div><div style="text-align: justify;">-¿Te helaste también? Ahora, la sorpresa es mía.</div><div style="text-align: justify;">-Frío no es lo que mejor explique lo que sentí… pero, no es de mi sobre quien he venido a hablar… es sobre tus habilidades…</div><div style="text-align: justify;">-¡No sabes por lo que he pasado, lo que esto significa, los lugares en donde estado, lo que he perdido…!</div><div style="text-align: justify;">-Lo que has ganado. Siempre te hemos observado…</div><div style="text-align: justify;">-¿Son varios…como usted?</div><div style="text-align: justify;">-Más o menos. Algunos nos parecemos. Digamos que en el aire de familia. Te hemos visto crecer… sabemos de tu músculo. ¿Sabías que eres un natural?, lo que a tantos les cuesta, a ti parece resultarte un día de campo. Sin mas tienes que conectarte con los sueños, en donde has salido victorioso… ¿Los recuerdas?</div><div style="text-align: justify;">-No sé de qué habla… ¡ha sido demasiado larga esta… debo, debo irme…!</div><div style="text-align: justify;">-El tiempo no importa… tú sabes que aquí no son primordiales otras tareas ni tu reloj ni tu impaciencia… incluso, puedes aprender a tutearme. No tengo tanta jerarquía como para que te sea vedado hacerlo.</div><div style="text-align: justify;">-¡Insisto, quiero irme!</div><div style="text-align: justify;">-¿Y dejar que ganen las tres sombras del fondo?</div><div style="text-align: justify;">-No soy el peón de nadie… al menos, no quiero jugar ningún…</div><div style="text-align: justify;">-Sólo haz un poco de memoria. Recuerda las veces que has ganado al despertarte…ten en cuenta las batallas que condujiste contra muchedumbres nocturnas, las que te han hecho sentirte salpicado de grandeza. No dejes que ese cuidado, que puede ser tu aliado, te distraiga de las alianzas contigo mismo…</div><div style="text-align: justify;">-¡Sólo quiero una vida, no quiero ver… ni hablar con usted… contigo… con tú, con…!</div><div style="text-align: justify;">-¿Ya no me respetas tanto, eh?… Ese miedo cardinal…tu temblor primordial está desapareciendo… ¿será que quieres ver un poco mejor… uno de mis cuatro semblantes?</div><div style="text-align: justify;">-¡No hay nada de ustedes que quiera conocer, no espero sino por el amanecer para poder dormir…!</div><div style="text-align: justify;">-¿Dormir?... ¿Le llamas dormir a ese sudor encabritado que te aceita y con el que te ocultas de lo que acecha estúpidamente bajo tu cama? ¿Le llamas sueño a esa espera de alma apetecida… a ese brillo anegado en una certidumbre dispersa?</div><div style="text-align: justify;">-¿De qué hablamos aquí?… ¡No hay tentación que no haya escuchado, no hay promesa que no haya valorado…!</div><div style="text-align: justify;">-Todavía no has <em>atendido</em>… Tus valores están “al borde de un borde”… Si caes, pudieras levantarte hacia el trono, el que repica como miles de trompetas… Bajo tus tobillos bailan los tablones de un barco pirata. Directo a tus sienes apuntan cañones de un solo disparo. Se <em>huele</em>. El dominio te aguijonea las manos mientras me miras…</div><div style="text-align: justify;">-¡Yo no quiero, no puedo, no debo…!</div><div style="text-align: justify;">-¡“Yo no, yo no, yo no”!… ¡Deja de llorar como un niño resabiado… Tu malcriadez es parte de esa conciencia instalada que debe erradicarse, de esa guía temporal que pasará a los otros como tú. Ellos, como tú mismo ahora, no saben lo que están deshaciendo <em>los rezagados</em>, los que planifican distracción, bajo las suelas de sus zapatos.</div><div style="text-align: justify;">-¡Si éste ruido de turbina… si estos aviones se detuvieran…!</div><div style="text-align: justify;">-Las naves, los cruceros, las saetas ya están cruzando los cielos… son el fragmento viril de éste propósito sacramental…</div><div style="text-align: justify;">-¡Te obligo a marcharte!</div><div style="text-align: justify;">-…</div><div style="text-align: justify;">-¡Yo te obligo a…!</div><div style="text-align: justify;">-Vuelve tras la barra, pon la nota final, ejecuta tu voluntad… decapita a la reina que no aceptó la huida y funda la casta de la nueva élite…</div><div style="text-align: justify;">-Si pudiera volver a… a… ¡no sé donde!… Tú y tus juegos de palabras… yo…!</div><div style="text-align: justify;">-En mi boca están distantes los malabarismos del lenguaje… Si hay algo más confuso o menos directo, es sólo culpa de la banda en la que te coloques… Yo pronuncio <em>la lengua de las aves</em>…</div><div style="text-align: justify;">-¡Tú eres un apéndice, y me crees un espécimen… como…!</div><div style="text-align: justify;">-Te veo como un disco que gira y que se pierde, si el que lo lanzó no va a su encuentro. </div><div style="text-align: justify;">-¡Tú…tú… si al menos!</div><div style="text-align: justify;">-Siempre has coqueteado con el desencuentro…</div><div style="text-align: justify;">-¿Y me hablas de claridad… de no ser confuso?… ¡Sólo escúchate coño!</div><div style="text-align: justify;">-…</div><div style="text-align: justify;">-¡…!</div><div style="text-align: justify;">-…</div><div style="text-align: justify;">-¡…!</div><div style="text-align: justify;">-Cuando miras a tu perro preferido destrozar entre sus dientes un juguete. Cuando ves a un gato jugando con un ratón o un insecto, seguramente sonríes, o ¿no? Lo mismo debe hacer Dios, cuando nos ve desnucar animales de corral en un recreo infantil, o descuartizar infelices que no son familia nuestra. Él, entre distracciones, nos debe ver con una mezcla de ternura y deseos de darnos una nalgada; una nalgada con más ruido que fuerza y con el simple objeto de hacernos desistir de la travesura. Si no lo hace, es porque de seguro esta mirando hacia molestias mayores… O porque no quiere entrometerse… O porque no le importa. La crueldad es un asunto de perspectiva, mi buen amigo. De cuan alto esté tu culo y de cuanta atención le prestes a lo que ocurra en el apartamento de abajo. De eso mismo, de ese lugar que se conoce como alejamiento dependerá todo el sentido… y de lo que tus propias bolas entiendan por<em> vida</em>.</div><div style="text-align: justify;">-…</div><div style="text-align: justify;">-…</div><div style="text-align: justify;">-Era eso, ¿no?... ¿La certeza como ausencia de sed?</div><div style="text-align: justify;">-Más o menos. Igual creo que tu amigo aquí atrás, sigue estirando la pata, cada noche sabiendo un poco menos de sí mismo… o de ellos.</div><div style="text-align: justify;">-¿Entonces?</div><div style="text-align: justify;">-¿Entonces? </div><div style="text-align: justify;">-¿Qué debemos hacer?</div><div style="text-align: justify;">-…</div><div style="text-align: justify;">-¿Qué debo hacer?</div><div style="text-align: justify;">-Lo sabes, y eliges el orden: cerrar el local, dormir con la ventana abierta y venir mañana a disipar este tufo a zánganos y crímenes… con algo más que un paño.</div><div style="text-align: justify;">-¿Y si pudiera hacerlo, ahora?</div><div style="text-align: justify;">-Ya lo hiciste. Brazo izquierdo con la palma extendida en alto, mano derecha al frente… <em>¡Ignis!</em></div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">El hombre artísticamente se apropió de las formas sugeridas. El cuarto, bajo un fuego de acento y carácter marino revisó cada poro del mercado de almas. Aquellas tres sombras del fondo, dueñas del circo, fueron las primeras en licuarse en una lluvia fractal. No hubo ni una sola impiedad en evasión, no hubo ninguna bondad que no apadrinara la limpia abatida. Contar con el lujo de la pereza nos vuelve malagradecidos, desatentos y hasta un poco huraños. Más eso, no resulta relevante para un talento, al día afinado.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-6425181610649307460.post-67861854557836438862010-07-18T09:29:00.000-04:002010-07-18T10:06:19.976-04:00Juegos<strong>Pedro Plaza Salvati</strong><br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWqPXK5FBtXcnDJWLS0hJx0qRGhWB86PCD68JXKfQCLviXHSsiXE-_LekFFI2vusAQzezSpMHslhfUxK70Ej12O2Kuclo95KYtxN58fjRxgTPevK5xKKxvud2CHoKEF8iPMX3ZMp1gFZ6C/s1600/pamela.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" hw="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWqPXK5FBtXcnDJWLS0hJx0qRGhWB86PCD68JXKfQCLviXHSsiXE-_LekFFI2vusAQzezSpMHslhfUxK70Ej12O2Kuclo95KYtxN58fjRxgTPevK5xKKxvud2CHoKEF8iPMX3ZMp1gFZ6C/s320/pamela.jpg" width="212" /></a></div><br />
<div style="text-align: justify;">Abro la puerta. Está desnuda. Se da cuenta del bulto en mi pantalón. Se cubre con las sábanas hasta el cuello. Mueve la cabeza. Me mira y saca la lengua como un limpiaparabrisas.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Me quito la franela, el cinturón, los pantalones, las medias, el reloj y el crucifijo. Me quedo en interiores; los que tienen estampada la figura de Pamela Anderson. Enciendo las luces. Necesito claridad: no te hagas la que no sabes, le dije. Ella me pide que las apague porque prefiere la oscuridad; que eso ya yo lo sabía, que si quiero fastidiarla. Busco un punto medio: enciendo sólo la lámpara de la mesa de noche.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">¿Estás segura?, le pregunto, para confirmar una vez más. Después de todo lo que hemos esperado, créeme que lo he pensado bastante, me responde.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">De pronto se va la luz. No puede ser, coño, ¡el plan de racionamiento, justo ahora! Abro la puerta del pasillo. No veo casi nada. Se encienden las luces de emergencia. Con el silencio del apagón, ya sin el aire acondicionado y la música hindú de fondo, sólo se escuchan gemidos provenientes de otros pisos y de habitaciones más cercanas. Siento el olor a humedad en la alfombra y distingo, en la penumbra, los dibujos estampados del Taj Mahal, que le da nombre a este motel. Oigo golpes de copetes de madera contra las paredes.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Regreso a la habitación. Cierro la puerta. En ese preciso instante regresa la luz. Resucita el aire acondicionado, los sonidos orientales y el agüita de la fuente que cae de un elefante en dos patas y de trompa parada. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Se te bajó, me dice, pero eso ya me lo esperaba, tú con tu manía de toda la vida, asustado y siempre pidiendo claridad. Vamos a hacer algo, le digo, voy a salir de la habitación y regreso, como si no nos hubiéramos visto antes. Deja encendida la lámpara de la mesa de noche y te quitas las sábanas de encima. Está bien, como tú digas; siempre tan mandón.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Salgo del cuarto. Nadie ve a Pamela. Espero unos segundos. Tock, tock. ¿Lista? Sí. Entro. La veo desnuda. Tengo la segunda erección. Que no se vaya la luz, pienso. ¡No, no te tapes! Está bien, pero quítate a Pamela. Poco a poco empiezo a deslizar el interior hacia abajo. Se traba en su descenso como un pedazo de ropa en un tendedero. Me acerco a la cama. Ella vuelve a girar la lengua como un limpiaparabrisas. Estoy a punto de explotar. Casi no puedo más y ni siquiera la he tocado. Tengo una reflexión en medio de la represa sexual a punto de inundación: pienso en papá y mamá; lo que estarían haciendo ahora en casa, sentados frente al televisor, con su rutina, y los cuadernos de tarea sin abrir. Pienso en Floppy, que mueve la cola y se echa sobre la alfombra.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pienso en todo eso, en segundos, pero mi primo sigue tieso como un extraterrestre con vida propia. ¡Aterriza la nave, pendejo!, me dice una voz: tu primera vez en el planeta tierra, vamos: Welcome to the jungle, Gun & Roses, se me viene a la cabeza. Le pido que abra las piernas. Sí, está bien, yo sé que eso te gusta; tantas veces que me lo pediste cuando dormíamos en el mismo cuarto. Es verdad, pero ahora sí lo vamos a hacer: llegó el momento. Me acercó más. La abrazo. Me veo reflejado en sus ojos, en algunos rasgos de su cara… Me esfuerzo. Cuesta trabajo adentrarse en el territorio desconocido. Le duele mucho pero, al mismo tiempo, parece no darle importancia: como si se tratara de uno de nuestros juegos de siempre: La membranita, se llamaría éste.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">La represa libera todo su contenido luego de romper la barrera… Superado su dolor y sin haber ella llegado a ningún clímax aparente, de pronto la veo ausente de emociones, junto a los manchones de sangre. Mis amigos me dicen que las putas aparentan; gritan; rasguñan… Pero ella no tiene nada que pretender, quizás por la confianza. Casi que nos podríamos poner a jugar ahora mismo pisa y corre, barajitas, ladrón y policía, Nintendo, Wii. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pienso en papá leyendo el periódico en su butaca. Espero que no haya revisado su cartera, que no se de cuenta de los billetes ausentes que aceptaron con gusto aquí, en el Taj Mahal. </div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Pienso en mamá con la cena lista, preguntándose, dónde nos habremos metido.</div>Los hermanos Changhttp://www.blogger.com/profile/11475336894792674755noreply@blogger.com0