Algunas fechas no olvidadas/Motel en Topeka

Humberto Valdivieso



Entretanto, aquí estoy en mi oscura demencia,
absolutamente solo con mi baraja de naipes y,
desde luego, con el látigo que Dios me dio.

Truman Capote


Septiembre. 1980. 4:30 AM
Una mujer, enferma, mira, a diario, a través de la ventana que da al poniente. No es puntual, aunque siempre lo hace cerca del atardecer. Abajo está el jardín. Un metro después la avenida. En la acera las camareras fuman, hablan mal y esperan impacientes a sus amantes. Tienen sexo el resto de la noche.

Esa madrugada hizo frío. Era la tercera vez que se asomaba durante la noche. Los bordes del marco estaban lamiendo sus extremidades. Las yemas de sus dedos presionaban el vidrio. Una de las camareras, que miraba desde los arbustos mientras soportaba las manos gruesas de un chico sobre la espalda, pensó: “amanecerá muerta una mañana”. “Sus labios aún estarán pintados esa mañana”. “Morirá sosegada, tras una fría noche de amor”.

El anciano gruñe, está fría su cama. No puede dormir porque la extraña. Ella quiere saltar y no lo hace. Agota sus ganas y el aliento de la despedida en cada intento. Envidia la fuerza de aquellos amantes que no ha dejado de ver. Aprieta los dientes. Pero los lamentos del viejo, sus aullidos de lobo, proscriben el deseo de la suicida.


5:00 AM. El día siguiente.
Luego de siete días de alcohol y encuentros furtivos con los mesoneros un poeta escribe: “Ella ve caer las ventanas, él siente el ardor. Y juntos se abren un ojal en la mejilla. Luego celebran, su noche; su inundación”.


Junio. 1981. 5:30 AM. (i)
-¿Eres capaz de perdonarme?
-No lo sé. A veces pienso en esos dedos que descansan bajo una almohada sin importar lo ocurrido noche tras noche. Sin embargo, las paredes son tan...
-Te equivocas. No hay tales paredes invisibles, ni ojos tras los espejos. Sólo nosotros. Tú en tu círculo y yo, aquí, tratando de moverme.
-Pero hay cientos de personas durmiendo afuera; tal vez por eso me arrepiento. Antes se trataba sólo de placer, de unas lenguas histéricas, de secretos.
-¿Y los policías? No olvides a los policías.
-Ellos sudan en las escaleras como la mayoría de mis amantes.
-Sí, tus escaleras; siempre manchadas por hocicos pintados y graffitis de dragones.
-Te amo.
-Despierta.
-Aún no va a amanecer.


Abril. 1983. 7:30 PM. (ii)
Hoy comienza el hormigueo del humo sobre la piel. Todo tropiezo queda suprimido mientras una triste vela enciende la habitación. La ansiedad sube a tu cama. Los amantes dejan su basura en cualquier esquina y continúan sollozando con vaciedad. Esta madrugada los cierres bajan frenéticos por la calle y las persianas caen doblegadas, sin detenerse en el descanso de la escalera. La palabra amor ya no está, escapó por la punta de los dedos. Y tu ciudad; Topeka, la ignorante, salta desde la ventana hacia el vacío liquidando a millones y pariendo a otros tantos. Luego el sol se encargará de secar la saliva y el semen. Cada palabra prohibida será desbordada del sexo oral a la sangre que baña el continente mientras los gestos, las caricias, las lágrimas y los gruñidos suben entre esos senos que vuelan libres tras una franela, bajan por el urinario, atacan a su prójimo, se queman con el café, toman el metro, el autobús, el olor de 110 que sudan en el vagón; luego un charco, un puesto en la tercera estación, la poderosa bofetada de Nietzsche, el salivazo vital, el culo de una descuidada, el ladrido del perro, los ojos de un ciego y alguna mano que se desbarata al caer la moneda del Dios te pague y la noche (pero no la noche, tu noche), esa que camina descalza sobre la hojilla aguardando el grito penetrante del minutero mientras unos dedos sucumben entre tus labios de hoy.


Septiembre. 1983. Hora indefinida .

Primera ronda (anotada a mano en una planilla de sugerencias)
El sommelier lubrica la mano entre los muslos de su concubina. La maestra de yoga está entregada a la meditación. El sonido pertenece al grito de sábanas y el silencio tiene su origen en esa postura donde alcanza el equilibrio. La paz de ella es parte de un alineamiento corporal y espiritual que permite la revelación. La sed de ellos es por el alarido que anuncia la llegada de la sangre a todas las cavidades del cuerpo, el olor intenso de la piel, la contracción de los músculos y el pubis levantado entre las sombras.

Segunda ronda (anotada a mano y escondida en el mostrador)
El dudoso gesto de aceptación cambia el destino de los tres adolescentes. Uno de ellos, saturado de pena y esperanzas, evita una mirada directa. Otro, el amigo más cercano, cierra las calles en su imaginación (sus padres nunca podrían llegar repentinamente). El que vive tres cuadras más arriba abre el e-mail desde su ipod y verifica el precio. Todos habían jurado (y mentido), frente a los padres, eludir el camino de las sombras. Aguardan al borde de la cama. Nadie quiere ser el último. Todos ruegan para que tarde en llegar el primer rayo de luna. (iii) 

Tercera ronda (Anotación casi ilegible encontrada en una servilleta. Escrita a mano por un poeta que pasó la noche en el bar junto a su pareja gay)

“…abismo saturado y seres sedientos que penetran la tierra buscando pertenecer al vientre circular, al primer gruñido de la soledad”.


Nota Bene: hubo otras miradas, otra gente y algunos encuentros. Esos no le apetecen a mi memoria y jamás fueron escritos.


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i. Diálogo inevitable.
ii. Nadie se fijó en la hora. Ocurrió cuando le tomaban el pulso y todo, al parecer, fue anotado a mano.
iii. A partir de esta noche han dejado de ser inocentes. Desaparecieron entre esas multitudes de muslos y caricias que habitan la fosa común de la madrugada.

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