Malpensaremos tieso = Empalomareis sostén = Mariposas en moteles

Enrique Enriquez


ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Cuántas arañas han encontrado en una habitación de motel?

FEDOSY SANTAELLA: Hace años, cuando yo era el Espantapájaros que acompañaba a Dorothy por el mundo de Oz, me encontré una araña en una esquina de un motel. El motel era un palacio, pero la esquina sí era una esquina. Toda la noche me quedé viendo maravillado a la araña tejer su telaraña. Con las primeras luces me puse a escribir, y esto fue lo que me salió:

A media noche, en la esquina de la lujosa habitación verde en el palacio verde de Ciudad Esmeralda, el espantapájaros aparta con delicadeza la araña y se traga la red. Luego susurra:

“Por fin tengo alma”, y acto seguido escribe un poema estilo I Ching:

De espaldas a lo grande
contempla lo pequeño
lo inmensamente sutil.

JOSÉ URRIOLA: Dos arañas. La primera en la ducha, hice una ola con el pie y la lancé por el sumidero. Se agarró fuerte a la rejilla pero le lancé un tsunami a escala de varias olas consecutivas hasta que se soltó y se fue tubo abajo. No lo haría de nuevo hoy día, hoy me iría yo a otra isla antes de sacarla a ella de la suya.
La segunda caminaba por la pared. Era una gordita negra con rayas blancas. Me caen bien esas. Incluso les dejo que me caminen encima. Esta salió de detrás del copete y se fue caminando pared arriba. Ella se acomodó contra mi pecho y le olí el pelo, cuando levanté la cabeza ya la araña no estaba. Es un recuerdo feliz.

ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Alguna vez han perdido la memoria, momentáneamente, en un motel?

FEDOSY SANTAELLA: Una vez perdí la memoria de tanto intentar recordar la dirección de mi casa. Cuando desperté, las mujeres que me habían acompañado en el intento de recordar la dirección de mi casa se habían ido, y además descubrí que mis ropas no estaban en esa habitación, pero sí en la habitación que estaba al otro lado del espejo. Entonces se fue la luz, y volví a perder la memoria.

JOSE URRIOLA: No, en un motel nunca. Lo que he perdido es la memoria del motel. Fui una vez a uno y a las pocas semanas quise volver pero no lo encontré. He pasado varias veces a lo largo de años por esa calle donde juraría que estaba el motel y jamás lo he encontrado. Nada, ni vestigio, ni siquiera algo parecido. Es gravísimo olvidar un motel, te hace poner en duda muchas cosas que pasaron dentro y fuera.

Preguntarse varias veces en la vida: ¿será que me lo inventé? es un indicio de locura.

ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Cuándo hay que decir "ya basta"? ¿Cuánto pelo es demasiado?

FEDOSY SANTAELLA: Después de un nombre y una coma. Por ejemplo, "María, ya basta". Luego, debemos agregar algo más después del "ya basta". Algo así como: "María, ya basta, tu cara llena de pelos es demasiado". O: "María, ya basta, tu axila llena de pelos es demasiado". O: "María, ya basta, tu nariz llena de pelos es demasiado". Por lo general, el exceso de pelo se relaciona con el poco amor que una persona se tenga. Si esa persona se quiere poco, le salen pelos por todos lados, y deja de ser feliz. Las actrices pornográficas saben que mientras más pelos, menos felicidad. Por eso están todas depiladitas.

JOSÉ URRIOLA: Yo creo en la máxima de Hitchcock: la inteligencia es la capacidad de saber cuándo renunciar. Así que, cada cuanto, aplico a la vida eso que Hitchcock decía del cine. Creo que digo “ya basta” con mucha más frecuencia de lo que aconsejaría un libro de autoayuda, un psicólogo o una película de Hollywood. Pero es que hay que decir ya basta cada vez que uno lo sienta en el estómago.

Y exactamente eso pasa con el exceso de pelos: uno realmente no sabe cuánto pelo es demasiado, los sabe es el homúnculo que habita dentro de uno y que a veces no están en la cabeza sino en el estómago o más abajo. Cuando el homúnculo considera que el pelo es demasiado, uno sin ser consciente se acoge a aquello glorioso que decía Bartleby, el escribiente: preferiría no hacerlo.

ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Será que todo punto es una “pequeña muerte”, como el orgasmo francés?

FEDOSY SANTAELLA: Una línea es un punto que salió a pasear, dicen que dijo Paul Klee. Es decir, pareciera que el punto, a solas, no se complementa y no hace mayor cosa interesante. Es algo así como un libro a solas. Un libro a solas no tiene razón de ser, no existe siquiera. Todo libro necesita de alguien que lo vea, de una mirada que excite sus átomos y lo ponga a vibrar. Ni siquiera que lo lea, sino que lo vea, y ya, por ser mirado, se llena de la maravilla de ser un libro con sentido propio y ajeno. De este mismo modo, el punto necesita de algo que le otorgue excitación para que tenga valor. Un punto solo, no hace nada. Un punto solo es un discurso excluyente. Por otra parte, muchos puntos juntos, sólo impresionan, pero siguen siendo excluyentes, nada los une, ni siquiera un discurso totalitario. En cambio, un punto que se prolonga en línea es un punto que ha tenido un orgasmo. Mientras más orgasmos ha tenido ese punto, más hermosas líneas creará. Pero ahora viene la pregunta: ¿qué hace que el punto se excite de tal manera que se convierta en línea? La imaginación y la sensatez. Sólo la imaginación y la sensatez pueden convertir a un punto en línea. La imaginación y la sensatez son el principio de todo orgasmo, y todo orgasmo es una pequeña muerte que lleva en su germen la resurrección. Yo creo que toda persona que se precie de ser seria, debería resucitar por lo menos dos veces en su vida. Acá, queremos dar nuestro agradecimiento a Jaime Balmes. Que Dios lo tenga en su gloria.

JOSÉ URRIOLA: No lo sé, a veces el punto es una sana pausa, un respiro para que otro tome el testigo y libre por uno. Pero a veces sí que los puntos son mortales. Sí, siempre y cuando el punto del que hablamos sea el puto punto G. El punto G es un invento producto de un conciliábulo de brujos enemigos del amor y del sexo. Pusieron a todas y a todos a buscarse el punto G y a buscar orgasmos simultáneos y a buscar una fórmula matemática única e infalible para quererse bonito y rico. Y entonces la gente, ahora que sabe tanto sobre cosas en las que no es bueno pensar, folla peor y está más frustrada y se quiere mediocre y mal y eso sí que es el punto de inflexión para convertirse en muertos en vida.

ENRIQUE ENRIQUEZ: Según el poeta Serbio Milorad Pavić, las mariposas son misivas para la mirada. ¿Hay espacio para mariposas en los moteles?

FEDOSY SANTAELLA: En el orgasmo, un cuerpo de la mujer, se transforma en miles de mariposas. El hombre sólo tiene que tener los anteojos puestos. Lo anteojos adecuados.

JOSE URRIOLA: Nunca he visto mariposas en un motel. He visto, eso sí, taras negras, de esas enormes que se ponen en las columnas o en los marcos de las puertas. Dicen en el llano que esas taras negras anuncian la muerte de alguien que está dentro. Por eso les encanta un motel. Los moteles son los espacios de las pequeñas muertes.

ENRIQUE ENRIQUEZ: Estaba pensando que, si de verdad una mujer se transformase en miles de mariposas frente a mi, literalmente, seria aterrador. Eso pasa a veces, cuando una metáfora se hace realidad. ¿Les ha pasado a ustedes, dentro o fuera de un motel?

FEDOSY SANTAELLA: Rilke podría haber respondido: "Todo metáfora es aterradora". Cuando la realidad deja de ser una dura piedra, modificada por el dedo inquieto del arte, surge una nueva representación, extraña y hermosa, que sin duda ha de producir terror en el espectador, quien se da cuenta, de pronto, que se encuentra en otra realidad, siempre hermosa y horrenda al mismo tiempo, lúcida y cegadora a la vez. ¿Quién no siente miedo y alegría al ver a una mujer realmente bella? Es el terror de estar allí, en ese otro lugar, y extraviarse. El terror a volverse loco y de perder todo gesto cultural y volver a ser un animal primigenio que se tambalea torpe por el Paraíso Terrenal, riéndose sin parar con la risa del idiota. La súbita gloria de Hobbes existe en la posibilidad de la metáfora. De la terrible metáfora. Ahora, te digo, y tal como decía al maestro Cortázar en algún texto, quizás yo me he acostumbrado demasiado al hábito de creer en la realidad, porque hace tiempo que las metáforas no se manifiestan. Bueno, la realidad que ahora vivimos no está para metáforas. Pero recuerdo, sin embargo, algunas en mi pasado. Era joven y muy tonto, y cuando se plantaron ante mí en Perú, en Guatemala o en la Antártica, las contemplé con la soberbia o quizás la indiferencia que te da la juventud de aquellos años. O quizás no con indiferencia, pero sí con un montón de ideas contemplativas, orientalisas quizás, que te hacen pensar que toda maravilla está a la vuelta de la esquina. Hay que tener cuidado con esos actos contemplativos, pueden volvernos máquinas de la espiritualidad. Pienso también que hubo muchas metáforas que se confundieron con la locura (real, muy real) que ya yo tenía antes de verlas. Cuando estuvieron ahí, las vi desde la oscuridad de mis tormentos. Quizás estos sean los anteojos para ver las metáforas de la realidad: la locura. Como ahora soy un poquito más normal, entonces puede que haya perdido los anteojos. Quién sabe.

JOSÉ URRIOLA: A mí que por favor nadie se me convierta en mariposa frente a llos ojos. Lo encontraría tan hermoso como a Gregorio Samsa despertándose en insecto en el primer párrafo de La metamorfosis. La única metáfora que he visto convertirse en realidad fue una vez, en la Candelaria, cuando iba con una amiga y ella me contaba de un aguacero brutal que le cayó el día anterior y dijo: “chamo, yo sentí que se me caía el cielo encima”. Y en eso la doña del primer piso tropezó un candado que le cayó en la cabeza.
Allí me enteré que las metáforas hechas realidad sacan sangre y duelen un montón.

ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Ustedes creen que los moteles puedan ser el antídoto del lenguaje?

FEDOSY SANTAELLA: Parafraseando al apóstol Mateo, en la entrada de todo motel debería haber un cartelito que diga: "Por sus acciones los conoceréis". En los moteles además, la boca siempre debería estar ocupada en algo:

1) En lamer.
2) En chupar.
3) Para quien guste, chupando otra vez, pero del pico de una botella.
4) En producir sonidos primitivos y placenteros (el instinto animal destruye al lenguaje).
5) Hay quienes invocan a Dios en un remix exaltado (lo cual lleva al lenguaje hacia la destrucción a través del éxtasis místico).
6) En producir al oído narraciones cargadas de fantasía, lo que se convierte en un perfecto antídoto contra el lenguaje diario, cargado de vacíos, pomposidades y otros recursos retóricos que nos mantienen alejados de nuestra esencia (a todas estas, ¿cuál es nuestra esencia?).
7) En cepillarse los dientes, para no salir con el tufito a la calle.

Y así, en defenitiva, el motel es un antídoto contra las opacidades del lenguaje.

JOSÉ URRIOLA: Al contrario, son caldos de cultivo para nuevos lenguajes. Allí la gente se llama distinto, hace otros sonidos que no sabían que eran capaces, dicen cosas en voz alta que no se permitirían ni en una isla solitaria. Los moteles son una especie de ventana indiscreta acústica donde tú puedes poner al mundo en pausa y dedicarte a oír. Y entonces piensas esas cosas que nunca dirías: “pero qué será lo que le están haciendo” o “pana, esa mujer te miente, nadie es tan bueno” o “ah, entonces un gorila y un delfín sí que pueden aparearse”.

ENRIQUE ENRIQUEZ: Un motel es un hotel sin H, lo cual es curioso porque la letra H tiene una posición bastante vertical, mientras que la letra M parece un animal en cuatro patas. Sin embargo, en su libro Cristalografía Christian Bök nota cómo, mientras la letra M sólo es simétrica consigo misma si la rotamos 180 grados sobre su eje vertical, la letra H es simétrica consigo misma cuando rota 180 grados sobre cualquiera de sus tres ejes: vertical, horizontal, y en el sentido de las manecillas del reloj. ¿Se goza más en un hotel que en un motel?

FEDOSY SANTAELLA: Yo no sé por qué, pero el sexo en los hoteles guarda cierto recato que no se guarda en los moteles. En los hoteles, además, siempre hay alguna distracción: la piscina, la piña colada, la internet en la habitación, el restaurante con excelente comida, la recepción donde sentarse a ver pasar a la gente con sus bastones y bombines. El hotel está diseñado para mantenernos alejados de la habitación. Por más lujosa y cómoda que ésta sean, pareciera que permanecer en una habitación de hotel es un descalabro, una pérdida de tiempo. El hotel existe pues en función del museo y la feria que nos esperan afuera. En el motel, el museo y la feria están adentro. Ningún ejemplo mejor que los espejos que abundan en sus piezas. En el motel, permanecer afuera es un desperdicio. Allí se debe disfrutar cada segundo que pasas adentro. El motel está al otro lado del espejo del hotel. Si Alicia hubiera llegado a un motel, seguramente Carroll hubiera terminado escribiendo una novela pornográfica, texto quizás más sincero y parecido a su autor. Hay una frase de León Bloy que dice lo siguiente: "Los goces de este mundo serían los tormentos del infierno, vistos al revés, en un espejo." Entonces, ¿cada vez que entramos a un motel, entramos al infierno? Se sufre pero se goza. Se goza pero se sufre... en un motel.

JOSÉ URRIOLA: Se goza igual pero distinto. A veces el hotel es más como un vino tinto nocturno y el motel es más una cerveza a pleno sol y en medio de la calle. El hotel es comida caliente con los pies debajo de la mesa y el motel es una pizza repleta de cochinaditas ricas que se come con los dedos y se desborda. El hotel suena al Lost and Safe de The Books y el motel suena a esa cosa que tiene en el Ipod un pana, que no conoces pero que te gusta y te da risa y te dan ganas de hacer una road movie. Hoteles y Moteles, con sus haches y emes en todas las posiciones, son igual de buenos e igual de malos según lo (in)congruentes que sean con las ganas de los huéspedes.

ENRIQUE ENRIQUEZ: Si el hotel existe en función del mundo que está afuera, ¿será que el mundo existe en función de lo que está dentro del motel?

FEDOSY SANTAELLA: El espejo existe en función del motel, y no hay mundo que pueda contra esto.

JOSÉ URRIOLA: Cuando uno está en un motel, cuando estás de verdad, el mundo de afuera no existe. Volver al mundo es doloroso como un parto.

ENRIQUE ENRIQUEZ: ¿Qué pasaría si uno cuelga un espejo de obsidiana en un motel?

FEDOSY SANTAELLA: Brincaría desde el otro lado un azteca, y tendríamos que acudir entonces a Julio Cortázar y a Augusto Monterroso para que nos ayuden a devolver al azteca a su mundo. Pero claro, antes deberíamos hacer un ritual que trajese a ambos escritores a la vida, y para hacer ese ritual deberíamos traer a Aleister Crowley a la vida, y para traer a Crowley a la vida, deberíamos estar muy preparados, con todos los escudos protectores del universo, porque Crowley no es cualquier cosa. Total que, ante todas estas imposibilidades, el azteca andaría por ahí, viendo a ver a quién caza y qué corazones arranca, por lo que posiblemente aparecería gente muerta en el motel, y todo el mundo creería que se trata de una secta satánica, inspirada en Aleister Crowley, pero ya nosotros sabemos que no es así. Al final, el azteca saldría corriendo desnudo por la calle, con un cuchillo de obsidiana en la mano. Bajaría entonces por una avenida, pegando gritos, y justo a mitad de la misma, desaparecería, tragado por su propia boca, tan enorme de tanto gritar.

Así que, para evitar todo esto, recomiendo no poner espejos de obsidiana en los moteles.

JOSÈ URRIOLA: Los espejos de obsidiana en los moteles reflejan una imagen gótica de los amantes. Cada beso es devuelto como una mordida, cada envestida es una daga que penetra. El encuentro sexual se convierte en una batalla de dientes afilados y uñas que desgarran, cada gota de flujo corporal se derrama con idéntica cantidad de sangre. En los espejos de obsidiana se desenvuelve nuestra vida vampírica y los orgasmos en ese lado de la existencia serían insoportables en ésta (son hasta cincuenta veces más fuertes). Los espejos de obsidiana en los moteles son buenos para verse la cara que uno pondría -y que pondría ella- si fuésemos capaces de tolerar un orgasmo de esa envergadura.

ENRIQUE ENRIQUEZ: Me parece a mi que en los moteles uno asume una visión de túnel y se olvida de lo periférico. ¿Que creen ustedes que habría descrito Simonides, el supuesto padre del Ars Memoria, tras visitar un motel?

FEDOSY SANTAELLA: Hubiera dicho que el motel es un bote que flota en la inmensidad de una mar sin tiempo, entre cuatro paredes y guiado por el faro incandescente que busca las profundidades de una caverna donde naufragar.

JOSÉ URRIOLA: Se le hubiera ocurrido el término Motel. Y en esas 5 letras se acuñaría entonces todo ese universo de acciones y sensaciones que necesitaba nombrar y recordar.

ENRIQUE ENRIQUEZ: En 1975 el artista holandés Bas Jan Ader se aventuró al océano Atlántico en un bote de vela diminuto, como parte de su proyecto “In Search of the Miraculous”. Salió de California con la idea de llegar a Europa en un par de meses, pero nunca más se le volvió a ver. A los moteles también se va en busca de lo maravilloso. ¿No existe también el riesgo de desvanecerse?

FEDOSY SANTAELLA: Yo entré una vez en un motel, me desvanecí y salió otro idéntico a mí. Desde aquel entonces fui ese otro, y debo decir que me costó mucho volver a ser yo. Los moteles son una cuchillada de la locura.

JOSÉ URRIOLA: Sí, corre el riesgo de desvanecerse uno como huésped; pero se corre al mismo tiempo el riesgo de multiplicarse. Uno se atomiza, se disgrega en varios. Ya lo decía Borges que le angustiaban los espejos y la cópula porque reproducían a los hombres. En los moteles, ya lo sabemos, hay de las dos cosas.



Nueva York - Caracas, 2010

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