Tocar con los ojos

Nelesi Gabriela Rodríguez Trujillo




-¿Recuerdas el motel chino al que fuimos?

Recuerdo el motel. No recuerdo haber ido contigo.

-El de la pecera en la entrada…

No está en la entrada, sino después de la taquilla, en la pared del restaurant -el restaurant de hotel más respetable que he conocido. Hasta tiene pecera, como los restaurantes chinos de verdad. Como este restaurant. Es curioso que hables del hotel chino estando justamente en un restaurant chino.

-No estoy segura.

“Tocar con los ojos”, dice el letrero -paradójicamente bastante manoseado- pegado en la pecera de este otro restaurant en el que estamos: Píldoras de sabiduría oriental. ¿Cuántas veces lo habré leído? De seguro las mismas que he venido a este lugar. No. Más.

-Otra azul señor, por favor.

Claro que recuerdo el motel chino… También recuerdo que esa noche fuimos en mi carro y que fui yo la que tuvo que pagar la habitación porque tú no tenías plata. Me dan arcadas. Algunos recuerdos tienen la capacidad de golpear con el sentimiento exacto del momento pasado. En las relaciones, hay ocasiones en las que ese feminismo-de-igualdad-de-condiciones se va al carajo: Ésa fue una de ellas. Aquel día, dije que entonces manejaba yo. Ésa fue mi venganza.

-Tienes muy mala memoria.

Los peces no pueden recordar las cosas por más de tres minutos, no sé dónde lo leí. ¿Quién dice que eso es malo? A mí me parece que tienen muy buena memoria. Yo recuerdo las cosas importantes.

-Como los peces.

Nunca podría olvidarme de ese lugar. No me había detenido a pensar en lo extraño de un motel chino hasta que llegamos a la taquilla: Nos recibió un chino, tan chino como cualquiera, con una única diferencia: hablaba perfectamente el español –por lo menos con nosotros. Yo, molesta, pedí la habitación más barata. Él te dijo el precio y sostuvo la mirada, como solicitándote el pago. Eso me encantó.

-¡Coño, el hotel chino!… Las habitaciones eran como esto, sólo que en vez de mesas y sillas había una cama.
-Es verdad.

Es verdad.

-¿Pedimos un Tim San?
-Cuando hay más de dos cervezas eso no se pregunta.

Ese día yo pedí un Tim San –basta con que un motel cualquiera incluya la posibilidad de llevar comida china a la cama para convertirse instantáneamente en una idea brillante. También tuve que pagar por eso. No tenía efectivo, así que me tocó caminar hasta el restaurant. Fui sola para pasar la arrechera. Entré y ahí estaba El Chino –en un restaurant chino claro que él no era el único, pero para mí merecía el absoluto por dos razones: hablaba perfectamente el español y te había humillado en el momento en que yo más lo necesitaba, como si me hubiera leído la mente y decidido ser mi cómplice. El Chino.

-¡Chino! ¡Una verde y un Tim San!
-¿Por qué coño tienes que decirles a todos los chinos “Chino”? Es ofensivo.
-…No seas exagerada, ya ellos están acostumbrados.

Pedí, pagué, pude hacer que me llevaran la comida al cuarto para estar contigo, pero en vez de eso pedí una cerveza y me quedé en la barra. No había querido pagar la habitación y tampoco quería estar contigo; y El Chino lo había notado. Se acercó a mí, yo sabía. A mí también me gustaba. Quise ahorrarme las introducciones, y de una vez le propuse que nos fuéramos a una habitación. De inmediato me arrepentí, pensé que probablemente había sido demasiado “occidental” para su gusto (o no, porque hablaba perfectamente español). Me sonrió y me dijo, un poco en broma, un poco en serio:

-Tocar con los ojos.
-¿Perdón?
-“Tocar con los ojos”, la frase en la pecera.

La frase que define lo que pasó esa noche y todas las otras en las que El Chino y yo nos vimos.

- ¿Ya lo habías leído?
-Todas las veces desde la primera que vinimos.

Más que las veces que hemos venido.

-Qué loco… En fin, el motel chino. ¿Recuerdas al chino? Ya sé que dices que yo los llamo así a todos, pero digo el de la taquilla, el que hablaba perfecto español.
-Creo que sí.

Claro que sí.

-Lo mataron anoche. Salió en el periódico.
-Pide la cuenta, por favor.

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